Una foto de mi padre
"Es la foto de un hombre que ya sabe y que, por tanto, no imagina nada"

Buenos Aires
Era, creo, el mes de enero y yo estaba en Madrid o en Cádiz, o quizás en Cartagena de Indias. Las geografías se funden en un viaje interminable en el que dejo jirones del ánimo, pero la soledad de los hoteles se compensa con los encuentros con amigos, la abulia de las horas muertas y el deambular peripatético por las ciudades con una gran película, de modo que una cosa va por otra. En todo caso, estaba en algún país que no era el mío cuando una persona conocida me envió una foto de mi padre. Se lo ve sentado en el banco de una plaza, en mi ciudad natal, ensimismado en la lectura de un libro que apoya sobre las piernas. La foto parece tomada a gran distancia. Es una escena pública, quien la tomó no estaba violando ninguna intimidad, pero al verla sentí un malestar al que no le encontré sentido hasta que me topé, días atrás, con un poema del uruguayo Gustavo Escanlar, llamado Una foto de mi padre a los veinticinco. El poema dice: “no se imagina nada/ no sabe que le esperan/ una mujer histérica/ un hijo maricón/ un trabajo sin éxitos/ una amante frígida y asmática/ (...) no se imagina todo eso porque tiene solamente veinticinco (...) / y tiene la fuerza del recién llegado/ (...) la fuerza del enamorado/ no se imagina nada”. La foto de mi padre es la de un hombre que ya sabe: ya sabe que lo esperaban una mujer que murió demasiado pronto, unas ansias de aventura que nunca fueron colmadas, una insatisfacción permanente, unos recuerdos con los que no puede lidiar, un pueblo demasiado chico en el que quedó anclado para siempre. Es la foto de un hombre que ya sabe y que, por tanto, no imagina nada. Al leer el poema de Escanlar me di cuenta de dónde provenía mi malestar: la foto de mi padre había dejado a la intemperie un deseo imposible: el de sentarme a su lado en ese banco de plaza, y mostrarle el camino hacia su propio corazón inexpugnable. Sólo que ni yo ni él sabemos cuál es ese camino.