Es la jornada de ocho horas, estúpido

Madrid

Ayer vimos por las calles de las ciudades de medio mundo las Día de los trabajadores. ¿Qué significan hoy esas manifestaciones? ¿Qué poder tienen para mejorar las condiciones de trabajo? ¿Qué significan para los que no tienen un empleo ni esperanza de conseguirlo? En España la última EPA, la encuesta de población activa nos dijo la semana pasada que el 21% de la población activa quiere trabajar y no encuentra. Que en esos cinco millones sin empleo hay más mujeres que hombres y que para quienes menos empleo se ha creado este trimestre es para los jóvenes. Esta sí que es la gran tragedia española.

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El mundo del trabajo hoy no tiene nada que ver con el de finales del siglo XIX cuando 6 obreros murieron en Chicago defendiendo la jornada laboral de 8 horas. El 1 de mayo conmemora su muerte. Nada que ver con este 2016 y sin embargo, siglo y medio después, la jornada laboral de 8 horas vuelve a ser más un deseo que una realidad. Para unos porque ya quisieran un empleo, para otros porque no pasan de contratos precarios, a tiempo parcial, y para los que trabajan porque cada vez las jornadas se alargan más, sin cobrar más, y con el consabido: “son lentejas”.

¿Cuánto empleo, dónde, de qué calidad, retribuido de qué manera nos reserva el siglo XXI? ¿Qué pasa con los jóvenes cualificados, están haciendo los ordenadores también su trabajo? Y los adultos, ¿hasta cuándo deberán trabajar para garantizarse una pensión? ¿Y en qué? ¿Trabajar en qué, cuando lo único que crece es el empleo con poca cualificación en el sector servicios? Es evidente que los sindicatos tienen que hacer su salto a la modernidad, pero es evidente también que su función social no ha desaparecido. Todo lo contrario.

Gran tema para la precampaña en España que empieza oficialmente hoy, cuando a las doce de la noche termine la legislatura y mañana el Rey y el presidente del Congreso disuelvan las Cortes.