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FILOSOFÍA

Al calor de la puesta de sol

Javier Gomá y Toño Fraguas reflexionan sobre la belleza sublime del ocaso

El sol, a punto de ocultarse tras los montes próximos a Marvão, en Portugal. / ANNAÏS PASCUAL

El sol, a punto de ocultarse tras los montes próximos a Marvão, en Portugal.

Madrid

Desde lo alto de una montaña, en una playa, en medio del desierto... Lo cierto es que la puesta de sol es un espectáculo diario al que todos hemos sucumbido alguna vez.

'El ocaso ilumina sin quemar y dora el aire con un hálito tibio'

16:18

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Ese cielo encendido de tonos rojizos y rosados parece hechizarnos, hasta tal punto, que hay playas y balconadas que se llenan de gente cuando se acerca la hora en que el astro rey se oculta tras el horizonte.

Javier Gomá y Toño Fraguas reflexionan sobre la belleza y lo sublime de este espectáculo natural y rutinario y cómo lo vivimos en nuestra vida diaria, puesto que difiere y mucho, al planteamiento con el que lo afrontaban griegos y romanos.

Estos pueblos, que no contaban con electricidad y que quedaban sumidos en una oscuridad espesa y profunda cada noche, interpretaban el ocaso como un estadio anterior a lo nefasto, lo macabro, lo desconocido, a la hora de hacer la guerra, cuando la nocturnidad servía en bandeja la emboscada.

Esa intranquilidad despareció con el concepto romántico del atardecer, que se extendió durante la Edad Moderna para cambiar ese paradigma y la forma de enfrentarlo, y tornarlo un momento de reflexión, intimismo, sugerente e incitador del amor.

Lo bello y lo sublime

Gomá se sirve del atardecer para invocar el concepto de lo sublime de Kant cuando éste lo define como "aquello en comparación con lo cual, cualquier cosa se siente pequeña".

Y es que así es como el ser humano se siente ante la puesta de sol, a la que admira siempre desde un plano lejano, equidistante a escala cósmica, y que ve como, irremediablemente, la noche gana terreno a la luz. A esa luz, que define Plotino como la auténtica belleza del ser. Un ser sin forma ni partes estructurales que encuentra su esencia en el consonantia et claritas.

Ahora que el verano nos permite acercarnos a estos acontecimientos, que los días duran más, solemos prestar más atención a esos instantes últimos del día, y como suscriben Toño Fraguas y Javier Gomá, el marco importa, pero también, en gran medida, la compañía, ya que a veces, el todo se percibe como un gran decorado cósmico, del que no somos más que espectadores pasivos.

El ocaso es bello, diario, irremediablemente cotidiano, y no por ello menos bello y significativo. Depende de nosotros encontrar el momento y la razón que darle, porque con este acto, la naturaleza nos muestra, que después y detrás de todas las miserias de la realidad, es posible crear y creer ese milagro.

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