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Kurt Cobain

El adiós sin despedida de Kurt Cobain

El 8 de abril de 1994 Kurt Cobain se pegaba un tiro en la cabeza en su garaje de Seattle

Kurt Cobain actúa en un MTV Unplugged en 1993. / Frank Micelotta Archive / Colaborador (Getty Images)

Madrid

El 8 de abril de 1994 Kurt Cobain se pegaba un tiro en la cabeza en su garaje de Seattle. Llevaba meses con una conducta errática que mantenía alertados a sus amigos y familiares. Se había intentado suicidar, abusaba de las drogas y, según sostenía su esposa, solía ir armado.

Kurt Cobain tenía 27 años, una hija recién nacida y tres geniales discos de estudio que habían revolucionado el sentido del rock a principios de los años 90. A lo largo de los años se han creado multitud de teorías sobre su suicidio en respuesta a los muchos interrogantes surgidos sobre su muerte. La mañana del 9 de abril el mundo se despertó con la triste noticia. Otra leyenda del rock se despedía de forma brusca, inexplicable y dolorosa antes de cumplir los treinta años. Dejaba una nota, pedía perdón y deseaba suerte a su mujer y a su hija, nada más: ninguna excusa, ninguna razón. Kurt Cobain se mataba en la cumbre de su carrera, en la cima del rock, había creado un género, había puesto su ciudad en el mapa y se había matado, demasiados logros ante demasiado público. Recuerdo las lágrimas de una chica de mi barrio, recuerdo no haberlas entendido. Nunca le había conocido y probablemente nunca lo haría, pero esa música y esas canciones la habían acompañado en su adolescencia, le puso banda sonora a una etapa de su vida y ese es el gran poder de la música, crear paisajes sonoros que inmortalizan canciones y recuerdos, que los hermanan para siempre haciendo a esos músicos parte de nuestra historias.

Si Kurt Cobain no hubiera cedido a la depresión hoy hubiera cumplido 45 años. Sin aquel solitario disparo quizá no hubiera existido Foo Fighters, sin su muerte quizá el Britpop no hubiera sido tan grande ni tan refugio musical para los desamparados británicos. Cobain hubiera caminado siempre con su tristeza, con un matrimonio errático, con la presión musical de seguir en la cumbre. Si Kurt Cobain no se hubiera matado quizá no sería un mito, una leyenda de pelo rubio y mirada melancólica que se trasformaba en un mesías del rock al subirse a un escenario.

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