Todos invisibles, todos efímeros

Madrid

Hubo un día que pensamos que el drama de los refugiados lo viviríamos a golpe de fotografías. Lo pensamos cuando la foto de Aylanparecía que removía todas las conciencias, parecía que esa foto iba a ser el maldito punto de inflexión. Nadie podía resistir mirar de frente la foto de un niño tendido boca abajo en la arena de una playa. Un niño, como los nuestros, vestido como los nuestros. Dijeron entonces los dirigentes políticos que eso no podía ser y se comprometieron a encontrar una salida a la crisis de los refugiados.

A la foto de Aylan le siguieron muchas otras fotos, hay incluso exposiciones de ellas, muchos otros niños muertos y muchas otras imágenes terroríficas: la de un barco volcando con los inmigrantes saltando desesperados, las de los rescates, las de un voluntario llevando el cuerpo inerte de un bebé. Fotos terribles. La última, de ayer, cuerpos llegando a una playa de Libia, arrastrados por las olas. Cuerpos de refugiados que se habían lanzado al mar, pero esta vez, el mar no se los tragó, los devolvió a la tierra, por eso sabemos que murieron.

Nunca sabremos los que el mar no devuelve, nunca sabremos los que reposan en la profundidad del Mediterráneo, ni siquiera somos capaces ya de cuantificar los rescates, muchos, afortunadamente. Cifras que pasan ante nuestros ojos como si nada, 300 rescatados, 250 rescatados, 400 muertos, centenares de muertos, y esta vez 117 cuerpos devueltos a una playa. Todos invisibles, todos efímeros, mañana nadie se acordará de ellos. De hecho, muchos ya no se acuerdan de ellos hoy.