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Inés Hernand: "La elección de la escuela concertada y la privada comenzaría la carrera por la desigualdad de la que pretendimos salir hace 40 años"

El estrés físico y mental de los profesores empieza a ser palpable en las aulas

Madrid

Hoy he tenido la suerte de asistir a una iniciativa que se hace en un instituto público de Madrid, el Beatriz Galindo, donde alumnos de otros institutos de la comunidad, e incluso comunitarios: algunos franceses y uno alemán debaten sobre diferentes temas hasta llegar a un acuerdo común. Tienen entre 14 y 18 años, se dividen en comités en diversos idiomas especializados por temas, representando a un país del mundo y defendiendo posición e ideología al que, tras un consenso, se redacta un acuerdo entre todos los participantes. He sido preguntada por si la democracia está en peligro, a qué retos se enfrenta la juventud española, cómo pueden informarse correctamente o qué herramientas tienen, cuál sería el orden social justo o si la polarización puede afectar a nuestro futuro.

Tengo que decir que me he ido de este encuentro con ellos gratamente sorprendida por el nivel de inquietud que tenían, porque no están desconectados de las cosas como quieren hacernos creer y porque sobre todo, necesitan que alguien les insista en la importancia de tener espíritu crítico y de pensar por uno mismo. Hablaba para ellos y casi me lo recordaba a mi misma: defender ciertas ideas, derechos o libertades puede ir de la mano de una ideología u otra, o de ambas, pero los partidos políticos no han de ser equipos de fútbol entre los que nos enfrentemos, sino espacios como los que estaban construyendo allí: debate mirándose cara a cara, escuchando para enriquecer tu postura en un sentido u otro, y lejos de un mundo violento que cada vez intentan promover más algunas posturas.

Son mucho más que eso, son una generación nacida en la crisis del 2008, a la que ha atravesado una pandemia mundial y muchos fracasos a su alrededor, que sienten el barullo ensordecedor del mundo digital y que necesitan faros de luz que no digan tonterías, que les inviten a pensar. La sociedad la hacemos todos, y ellos también necesitan ser escuchados. El continuar en la desesperanza está en juego, y tienen mucho que decir. Ellos y sus educadores. Esta iniciativa no sería posible si no se secundase y se promoviese por profesores y profesoras con compromiso y vocación, que apoyan la educación más allá de lo que les dicta el currículo, porque creen en la educación en mayúsculas. A ellos, a vosotros, gracias.

Recientemente se movilizaban los profesores en Madrid al grito de "Docentes en condiciones decentes" porque una educación pública que promueve iniciativas como esta, que insta al diálogo en vez de al portazo permite que nadie se quede atrás, que una generación instruida es una generación crítica y constructiva y que obviamente se someterá a momentos incómodos, pero desde la que construir. Los profesores están con un aumento significativo de horas lectivas que a su vez, impide la correcta preparación de las clases y por tanto con un alto estrés físico y mental que empieza a ser palpable en muchas aulas. No olvidemos que la alfabetización en nuestro país sea al 100% es gracias a nuestros docentes, cuando hace dos generaciones, la de mi abuela, en un alto porcentaje tenían que firmar poniendo el dedo porque las mujeres no sabían ni escribir.

La escuela pública es la garante de la igualdad a muchos niveles: socioeconómico, étnico, de sexo, religioso… sin embargo, en este proceso de estrangulación de recursos a la pública, la notoria elección de la concertada (ojo, también pagada en parte con nuestros impuestos) y de la privada comenzaría esta carrera por la desigualdad de la que pretendimos salir hace 40 años. Que protejamos la educación y a nuestros docentes, lo cuales tienen un papel clave en nuestra vida educativa es clave. Han de tener salarios dignos, decentes.

De verdad, la línea recta entre derechos humanos y una educación pública de calidad es más estrecha de la que creemos y docentes como Raquel, Rafael e Ignacio, comprometidos con sus alumnos y su desarrollo no solo académico, sino personal, han de tener condiciones justas porque ellos sí creen que el mundo puede cambiar empezando por las aulas. No a la desesperanza, sí a la educación. Aprovecharé también para dar las gracias a aquellas profesoras y profesores de la educación pública que también contribuyeron a que sea quien soy a día de hoy: Marisol, Miguel, Lola o Esther entre muchos.

Íbamos a salir mejores, y en efecto, lo haremos.

 

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