La ayuda que sí llega
Más de 300 personas acuden diariamente al comedor social 'San Simón de Rojas', en Móstoles (Madrid) ¿A dónde va la comida recogida por los Bancos de Alimentos o la que donan algunas empresas?
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Comedor social 'San Simón de Rojas', en Móstoles / A. Lopesino
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Del Banco de Alimentos de Madrid a... San Simón de Rojas, en Móstoles. Es uno de los comedores sociales más antiguos de la región. Fundado hace 21 años atiende dirariamente a 300 personas.
REPORTAJE DÓNDE VA LA COMIDA DONADA POR EL BANCO DE ALIMENTOS
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Cada día llegan varias furgonetas, de diferentes empresas, con todo tipo de alimentos. Hay semanas que los desayunos son más abundantes, depende de la donación que se haya hecho. No falta el bocadillo (de queso, de embutido, incluso de bacon), fruta, yogures, legumbres, aceite... "Tenemos de todo, lo único que escasea es la carne, la proteína", nos cuenta María Teresa. Ella es la presidenta de la asociación San Simón de Rojas y la fundadora del comedor social. "Te cambia la vida. Ayudar a los demás engancha. Lo mejor que puedo recibir a cambio es el cariño de quienes ayudamos. Me han hecho ser mejor persona", afirma. Los alimentos son donados por el Banco de Alimentos de Madrid y también por empresas y supermercados. "Después de terminar nuestra labor diaria nos vamos acasa y, si se puede, estamos disponibles cuando nos llaman para ir a recoger comida o ropa con la furgoneta", explica Pepita, una de de las voluntarias.
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Mesa del comedor San Simón de Rojas / A. Lopesino
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Mesa del comedor San Simón de Rojas / A. Lopesino
En el comedor social San Simón de Rojas colaboran 40 voluntarios. Cada día hay tres turnos de desayuno. Atienden a más de 300 personas de lunes a sábado. A las seis y media de la mañana llega Dolores, entrañable, lleva veinte años desempeñando su labor de voluntaria. "Yo tengo las llaves, soy la que primero llega, porque hay que organizar. Soy feliz ayudándoles. Me dan más que yo a ellos. Son mis niños y les tengo un gran cariño". Lo cuenta emocionada y, también, orgullosa de lo que hace. "Id abriendo la puerta", dice Dolores. Las mesas están preparadas, llenas de color y de alimentos. Cuando la puerta del comedor se abre van entrando ellos, quienes más lo necesitan. Mujeres, hombres, niños. Españoles y extranjeros. Mayores y jóvenes. No hay un perfil concreto. Antes de sentarse cantan un número, el que les han asignado para contabilizar quién entra. Es una manera de llevar un control, aunque matiza Pepita "si alguien viene y no tiene ese número, también va a desayunar. Nadie se queda sin ello". Entre ellos, los voluntarios, hay muy buen ambiente. Son amables, simpáticos y muy agradables. Su función la desempeñan con mucho cariño. Después de repartir toca limpiar y, a veces, seguir clasificando los alimentos que acaban de llegar. A las doce y media cierran. Y mañana... Mañana volver a empezar.
Decíamos antes que no hay un perfil concreto. Llama la atención que, pese a que el comedor social abre a las ocho y media, desde las siete de la mañana hay personas esperando. En invierno es especialmente duro, porque hace frío, mucho frío. Aún así no fallan, porque saben que quienes están dentro tampoco les van a fallar.
Hablamos con Ana (nombre ficticio). Tiene sesenta años, pero en su rostro se aprecia una vida de trabajo; una vida sin agradecimientos. Nos dice que tiene hijos "no tengo relación con ellos". "Hace cinco años que vengo al comedor social. Me tratan muy bien y no tengo queja". A sus sesenta no espera nada "y menos encontrar trabajo". Se dedicaba a la limpieza, pero en 2014 se quedó en el paro. Tras contar su historia vuelve a la cola, agradecida de haberla escuchado y mostrándose muy cariñosa. Como ella muchos más, cada uno con su vida, cada cual con su historia.
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