¿Y qué nos tiene que decir el rey?
El rey lo tiene difícil. Cada año se le complica más el discurso de nochebuena y uno solo puede sentir solidaridad ante la circunstancia. Pasaron los buenos tiempos de las ilusiones compartidas: las de consolidar la democracia, hacer realidad el sueño europeo, conquistar nuevos derechos, sacar pecho ante el mundo con expos, olimpiadas y éxitos deportivos. Se acabó el enemigo común del terrorismo y ahora quienes horadan el sistema los tenemos dentro: en los partidos, en los sindicatos, en las instituciones...
Cualquier insuflo de esperanza se disolverá al instante, porque no damos más de sí después de cinco años de crisis. Los jóvenes no quieren palabras vacías, quieren hechos. Las contundentes proclamas, como que la justicia es igual para todos, están amortizadas: ya sabemos que no es así. Si se le ocurre hablar de la unidad de España pisará más de un charco; cualquier llamamiento a los partidos al diálogo y al consenso solo le conducirá a la melancolía; y como por un casual se le ocurra hablar del valor de la familia, con lo que tiene encima, arderán las redes sociales.
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En fin, quizá en algún momento del día se haya parafraseado a sí mismo al pensar en lo más íntimo: ¿Por qué no me callo? Pero ni eso puede hacer el hombre en fecha tan señalada. Es lo que tiene ser rey.
¿Y qué nos tiene que decir el rey?
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