El momento de la verdad
Los atentados terroristas en París y el miedo global que ha desatado la violencia yihadista han situado frente al espejo a Rajoy, Sánchez, Rivera e Iglesias para reflejar su visión del mundo
Madrid
Ahora que llega la Navidad, con la cascada interminable de anuncios televisivos de colonias, vienen a la memoria algunos clásicos, como aquel “hay momentos en los que un hombre se la juega”.
Hay momentos en los que un político, o un partido, se la juegan. Momentos definitorios en los que las causas y los argumentos que les han impulsado a la relevancia pública condicionan su respuesta y revelan la materia de la que están hechos.
Los atentados terroristas en París y el miedo global que ha desatado la violencia yihadista han situado frente al espejo a cada uno de los actores políticos para reflejar su visión del mundo, sus lastres, sus condicionantes y su verdadera capacidad de maniobra para salir airosos y no contradecir sus principios.
La prudencia y el deseo de orden del registrador
Mariano Rajoy no olvida que, tras el 11M, él fue uno de los que aconsejó a Aznar, sin éxito, que convocara el Pacto Antiterrorista. El intento de capitalizar en exclusiva la respuesta a tal brutalidad fue nefasto. Nefasto para el propio Rajoy, que perdió unas elecciones que 24 horas antes daba por ganadas. Y nefasto para la unidad de los demócratas, que tardaron años en restañar heridas y superar las desconfianzas creadas.
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Añadida a esa ruptura la que provocó el ardor guerrero de Aznar en Irak, en contra de la opinión pública y la comunidad internacional, el recuerdo de esos errores pesa como una losa sobre el presidente del Gobierno.
Esas razones explican que Rajoy haga hoy justamente lo contrario, aunque la iniciativa la lleven otros. Porque es de justicia recordar que el Pacto Antiyihadista que el Gobierno se ha apresurado a activar fue propuesto por Pedro Sánchez tras la masacre contra la revista Charlie Hebdo. Rajoy no tiene la soberbia que caracterizó a su antecesor al frente del PP y acierta al entender que lo importante no es quién tiene la idea sino quién la hace suya.
Al encabezar el pacto y mantener la lealtad de la oposición, desactiva un frente. Al buscar el paraguas de la legalidad internacional, al esperar a que sea Francia la que concrete qué ayuda desea, al rehuir la ingenuidad de que España encabece una vanguardia que ni puede ni le corresponde, espanta los fantasmas del “No a la Guerra” que han atormentado al PP durante 10 años.
Fue el mismo Rajoy, al resistir las presiones de Angela Merkel y del mundo financiero que le conminaban a pedir el rescate económico de España, quien dijo aquello de que “no hacer nada es una forma de hacer algo”. Sin caer en la caricatura, porque el Gobierno sí ha desplegado una estrategia de respuesta ante el terrible golpe del terrorismo yihadista, esta crisis ha mostrado la naturaleza de Rajoy, que es también la naturaleza del PP: conservador, amante del orden, seguidor de la máxima ignaciana más repetida. En tiempos de desolación, no hacer mudanza.
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El peso de la responsabilidad y la historia
Pedro Sánchez debe hacer frente a la complicada tarea de cambiar los motores de un Airbus 320 en pleno vuelo. Debe lograr la renovación de un PSOE con más de 130 años de historia que los menores de 50 años ven lejano y añejo sin perder la imagen de partido de gobierno serio, responsable y fiable. Y eso, en momentos de crisis, deja muy poco margen de maniobra.
Aconsejado por sus mayores –González, Rubalcaba; incluso Zapatero y Almunia–, Sánchez sabe que ha hecho lo que debía, a pesar de que muchos en el partido sospechan que Rajoy le ha dado el abrazo del oso. El PSOE ha gobernado. Confía en volver a gobernar algún día. No puede defraudar a ese suelo electoral menguante pero fiel que espera del partido algo más que una oposición a cara de perro.
Por eso Sánchez le ha prometido lealtad a Rajoy en la lucha contra esta nueva amenaza, a la vez que se esfuerza en marcar diferencias que, lograda la unidad, corren el riesgo de difuminarse: el PSOE no quiere hablar de “guerra”, prefiere hablar de un combate integral, que incluya atacar las fuentes de financiación del terrorismo, luchar más eficazmente contra el tráfico de armas o abrir líneas de diálogo con la comunidad musulmana.
Nada que no suscriba sin problemas el propio Rajoy, al que finalmente Sánchez solo puede reprocharle que no sea más “proactivo”, es decir, que no tome más la iniciativa y aporte respuestas. Osea, que Rajoy no sea tan Rajoy.
