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El canto roto de los presos de Misisipi

En los años treinta, un hombre blanco se adentró en los presidios del sur de EEUU para grabar los cantos de los afroamericanos que allí cumplían condena

Presos de la cárcel de Parchman durante un descanso

Cuando Johnny Cash decidió –en 1968- grabar un concierto en directo desde la prisión de Folsom (California), la industria musical puso el grito en el cielo. Cash se convirtió en uno de los primeros artista en acercarse a los presos. Freddy Fender había grabado un disco en la cárcel antes que Cash, pero saldría años después. Tras Cash y Fender se han editado álbumes carcelarios de artistas de todo tipo, desde BB King a John Lee Hooker pasando por The Cramps o Big Mama Thornton

Sin embargo, antes que ellos hubo un hombre blanco que se adentró en las cárceles sureñas para ver cómo sonaba la música desde el otro lado de los muros que separan la libertad de la condena. Treinta años antes de que Johnny Cash cantase en la penitenciaria californiana, Alan Lomax (1915-2002) y su padre recorrieron los penales del sur de EEUU para recoger la música de los presos. Las canciones de los internos de las cárceles de Angola (Luisiana) y Parchman (Misisipi) acabarían siendo editadas en discos que captan el espíritu de esos hombres condenados a trabajos forzados, cantos con los que acompañaban las largas jornadas de trabajo o sus ratos de descanso. Lomax volvería solo a aquellas prisiones diez años después para ver la evolución de esos sonidos.

Poca gente ha hecho más por la música que Alan Lomax, el célebre documentalista estadounidense que durante los años 30 y 40 recorrió el sur de los EEUU buscando, encontrando y grabando a todo aquel que tuviese algo que aportar a la música. Durante aquellos viajes eternos por carreteras perdidas, Lomax descubrió las raíces del blues, además de grabar a grandes nombres del género –entonces desconocidos- como Muddy Waters, Big Bill Broozy o Ledbelly. Con un pesado equipo de grabación acuestas, Lomax se adentró en la América profunda para grabar cantos espirituales, las canciones de los esclavos, los presos o los trabajadores del campo. Su legado, que ronda las 10.000 grabaciones, ha permitido al mundo escuchar una música excepcional que sin su labor hubiese desaparecido para siempre.

El legado de Lomax es una de las grandes aportaciones musicales y ofrece un retrato nítido de cómo era la sociedad de la época y cómo sonaba su música. Este licenciado en Filosofía encontró en la música una misión vital y empeñó su vida a la difícil tarea de documentar los sonidos de su época. El resultado son miles de canciones excepcionales y el descubrimiento de algunos de los artistas que marcarían el blues y el folk de las próximas décadas. Cualquiera de sus obras merece un estudio aparte, una inmersión a conciencia. Algunos son tan espectaculares como los primeros temas registrados a Muddy Waters en una cabaña de un campo de algodón, pero quizá el trabajo más crudo, atroz y honesto sean las grabaciones que Lomax realizó en los años cuarenta en este presidio de Misisipi, una cárcel para negros que eran empleados en los campos de algodón próximos a la cárcel en el que se escuchan su cantos de libertad sin apenas instrumentos y que transmiten una inmensa pena en una época especialmente dura.

Lomax visitó dos veces el presidio de Misisipi, la primera vez en los años 30 y la segunda diez años después. En Parchman, Lomax descubrió la realidad de las cárceles sureñas, una realidad marcada por el racismo más atroz, la esclavitud encubierta y la vida sin futuro de miles de hombres que habían acabado entre rejas con o sin motivos. “En aquella prisión vimos a guardias sin formación que eran empleados porque “sabían manejar a los negratas”. Aprendimos con horror que entre ellos había sádicos que disfrutaban golpeando y torturando a los presos. También vimos a hombres buenos que intentaban hacer la vida mejor a los presos y que se topaban con las limitaciones de la institución”, explica Lomax en las notas que acompañan a ‘Negro Prison Songs - Mississippi State Penitentiary’. "Entendí que aquí estaba la gente que todo el mundo considera como la escoria de la sociedad, seres humanos peligrosos, embrutecidos y que de ellos vino la música que me pareció que era la mejor cosa que jamás había oído salir de mi país”, señala Lomax en el libro ‘The man who recorded the world’ (2010).

En ese ambiente entró el joven filósofo y en ese ambiente grabó las voces de los presos de Misisipi. “En la cárcel vimos que las canciones mantenían literalmente a la gente viva”, explica Lomax. La música se convirtió en la única válvula de escape de aquella tortura. Las grabaciones de Lomax muestran canciones que hablan de la vida dura, de las añoradas mujeres, de las ansias de libertad, de las ganas de escapar y comenzar una vida nueva que en la realidad se antojaba imposible. Muchas de aquellas canciones fueron recogidas en los campos de algodón en los que los presos eran obligados a trabajar durante sus condenas.

El bluesman Bukka White en una actuación tras salir de la cárcel

El bluesman Bukka White en una actuación tras salir de la cárcel

“En la prisión de Angola y sobre todo en Parchman hallaron una serie de cantantes anónimos, de extraordinarias facultades vocales que transmitían la veracidad y melancolía de los antiguos reinos”, señala Manuel Recio, periodista especializado en los orígenes del blues. “Aquellas eran canciones de trabajo, los gritos de campos, inflexiones espontáneas y bramidos donde está la esencia misma del blues. Eso sí, cantantes que nunca llegaron tener una carrera musical”, añade Recio a Sofá Sonoro. Pero en aquellas cárceles, Lomax también encontró genialidad. “En 1939 los Lomax preguntaron a los responsables de Parchman que les ayudaran a encontrar entre los prisioneros a un cantante que mereciera la pena grabar. Les trajeron a Bukka White, uno de los pocos hombres que logró labrarse una carrera discográfica gracias a las grabaciones que hizo para la Biblioteca del Congreso”, explica el periodista.

La música que Lomax recopiló en aquellas incursiones carcelarias acabó desapareciendo. En los años cuarenta, Lomax regresó al presidio con una de las primeras grabadoras portátiles que llegaron al mercado. Cuando entró en la prisión descubrió que parte de la esencia de aquella música había desaparecido en una década. “En 1947 descubrimos que aquella música se estaba perdiendo. Los más mayores habían perdido la voz o habían muerto y los jóvenes lo veían como algo de otro tiempo”, apuntó el filósofo.

El álbum que años después se editó con las grabaciones de Alan Lomax es uno de los discos más oscuros y penetrantes de todos los tiempos. Un álbum crudo y atroz que recoge el canto de los olvidados, de los condenados, de hombres sin futuro ni presente que veían en la música un leve antídoto a sus condenas, un canto roto recogido en una de las prisiones más terribles del sur de los Estados Unidos, una cárcel que un siglo después sigue funcionando. Ya no hay trabajos forzados, ni blues en los campos de algodón. Son otros tiempos, otros presos, otras músicas.

 
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