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Extranjeros a ambos lados de la frontera

La historia de Azul es una entre los 1.100 inmigrantes que el gobierno de EE.UU. deporta cada día

Luis Hérnández , uno de los deportados, vive ahora en León (México).(L. H.)

Luis Hérnández , uno de los deportados, vive ahora en León (México).

El presidente Obama bate récords con 2 millones de inmigrantes deportados, que son obligados a regresar a un país que ya no sienten como el suyo.

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Azul Uribe siempre pensó que sus papeles estaban en regla. Cuando era niña, viajaba con frecuencia entre México y la casa de su abuela en Texas, donde pasaba temporadas. A los 11 años, una de esas estancias se convirtió en definitiva. Azul se adaptó sin problemas a su vida en EEUU: Aprendió inglés a la perfección y, años más tarde, entró en la universidad a estudiar leyes constitucionales en Utah. Cuando tenía 25 años, un incidente con una niña a la que cuidaba la llevó ante la policía y de ahí a los tribunales de inmigración. "A raíz de eso yo me enteré de que no tenía la documentación apropiada. Después de que todo esto pasó, mi hermano me dijo 'tú y yo tenemos que hablar'. Yo pensaba que me iba a dar alguna clase de solución, pero me dijo 'bueno es que tú eres indocumentada'", cuenta Azul desde Mérida, Yucatán, donde reside desde que fue deportada en 2010.

La historia de Azul es una entre los 1.100 inmigrantes que el gobierno de EE.UU. deporta cada día; una entre los 2 millones de deportaciones que se han producido desde que Obama es presidente. En las últimas semanas, los grupos de derechos de los inmigrantes han organizado protestas y manifestaciones exigiendo al presidente que pare las deportaciones, con los lemas '2 million 2 many' (Dos millones, demasiados) y 'Not 1 more' (Ni una más). Obama, ante la imposibilidad de aprobar la reforma migratoria, prometió reducir las deportaciones a "criminales, miembros de bandas y personas que estén dañando a sus comunidades" y que no perseguirían a "estudiantes y personas que están aquí sólo intentando alimentar a sus familias". Según un análisis del New York Times, dos tercios de los casi dos millones de deportaciones han sido de personas que han cometido infracciones menores, de tráfico por ejemplo, y que no tienen antecedentes criminales. Un 20%, unas 394.000 personas, habían cometido crímenes graves o delitos relacionados con drogas.

Más allá de las cifras, cada deportación es la historia de una vida truncada y, en la mayoría de los casos, de una familia separada. Es la historia de la vuelta a un país en el que, pese haber nacido, se sienten extranjeros. "No le pertenezco a nadie y yo me veo de los dos lados. Hay días buenos en los que digo, 'sí, sí encajo' y hay otro en que digo '¿qué estoy haciendo aquí?'", cuenta Azul, que lleva 4 años en México.

Luis Hernández llegó a EEUU con 8 meses. "Mis papás me llevaron para allá de ilegal, por la frontera", cuenta, desde León México. Vivió en Phoenix, ocho años, y después en Denver, Colorado. "Ese (Denver) es my home, sweet home (mi hogar, dulce hogar). Es muy diferente acá en México. Es muy diferente a EEUU, las costumbres, hasta el español es diferente", cuenta mezclando sus palabras con el inglés, que todavía maneja con más soltura que el español, que tuvo que aprender cuando llegó a México en 2011. Entonces, cuando tenía 19 años, le encontraron cocaína en un control de tráfico. Le deportaron y le prohibieron volver a EEUU por 10 años. Nunca antes pensó que pudieran deportarle. Toda su familia, incluyendo a su mujer y su hijo quedaron en EEUU. "Extraño todo. Extraño mucho mi barrio, mis amigos, mi trabajo. La comida que mi mamá hacía, la que mi esposa hacía. Allá las porciones son más grandes, acá más pequeñas, así que me he enflacado. La calidad de vida: allá no sufría por bañarme, no me preocupaba si no había agua en el día".

