Los límites de las fintas electorales

Madrid

Las fintas electorales deberían tener un límite. El presidente del Gobierno está buscando desesperadamente ventajas de último minuto cara a las próximas elecciones generales, ventajas que son posiblemente legales pero que resultan insólitas en la práctica democrática habitual. Es insólito que el presidente agote la legislatura hasta el último segundo para que le dé tiempo a dejar aprobado el presupuesto del Estado para 2016, un año en el que es perfectamente posible que ya no esté en la Moncloa o que presida un gobierno de coalición. Si esa maniobra se le hubiera ocurrido a otro presidente, el propio Mariano Rajoy estaría ahora alterado, denunciando trampas y gestos de muy mal gusto.

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Se comprende bien lo que Rajoy pretende. Controlar todo lo que pueda la marcha de la economía en 2016, gane o no las elecciones, comparta o no el gobierno. Si gana, su aliado (se supone que Ciudadanos, con su ministro de Economía in pectore, Luis Garicano) se las verá y se las deseará para realmente pactar algo que tenga significado económico verdadero. Y si pierde, el nuevo gobierno tendrá que organizar una verdadera batalla legislativa para desactivar sus presupuestos. No suena muy bonito, no. Pero eso para Rajoy, a estas alturas, son minucias. De aquí a las elecciones, no parece tener la menor intención de controlarse.