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SER Historia: 'El nacimiento del mundo Asirio"

Asiria es una de las civilizaciones más espectaculares del I milenio a. C. Su redescubrimiento nace en el siglo XIX con la búsqueda de las ruinas de Nínive en el actual Irak

Héroe asirio procedente de las excavaciones de Botta

Héroe asirio procedente de las excavaciones de Botta

Destacó por la belicosidad de su ejército y la fuerza que mostraban las imágenes de los relieves en sus palacios

Apasionado por la historia bíblica, Paul Émile Botta, dedicaba gran parte de su tiempo a leer y releer los pasajes que describían los lugares descritos en el Antiguo Testamento, preguntándose hasta qué punto todas aquellas páginas podían tener un trasfondo real: "Se levantó Jonás y fue a Nínive, según la orden de Yavé. Era Nínive una ciudad grande sobremanera, de tres días de andadura. Comenzó Jonás a penetrar en la ciudad camino de un día, y pregonaba diciendo: De aquí a cuarenta días, Nínive será destruida." (Jonás 3, 3-4)

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Botta nació en Turín en 1802. En 1830 se incorporó como médico a la corte del rey egipcio Mohamed Ali.

En 1842, la política colonial francesa estaba en pleno auge. Día tras día, su frontera económica crecía a un ritmo vertiginoso, extendiéndose cada vez más por todo el Oriente Medio.

No eran extraños en Botta, esos arranques de euforia en los que montado al galope sobre su caballo, corría por las aldeas próximas preguntando de casa en casa a sus pobladores cuál era el lugar de procedencia de los muchos vestigios pétreos y cerámicos utilizados para la construcción de sus viviendas o simplemente si conservaban algún tipo de antigüedad. Por la zona, los pobladores recogían casi a diario decenas de ostraca con extraños signos cuneiformes perfectamente grabados. Todo era válido para escudriñar una mísera pista que le llevara a la legendaria Nínive, la ciudad que fue exterminada de la faz de la tierra por Yavé, debido a que sus reyes adoraban a dioses bárbaros y sanguinarios.

Botta, harto de esperar por una pista que parecía resistírsele, se inclinó por comenzar sus excavaciones sin ninguna orientación concreta. Así, decidió como lugar de su primera excavación la colina de Kuyunjik, no muy lejana de la ciudad de Mosul. Pero sus trabajos resultaron infructuosos. La mala suerte de su primera intentona como arqueólogo fue tal que en Kuyunjik no encontró ni siquiera el palacio de Assurbanipal (s. VII a. C.), edificio descubierto años después por otra expedición francesa.

En 1843, tras un año de búsqueda infructuosa la fama de las indagaciones de Botta, preguntando por la localización exacta de un lugar en donde hubiera piezas antiguas con esa extraña escritura en forma de pisadas de ave, llegó incluso a los pueblos vecinos a la ciudad de Mosul. Cierto día, se presentó en el despacho de Botta un aldeano que, como excepción que confirma la regla, simpatizaba con los colonizadores franceses. El hombre decía venir de una aldea cercana, Khorsabad, a 15 kilómetros al noroeste de Mosul y muy cerca del río Josr. Allí, afirmó, abundaban las piedras con las inscripciones que tanto perseguía el cónsul francés. Apenas habían hincaron el pico en la tierra, cuando comenzaron a surgir a la luz del sol muros gigantescos, relieves espectaculares, decenas de tablillas con inscripciones, esculturas enormes, y un largo etcétera que hacía revivir, por fin, el ocaso de una civilización hasta ese momento desconocida. El 1 de mayo de 1847, cinco años después del comienzo de las operaciones, el Museo del Louvre inauguraba, por primera vez en el mundo, una sala dedicada a la civilización asiria.

 

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