Abasiofilia, qué difícil nombre tienes
La Tana vuelve a recuperar uno de sus grandes iconos: las cicatrices. No será por muchas de ellas por lo que se quedará sin su ración de sexo
Cicatrizados del mundo venid a mí porque de vosotros será el reino de lo cielos… / GETTY IMAGES
Madrid
A los veinte perdí la cabeza por el del machetazo desde la ceja hasta la mandíbula. Que no fue de machete sino de botella, pero que le atravesó la cara de arriba abajo incluyendo el ojo derecho. El punto de sutura que se infectó cicatrizó mal en el párpado. Scarface no podía dejar de mirarte ni siquiera cuando dormía después de follarte.
El calentón duraba horas aun después de haberlo apaciguado.
A mis amigas les extrañaba. Vale con lo de que los quisiera altos, aceptaban que me gustaran brutotes, incluso llegaron a entender que terminara en camas ajenas solo porque creía lo de la similitud entre el apéndice nasal y el que les cuelga entre las piernas. Lo que no concebían es que pudiera excitarme acariciar la carne recosida y las líneas protuberantes de tejido y que eso me llevara al delirio.
Así es.
El primer hombre con el que compartí cama por tiempo indefinido la tenía desde la cadera hasta medio muslo. El tercero debajo del ojo derecho. En medio tuve a otro que la arrebuñaba en el hombro hecha y rehecha; lástima que la tercera me la haya perdido, las repasadas son mis favoritas. Cada cicatriz esconde una historia que merece escucharse en la cama. Marcan la imperfección distinguiéndote del resto y emulsionando la entrepierna de cualquiera.
Primero se acarician, después se lamen. Más caliente que el asfalto de Georgia y empiezas a frotarte. Agarras sus manos, las llevas donde las quieres, abres las piernas y guías bien dentro.
Cicatrizados del mundo venid a mí porque de vosotros será el reino de lo cielos…
Palabrita de niña buena.
