Martina Hingis no quiere ser su madre
La historia de Martina Hingis con el tenis es un relato de amor-odio, lleno de idas y venidas. Es el cuento de cómo una de las jugadoras más talentosas de la historia se diluyó en su propio talento. Tras años apartada del tenis por un misterioso positivo por cocaína y una evidente falta de motivación, la tenista helvética ha vivido alejada del circuito, dejándose ver sólo en momentos puntuales.
Con apenas 16 años ganó su primer grande, era una niña que maravilló al mundo durante sus primeros años de tenis, sin embargo, la presión, las derrotas y las llegadas del otro tenis pudieron con ella. Su juego delicado y preciosista no pudo con la llegada del tenis de potencia, el de las Williams, el santo y seña, patrón del juego actual en el circuito femenino.
Hingis fue tenista desde bebé prácticamente, al igual que Nadal, fue una heroína de las que ya no quedan, que guiada con rigidez por su madre se perdió gran parte de su adolescencia y juventud a cambio de triunfar en el mundo de la raqueta. Sonadas fueron los enganchones con su madre Mónica, con la que rompió temporalmente en Wimbledon de 1.999, y que tuvo como resultado una traumática eliminación 6-2/6-0 frente a jovencísima Jelena Dokic.
En estos años ha pasado el tiempo entregada al ocio. Su vida la han ocupado el golf, los clinics de tenis en zonas deprimidas o de poca tradición y los saltos a caballo –motivados por su marido, jinete profesional-. En 2010 corrió el rumor de que podría volver por segunda vez a las pistas, pero esa idea se difuminó con el tiempo.
El pasado lunes saltaba la noticia de que volvía al tenis, pero en labores de entrenadora. Se encargará de asesorar a Anastasia Pavlyuchenkova, con quien ya coincidió temporalmente en la academia Mouratoglou. Se dedicará a ella a tiempo completo, aunque en principio el acuerdo tiene fecha de caducidad: Roland Garros. Precisamente el torneo que Martina nunca pudo ganar en individuales. Precisamente el trabajo que su madre realizó con ella.