Un sorteo lleno de caprichos
El Open Valencia es un torneo peculiar. Se juega en un museo, en pista rápida en una ciudad a nivel del mar y con gran tradición de tierra batida. Se lleva a cabo a final de temporada cuando la mitad de los jugadores andan algo cansados y la otra mitad están atosigados por lograr más puntos y pulir su ranking o entrar en la Copa Masters.
Si a esto le sumamos que sus dos dueños son dos jugadores locales y que uno de ellos se enfrenta a su último torneo en activo, lo normal es que el torneo depare situaciones inesperadas. Y así ha ocurrido. Juan Carlos Ferrero, exnúmero del mundo y copropietario del torneo encara esta semana uno de esos órdagos que supone intentar irse del tenis profesional ganando un partido.
El azar ha querido que su primer escollo, y quizás último de su carrera, sea Nicolás Almagro. Un designio que significa mucho. El jugador murciano entrena y hace vida tenística desde hace algún tiempo en la academia de Ferrero. Después de años de insatisfacciones, Nico encontró en Villena el lugar perfecto para tranquilizar su tenis. A partir de ahí fraguó una relación con Ferrero de maestro a primer oficial.
“El antídoto para frenar el saque de Isner me lo ha dado Ferrero” comentaba Almagro al vencer al gigante americano en las semifinales de la Copa Davis. Hasta ahí ha llegado la relación de dos jugadores de generaciones distintas y de filosofía de juego que nada tienen que ver.
La otra gota agridulce del torneo es el enfrentamiento que medirá en primera ronda a Fernando Verdasco frente a Tommy Robredo. El gerundense, en plena vuelta al circuito, se mide a un jugador tan o más necesitado que él de una buena actuación.