Los recuerdos de México que tenía Alfonso García no lograron amortiguar el impacto de la vuelta. Regresó a los 35 años después de 20 en Atlanta, Georgia. "La forma en la que entras en las tiendas, vas al hospital, haces trámites, son muy diferentes. Y hasta yo claro que me enojaba. Yo decía, '¿por qué son así'?", recuerda. Como cualquier chico americano, a los 16 años se sacó la licencia de conducir. Cuando le tocó renovarla, no pudo: las leyes habían cambiado y ya no se la entregaban a los indocumentados. Necesitaba seguir conduciendo para ir a trabajar. Dos controles de tráfico y dos multas por no tener el carné en regla le llevaron, en 2010, a una comisaría y de ahí a un centro de detención para inmigrantes. "Estuve 3 semanas más y me mandaron para México", recuerda. "Tú sabes, de que estés libre a que te quiten tu libertad. No sé, yo me quedé como traumado a la vez. Sentía así como odio hacia el mismo país, diciendo '¿cómo puede ser que me estén arrestando, haciendo todo esto nada más que por no tener licencia?'. Mi crimen fue entrar al país ilegalmente, pero tampoco era para que me tuvieran encerrado tanto tiempo". Firmó lo que llaman "salida voluntaria" porque no tenía dinero para un buen abogado que peleara su caso. Alfonso sí vivía con miedo a que le descubrieran. "Justo tres días antes de que me pararan había hablado con mi hijo mediano; se llama Julián. Le dije 'hijo si un día tú ya no mes ves, no es porque no quiera estar contigo. Puede ser por el sistema de EEUU, que puede ser que me deporten. No más te quiero decir que te quiero mucho. El día que falte yo voy a estar lejos, pero voy a poder regresar o tú vas a poder visitarme". No ha vuelto a ver a sus hijos. Un drama, el de la separación de la familia, que se repite en todos los casos. "No pude ir a la boda de mi hermanita, no conozco a mis sobrinos menores. Hay muchas cosas que están pasando a mi familia del otro lado que yo no puedo presenciar", cuenta Azul.

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Azul, Luis y Alfonso, por su condición de indocumentados, no tenían permiso de trabajo cuando vivían en EEUU; paradójicamente, ahora en México trabajan para una compañía estadounidense.

TeleTech, una empresa de Denver, es pionera en contratar trabajadores en otros países. El año pasado, consiguió 1.200 millones de dólares de centros de llamadas en 24 países. En el centro de la ciudad de México hay 2.000 empleados de los que dos tercios solían vivir en EEUU. Los deportados son trabajadores perfectos: han vivido en EEUU por años o décadas y, en muchos casos, hablan un inglés impecable. Han ido a escuelas de EEUU y entienden la cultura del país.

"Me hacen sentir un poco usado y traicionado. Te vamos a deportar por 10 años, no vas a poder ver a tu familia, pero te vamos a pagar un 60% menos que a los americanos. Allá les pagan en dólares 16 a la hora; acá 42 pesos, casi ni los 4 dólares. Se siente como si te traicionaran un poco", dice Luis, que trabaja en el turno de noche de un centro de TeleTech, en León, atendiendo a clientes de la empresa de televisión por cable Dish TV. "Con esa cantidad uno puede pagar su renta, comer y vestir. Sí se puede vivir, pero no es un buen salario", apunta Luis, que aún así agradece que le dieran trabajo en el mismo centro.

Las voces del otro lado, en inglés, irremediablemente despiertan la nostalgia del país que dejaron atrás. "Hay veces que dolía más que otras; por ejemplo, el día de Acción de Gracias, cuando había preparaciones para eso, era un suplicio", cuenta Azul, que trabajó desde su casa en Mérida para una empresa con la que ya estaba contratada en EEUU.

Alfonso incluso llegó a atender a una vecina de Atlanta. "No le dije que era yo, nada más seguí la conversación, le ayudé, le expliqué y adiós. Pero me tocó hablar con esa persona y me sentí muy mal en ese momento. Da ganas de soltar todo ahí y regresarme a EEUU en ese momento", recuerda.

Todos quieren volver, ver a sus familias, pero no de cualquier manera. "No quiero regresar indocumentado", aclara Alfonso. "Sí regresaría si pudiera regresar bien: con un documento que dijera que puedo estar libre, sin problemas para trabajar donde sea y estar tranquilo, poder manejar bien y no estar pensando que voy a ver las luces azules detrás de mí. No regresaría ilegalmente, no".

Los deportados de Obama

42:45

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