Predicar con el ejemplo

La ejemplaridad debe ser, seguramente, uno de los conceptos más utilizados en los discursos públicos pero menos aplicados después en la vida real.

A menudo nos hemos referido a este asunto, de hecho nos hemos lamentado -y lamentamos- la escasa presencia de referentes éticos en muchos ámbitos sociales, pero eso cobra una especial gravedad si hablamos de un territorio bajo sospecha casi permanente como es ahora mismo la política.

Bajo sospecha porque la corrupción, el clientelismo y la endogamia en casi todos los partidos -en mayor o menor medida-, ha puesto de uñas a buena parte de la ciudadanía. Por eso no entendemos, vamos, yo no entiendo, no lo entendería nunca, pero menos con este panorama, que hayan pasado ya más de 24 horas desde que la Audiencia Provincial de Sevilla ratificara la imputación de Magdalena Álvarez en el caso de los ERE y que la exministra, exconsejera, hoy vicepresidenta del Banco Europeo de Inversiones, se mantenga en el cargo.

Más aún, sobre todo tras el comunicado del propio Banco donde asegura tomarse muy en serio las acusaciones contra ella, y donde en lenguaje diplomático viene a decirle: "oiga, le dejo marcharse para no tener que tomar la decisión de cesar a alguien que, en el fondo, ostenta la representación de un país".

Y, claro, a lo mejor es que es eso: que en España nos hemos -o nos han- acostumbrado a que se pueden sortear con todo tipo de excusas o de triquiñuelas las consecuencias políticas de una imputación judicial, pero resulta que fuera eso no sirve. Que los códigos internacionales de, llámenlo como quieran, decencia, virtud pública... son más exigentes. Lo cual es una pena porque ese desajuste también contribuye a lo que llamamos marca España.

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Y este caso en concreto ahora mismo no nos hace ningún bien. Dicho esto, todo el mundo es inocente hasta que se demuestre lo contrario.