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Lágrimas de cardamomo

Abu Ahmad trabaja vendiendo café en un mercado de Gaziantep, en el sur de Turquía. Huyó de Aleppo y ahora trata de sobrevivir mientras en su país prosigue una larga agonía

Imagen de recurso del mercado de Gaziantep, en Turquía / GETTY IMAGES

Imagen de recurso del mercado de Gaziantep, en Turquía

Abu Ahmad es un hombre de unos cincuenta años. Es bajito, de cara redonda y cabello canoso. Lo más llamativo de Abu Ahmad son unos enormes ojos verdes claritos.

Lágrimas de Cardamomo, por Yassin Swehat

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Abu Ahmad trabaja vendiendo café en un mercado de Gaziantep, en el sur de Turquía. Se pasa el día dando vueltas entre puestos y tiendas cargando un termo con café y una bolsa con vasitos de plástico, cardamomo y azúcar. Conocí a Abu Ahmad y mediados de diciembre mientras trabajaba en un reportaje sobre la actividad comercial de los sirios en Gaziantep. La mirada del hombre era de pánico, de miedo, de horror. No dudó en dejar el termo en el suelo y sentarse a mi lado en la acera en cuanto le pregunté de dónde era. Abu Ahmad quería hablar, y yo quería escucharlo.

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Me contó que había sido distribuidor de frutas y verduras en la zona de Azaz, en el norte de Aleppo, que había estado resistiendo en su aldea natal hasta que un bombardeo aéreo del régimen de Bashar al-Asad contra Azaz a finales de noviembre de 2015 lo dejó sin casa y sin camioneta. Abu Ahmad decidió irse a Gaziantep con sus hijos pequeños, su esposa, su madre y su suegra. Su hijo mayor, que ronda los 20 años de edad, decidió quedarse en Aleppo.

El día que conocí a Abu Ahmad era su segundo día trabajo vendiendo café. Había pedido dinero prestado para comprar el termo. Con ojos ya lagrimosos me contó que el primer día había sido horroroso, uno de los peores de su vida, que se cansó mucho de caminar todo el día, y que trabajó de sol a sol para conseguir a penas 20 liras turcas (unos 6 euros). “A este ritmo, tardaré dos meses solo en pagar el termo”, me dijo sin ningún esfuerzo en ocultar las lágrimas. Traté de consolarlo, le dije que es normal que haya sido así porque la gente de la zona aun no lo conoce, y porque él todavía no estaba habituado a ese trabajo, y que con el tiempo se acostumbraría y todo sería más fácil.

“Es que no quiero acostumbrarme”, me contestó mientras me ofrecía otro grano de cardamomo para el café con una mano, y con la otra se frotaba los ojos verdes claritos llorosos.

A Abu Ahmad, y a millones más como él, no les quedará otro remedio que acostumbrarse al filo de la supervivencia mientras su país prosigue una larga agonía. Lo tendrán que hacer porque otros, mucho más ricos y poderosos, ya se acostumbraron a que la destrucción, la muerte y el éxodo formen parte natural de este mundo. La costumbre, aquí, es también un muro o una valla, y está hecha del mismo material que los acuerdos entre países para el reparto -a desgana- de refugiados.

*Yassin Swehat es periodista hispano-sirio, residente en Estambul, donde es co-fundador y editor de 'Al Jumhuriya'

 
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