Centralia, el pueblo que lleva ardiendo más de 60 años
Los cinco habitantes que se han negado a abandonar el lugar sostienen que todo es “un fraude”

Centralia, el pueblo que lleva ardiendo más de 60 años
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Hasta 1962, Centralia era un pueblo minero normal y corriente y sus casi 1.500 vecinos vivían en paz. Pero ese año, una veta de carbón se prendió mientras los bomberos quemaban basura en un vertedero cercano al pueblo e hizo que las antiguas minas se incendiaran. Nadie fue capaz de apagarlo. Centralia lleva más de 60 años ardiendo a 90 metros de profundidad y los expertos suponen que podrá seguir ardiendo durante 250 años más. Por eso ahora el pueblo solo lo pisan los cinco vecinos que se niegan a marcharse y los turistas que se acercan a echar un vistazo.
En las fechas en las que se produjo el incendio, Centralia era un pueblo en declive económico y nadie prestó mucha atención a las minas incendiadas. Fue a finales los años setenta cuando las autoridades empezaron a plantearse que los gases podían ser tóxicos para los vecinos. Sin embargo, el episodio que supuso un antes y un después ocurrió en 1981, cuando un niño de 12 años se coló por el hueco que se abrió en el suelo mientras paseaba por su jardín. Por suerte pudieron rescatarle pero se estableció una pequeña guerra entre los que querían dejar el pueblo y los que se negaban a abandonarlo.
Después de muchas discusiones, en 1983 se convocó un referendo. Por dos tercios de los votos ganó el bando que quería mudarse, así que el gobierno invirtió 42 millones de dólares en recolocar a los vecinos. Los 30 que se quedaron intentaron mantener una vida normal. Reuniones en el ayuntamiento, visitas a la única iglesia que quedó en pie y el intento, por parte de una vecina llamada Molly Darragh, de que todos los vecinos se reunieran por Acción de Gracias.
"Las personas que se fueron de aquí se sienten tan cercanas y son tan bienvenidas hoy como el día que se fueron. Ese amor sigue ahí. Crecimos con él", defendían los que se quedaron.
En 1992, el gobierno decidió definitivamente expropiar todas las casas y obligar todos los vecinos a marcharse. Y aunque se redujo el número de habitantes de Centralia, el pueblo siguió sin vaciarse del todo.
"He vivido aquí toda mi vida", contaba uno de ellos ante las cámaras y ante la pregunta de si dejaría su casa alguna vez. Ni siquiera atendían a los avisos de los expertos que alertaban de lo peligroso que era vivir con un incendio subterráneo acechándoles y con gases tóxicos emanando de la tierra cada segundo.
La estrategia gubernamental siguió por eliminar en 2002 el código postal del pueblo para evitar la correspondencia, y por cerrar la carretera de acceso por la que ya empezaban a llegar los primeros curiosos. Pero esto no hizo más que aumentar las ganas de los apenas diez vecinos que quedaban de aguantar, alimentados además por un montón de suposiciones y teorías de la conspiración.
"Es propaganda. Nos hacen tener miedo a las frambuesas y a todo lo que crece en la zona y es igual de bueno que cualquier otro lugar. Hablan de agujeros enormes que se abren y se tragan las casas. Es simplemente ridículo", defendía uno de esos vecinos.
Muchos pensaban, además, que todo lo relacionado con el incendio de la mina fue un fraude para poder expulsar a la gente de sus casas.
"Lo que el gobierno debería haber hecho cuando la mitad de la gente mayor empezó a mudarse fue un estudio sobre cuántos de ellos murieron dos años después con el corazón roto por haber abandonado las casas donde vivieron durante 80 años", apuntaba uno.
"Creo que podrían morir de aburrimientoantes que morir en el incendio de la mina", señalaba otro.
Las mediciones que registran temperaturas subterráneas de más de 700 grados y emisiones de gas desmienten estas teorías. Pero, aún así, hay cinco personas censadas que, todavía hoy, se niegan a abandonar Centralia.

Irene González-Higuera
Graduada en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid, ha desarrollado su carrera profesional...