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MIÉNTEME CINE

No me engañes con la peste

Madrid

Alvise Zen, un "medico della peste", escribe a monsieur d'Audreville unos años después de la epidemia que diezmó a la población de Venecia en dos oleadas sucesivas, en 1575 y en 1630.

Miénteme cine: La peste (22/11/14)

22:42

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"Excelentísimo monsieur d'Audreville, le contaré de aquellos días terribles solo porque estoy convencido de que sin memoria no hay historia y porque amar la verdad es nuestro patrimonio común. Y porque, el hecho de que tras el horror, aquella desgracia se transformara en una fiesta, más incluso, una de las más amadas jamás por los venecianos, me hace el recuerdo menos gravoso. Pero vayamos a los hechos.

Era 1630. Junto a las especias y a las telas preciosas, los barcos de La Serenísima transportaron también la muerte negra.

San Roque con el bubón en la pierna

San Roque con el bubón en la pierna

San Roque con el bubón en la pierna

San Roque con el bubón en la pierna

¡Ah! mio caro amico, ni siquiera las guerras y las hambrunas ofrecían un espectáculo tan desolador. La República tomó inmediatamente una serie de medidas para detener la epidemia: se nombraron encargados de inspeccionar la limpieza de las casas, se prohibió la venta de alimentos peligrosos, se cerraron lugares públicos, incluso las iglesias. Solo podíamos circular libremente los médicos. Enfermeros y enterradores debían llevar un distintivo visible a larga distancia. Nosotros vestíamos un largo hábito cerrado, guantes, botas, y nos tapábamos la cara con una máscara de nariz larga y ganchuda y gafas que nos conferían un aspecto aterrador. Alzábamos las ropas de los enfermos con un bastón largo y operábamos los bubones con bisturíes largos como pértigas. Hombres y mujeres enfermos eran transportados a la isla del Lazareto viejo; las personas que habían estado en contacto con los apestados eran llevadas en cambio a la del Lazareto Nuevo para más de veinte días de observación cautelar. En una nave se había izado una horca para ajusticiar a los transgresores de las ordenanzas higiénicas y alimentarias. La peste mataba por igual a ricos y pobres. ¿Deseáis saber cuántos venecianos marcharon junto al Padre eterno? Ochenta mil, pensadlo, en diecisiete meses; doce mil en noviembre de 1630; en un solo día, el 9, fueron quinientos noventa y cinco. Ya no había quien sepultara los cadáveres. Por los canales pasaban barcas de las que salía el grito: “Quien tenga muertos en casa, que los tire sobre la barza”.

Las ropas del médico de la peste estaban enceradas para mayor protección, completadas por la máscara blanca cuya nariz se rellenaba con hierbas y especias que se pensaba que servían para evitar el contagio.

La peste negra

La peste negra que asoló Europa en el siglo XIV ha dejado un recuerdo que para muchos define un siglo muy bien contado en la obra maestra de la historiadora Bárbara Tuchman en "Un espejo lejano".

Hoy se abre camino la teoría formulada a mediados de los ochenta por el biólogo inglés Graham Tuig , de que aquello fue mucho más que la peste bubónica procedente de Oriente que llegó en pulgas a bordo de ratas negras. Nuestro invitado Xavier Xistach con sus dos libros sobre Insectos y hecatombes, ha estudiado la historia de las plagas con rigor y detalle.

La peste pronto fue plasmada en la pintura y los bubones que la definían se pintan en las representaciones de su patrón, San Roque. El cine introdujo a la peste también muy pronto, ya que la primera película donde se presenta es de 1919, pero será El séptimo sello de Bergman en 1956, quien la tomará como protagonista.

La plaga disparó la percepción de vivir en una sociedad tan pecadora que desafiaba a la bondad de Dios y aproximaba el día del Juicio Final. Los sentimientos más extremos se concretaron en un movimiento de penitentes que viajaban de pueblo en pueblo, plenamente organizado, para flagelarse en las plazas públicas. La jerarquía cristiana se sintió amenazada por este movimiento que proponía acabar con la intermediación sacerdotal y terminó con la condena de semejantes procesiones, aunque aceptando que era adecuado practicar en privado el castigo del dolor. algo más que el eco de la costumbre ha llegado hasta hoy en lugares como Filipinas o España. 

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