En cualquier caso, el candidato del PSOE está tranquilo. Pasará este momento álgido, despertará la campaña, y está convencido de que habrá tiempo de centrarse en asuntos como el aumento de la desigualdad sin que nadie pueda nunca reprocharle que no estuvo donde tenía que estar cuando era necesario.
La joven promesa que necesitaba ahuecar su voz
Albert Rivera tiene un discurso firme y una respuesta para cada pregunta. Es el signo de la nueva política. Hablar claro y dejarse de pasteleos. El problema es que hay preguntas que solo pueden ser respondidas cuando tienes todas las claves, y en bastantes casos, solo tras escuchar las respuestas de los otros.
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El candidato de Ciudadanos se apresuraba a decir que España debía mandar tropas a combatir a Siria si así se lo pedían sus aliados prácticamente a la vez que el presidente de EEUU -la voz que necesariamente hay que escuchar en estos asuntos antes de abrir la boca- decía que no le parecía inteligente poner “botas en el terreno”, la terminología militar para referirse a un asalto terrestre.
Sus rivales se le echaban al cuello: Pedro Sánchez resaltaba con ironía que Rivera fuera más lejos que el propio Obama, y Pablo Iglesias se permitía elogiar la prudencia de Rajoy y sugerir lo mucho que le recuerda el discurso del líder de Ciudadanos al Aznar más belicista.
En las paredes de la sede de Ciudadanos puede leerse la tan repetida frase de Victor Hugo: “No hay nada más poderoso que una idea a la que le ha llegado su tiempo”.
No estaría mal que la acompañaran de otra frase: No hay nada más peligroso en política que una idea lanzada a destiempo. Ya se lo recordaron a Rivera sus adversarios cuando lanzó la idea del contrato único en tiempos de precariedad laboral o cuando sugirió, en pleno desafío soberanista catalán, despolitizar el Tribunal Constitucional o suprimir el Consejo General del Poder Judicial.
Afortunadamente para Rivera, sigue en luna de miel con la opinión pública, y tiene una virtud que –esa sí–, es condición indispensable en los nuevos modos de hacer política: cuando se equivoca, lo reconoce; cuando una idea le parece mejor que la suya, cede el paso.
Asaltar los cielos sin dejar de pisar el suelo
Si llevas años de lecturas y discusiones académicas que te han llevado a la conclusión de que asistimos a una “crisis civilizatoria” y a un “cambio de época” en el que “las grandes certezas se están transformando”; si consideras que los pactos antiterroristas son un fraude que no ataca las causas del problema; si crees que las respuestas de los últimos años no han hecho otra cosa que fomentar los integrismos, resulta bastante complicado acallar la voz y situarte a favor de la unidad.
Pero si a la vez quieres ser una fuerza con relevancia electoral y no quedar encasillado en la marginalidad de una izquierda que nunca ha aspirado a gobernar, no es bueno desafinar. A veces la sabiduría consiste en gritar más alto que nadie lo que todo el mundo grita. O por lo menos que la foto te pille con la boca abierta.
Pablo Iglesias ha cambiado de criterio y ahora quiere entrar en el Pacto Antiyihadista. Podemos prefiere hablar de Consejo de la Paz, y se ha esforzado en plantear propuestas concretas que pisen el suelo. Sugiere cortar las vías de financiación del terrorismo islamista, controlar la venta de armas, respaldar las fuerzas moderadas de Oriente Próximo o proteger a los refugiados y acabar con las mafias que trafican con ellos. El propio Rajoy firmaría cada una de esas propuestas.
El problema es que eso no parece exactamente un cambio de paradigma, pero a un mes de unas elecciones generales para las que nació Podemos y en las que se juega su razón de ser, el propio Iglesias ha reconocido la necesaria dosis de realismo que hace falta en política al reformular su famosa llamada a asaltar los cielos: En democracia, ha admitido finalmente, el asalto se hace llamando al timbre.
Un instante para comprobar la pericia del maquinista
En definitiva, la tragedia de París y la reaparición en primer plano de la amenaza terrorista ha servido para crear uno de esos raros momentos en política en los que el guion se hace inútil y se puede comprobar la capacidad de reacción de todos los actores ante lo imprevisto. Un instante fugaz para comprobar la pericia del maquinista antes de que cada vagón electoral se resitúe en los raíles, vuelva a activarse el piloto automático y de nuevo se concentren en no cometer errores hasta el 20 de diciembre.