Samia, el sueño roto en una patera
Samia, el sueño roto en una patera
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Madrid
Michael Phelps y Usain Bolt compartieron el papel de reyes de los juegos de Pekín en 2008, pero hubo otra imagen que dio la vuelta al mundo.
Seguro que muchos se acuerdan. Era la de la atleta somalí Samia Yusuf Omar compitiendo en las series clasificatorias de los 200 metros lisos y cruzando la meta mucho tiempo detrás de sus rivales. Se quedó sola en la pista, y llegó a la meta casi diez segundos después que el resto. Su marca no merece la pena recordarla, pero sí la dignidad con la que compitió, merecedora de todos los aplausos que le dedicó la gente que abarrotaba el Nido de Pájaro, el Estadio Olímpico de Pekín. Tenía 17 años.
Samia nació en 1991. Era la mayor de seis hermanos. Su país natal, Somalia, vivía y sigue viviendo en una guerra civil que parece no terminar nunca.
A Samia le gustaba el atletismo, y pudo practicarlo gracias al apoyo de su padre, que se enfrentó a su tribu para que Samia entrenara en pantalón corto. Pero su padre no pudo defenderla durante mucho tiempo, fue asesinado en la capital, Mogadiscio. Así que Samia, tuvo que seguir practicando su pasión encerrada en un burka, para que sus únicos problemas fueran los agujeros de las pistas en las que entrenaba. Agujeros provocados por los bombardeos.
En 2008, participa en los Campeonatos africanos. Poco después, entró en el equipo olímpico de Somalia que participaría en la cita de Pekín. Llegó sin preparación, sin equipación, pero con su sonrisa. La que lució el día del desfile inaugural. Allí estaba ella, con su vestido azul y blanco, y con su sonrisa. Esa noche olvidó por un momento lo que había tenido que pasar para llegar allí: las amenazas de muerte para que dejara el deporte y para que cubriera su cuerpo, el conflicto que desangraba su país, la lucha por sobrevivir cada día.
“Los somalíes tradicionales creen que las mujeres que practican deporte o las que les gusta la música están corruptas”, contaba Samia a la BBC, tras protagonizar su llegada entre aplausos. Samia hablaba orgullosa con su camiseta, unos pantalones ajustados y unas zapatillas que le había dejado otra atleta africana.
Después de los juegos de Pekín. Samia decidió marcharse a Etiopía, con mejores condiciones de entrenamiento. Se pasó de la velocidad al mediofondo, pensando en llegar a los Juegos de Londres 2012.
Pero no llegó a Londres. Samia se evaporó. Nadie sabía nada de ella y nadie supo nada más de ella. Según contó su compatriota, y también atleta Abdi Bile, Samia Yusuf Omar había desaparecido cuando trataba de llegar a Europa.
Una periodista de Al Jazeera, consiguió averiguar que, en 2011, Samia había conseguido cruzar la frontera de Etiopía con Sudán, y después la de Sudán con Libia. Su objetivo era encontrar un entrenador que la preparara para Londres. Pocos días después, la Federación Somalí de Atletismo confirmó que, en abril de 2012, Samia Yusuf Omar murió ahogada en algún lugar del mar Mediterráneo, entre Libia e Italia, en el naufragio del cayuco que la llevaba a la tierra prometida. Samia dejó el tartán, se metió en el agua tratando de llegar a Lampedusa, y su nombre, como el de tantos miles, quedó escrito en alguna lista de náufragos desaparecidos.
Samia lo arriesgó todo por alcanzar sus sueños. No deseaba repetir la escena de 2008: “Quiero que me aplaudan por ganar. No quiero que me aplaudan por lástima o porque necesito apoyo. Aunque lo reconozco, ese día, esos aplausos, me hicieron sentir la mujer más feliz del mundo”