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'Vermiglio', la película italiana que muestra cómo la guerra afecta a lo más íntimo de una familia

La directora italiana Maura Delpero muestra en su película, que ganó el segundo premio en Venecia, a una familia en los Alpes italianos en el periodo de entreguerras

Maura Delpero, en la pasada edición de la Seminci de Valladolid / Miriam Chacón ICAL

Maura Delpero, en la pasada edición de la Seminci de Valladolid

Madrid

Pocos tenían en el radar el cine de Maura Delpero, directora italiana que había trabajado en el documental y que en Maternidad se acercaba al tema de ser madre dese de una perspectiva distinta. Su última película, Vermiglio, ganó Gran Premio del Jurado en el Festival de Venecia y fue una de las películas que más sorprendió a al crítica por su capacidad de unir lo íntimo y lo colectivo y de contar con pocas palabras el estado de una familia y de un país. “Lo privado permite contar desde la metonimia a la sociedad”, insiste Maura Delpero en una entrevista en la Cadena SER, que ha hecho una película coral y que establece en la hermana mayor de la familia el cambio social.

La directora tuvo un sueño premonitorio en el que aparecía su padre, recientemente fallecido, de niño, jugando con sus hermanas y en presencia de su abuelo “Fue epifánico, ahora lo sé. Fue una visita, la de un niño de seis años que se parecía a mi padre, estaba feliz, y fue un sueño muy agradable para mí, que además me llevó a Vermiglio, un pueblo en las montañas de los Alpes italianos donde él nació”. Ahí se fue a rodar esta historia que exploraba el pasado de su familia en un pueblo encogido en medio de las altas montañas, donde los niños y las mujeres vivían prácticamente solos en tiempos de guerra. “Empecé a escribir siguiendo esa línea. Al principio era algo privado, sobre mi infancia, sobre el pueblo, después me di cuenta de que había algo más en esa historia, estaba el duelo, estaba una manera de vivir y pensé, entonces, que tenía una película”.

Como hiciera Natalia Guinzburg en Léxico familiar, Vermiglio cuenta la historia de una familia numerosa, la del maestro del pueblo, uno de los pocos hombres que no fue a la guerra y que quedó encargado del orden y la supervivencia de los demás paisanos, salvaguardando una idea de mundo y de sociedad que se tambaleaba después de la guerra. “Quería mostrar la sensación de que había un mundo lejano del que solo quedaban las últimas esquirlas”. La directora ha reunido esos dos temas, uno íntimo y otro privado, la familia y la guerra y cómo las sociedades avanzan. “Me interesaba mucho este pasaje entre las guerras y la paz, porque refleja el paso de lo antiguo a lo moderno, del pueblo a la ciudad, de lo individual a lo colectivo”. En ese cruce de paradojas se encuentra la película que está contada desde la mirada de los niños y adolescentes de la familia. “Son los que más hablan en la historia y creo que me gustaba darles la palabra a ellos, porque dicen las cosas de forma más concreta, no tienen nuestros filtros. Pero además, esa decisión le quita solemnidad a la película”.

A través de sus miradas, sinceras y sin prejuicios, cuenta cómo la llegada de un soldado, que viene de la guerra, cambia la vida del pueblo entero, sobre todo de la hija mayor. Se enamoran, se casan y tienen un hijo. Si la película empezó como un homenaje al padre de la directora, acaba como una mirada de honor y respeto a las mujeres de aquella época. “La historia es circular, empieza con una cama llena de gente y acaba con una cama vacía. Empieza con una joven de la época y acaba con una mujer contemporánea”. A través de ese personaje, la directora indaga en las penalidades de las mujeres, obligadas a casarse, tener hijos, a cuidarnos, y a no tener otro destino que la familia y el hombre. “Al final, encuentra su espacio de libertad personal, donde poder fumar, donde poder estudiar, donde no tiene por qué estar con un hombre. Paradójicamente es un lugar de clausura, un convento, pero es que en el código de la época es lo único que le da la libertad”.

En el propio devenir del relato encontramos también una defensa de la educación, de la cultura y de posibilitar el acceso a ella para salir adelante. Como ha pasado en muchas familias humildes, no todos los hijos podían estudiar, había que elegir a quién se le pagaban, con esfuerzo, los estudios. Esa tragedia social se muestra también en Vermiglio. “Un mundo en guerra también necesita alimentar el alma”, insistía la directora. “Me hizo pensar en mi abuelo, que también como el personaje, era el maestro del pueblo. Una figura muy conectada con su realidad, con mucho interés cultural. Todo el mundo hablaba bien de él. Sin embargo, mientras mi abuela estuvo toda su vida en la cocina, él estaba en el bar fumando y charlando. Me gustó mostrar ese personaje que, ante nuestros ojos, es contradictorio”, explica sobre la mirada a los hombres de aquella época, incluso a los que hoy consideraríamos progresistas, en su trato hacia las mujeres y la sociedad.

Delpero sitúa a los paisanos a la misma altura, emputecidos por la grandeza, la frialdad y el peligro de esas montañas que los mantienen aislados del fascismo, de la lucha, pero también de cierto avance o progreso. Evita explicar nada en sus diálogos y se centra en mostrar la belleza de lo rural y de la vida cotidiana. Las camas, las cocinas, el campo, los animales… una vida que ya casi no existe, ni en las montañas italianas ni en el campo español. Un tema que preocupa a la directora y que añade una dimensión política a la película. “Todo cine es político, pero hablando de cine de autor, me parece importante que haya una escucha hacia las urgencias reales y personales, porque de ahí salen las cuestiones que nos mueven como seres humanos”.

Su cine recuerda al de Ermanno Olmi y al de la directora catalana Carla Simón, por su capacidad de abordar lo pequeño, lo sutil y hacerlo grande. Películas que están en peligro de extinción. “Son películas que la gente tiene miedo a financiar. Esta ha sido muy difícil, porque la hicimos con animales, con bebés, con niños, con nieve y todo en menos de seis semanas. Cuando el bebé llora es tiempo que resta. Además, no hay actores famosos. El premio en Venecia ha sido muy importante, además de un gran halago. Pero siempre he sido positiva, siempre dije e los productores y distribuidores que teníamos que confiar en el publico, que nuestro público existe. No hay que tener miedo ni desconfianza en el espectador”. Quizá tenga razón, pues una película pequeña e intimista, sobre una realidad concreta en Italia, ha viajado por todo el mundo.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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