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El histórico 'ex aequo' de los Goya que defiende un cine social y popular ante la crisis de las salas de cine

El cine de autor apenas saca la cabeza en unos premios que alzaron a dos de las películas de consenso del año

Los actores Javier Bardem y Eduard Fernández durante la entrega del Goya ex aequo a la ´Mejor película´ en la 39 edición de los Premios Goya. / EFE

Granada

Los premios son una ficción, decía hace unos días la cineasta Paula Ortiz, creadora de una de las películas del año, La virgen roja, explicando que cualquier galardón, aunque importante por el reconocimiento de la industria y escaparate al exterior, no deja de ser una construcción que todos nos hemos contado. Es preciso que nos recordemos que, a diferencia de los festivales de cine, los premios se votan mediante un sistema democrático y, tras ellos, coexisten un entramado de intereses, afinidades y gustos individuales imposibles de prever ante tal número de votantes, como los que condensan los Feroz o los Goya. No se puede señalar que los votantes se pongan de acuerdo, es imposible y falso señalar tal cosa. Lo que sí se puede es analizar algunas dinámicas, y vislumbrar cuál es gusto mayoritario de aquellos que votan. Los premios no pueden ser justos, seguimos con Paula Ortiz, directoras inteligentes donde las haya; sino políticos, en tanto que todos somos ciudadanos y votamos e influimos y ejercemos un poder con el voto de acuerdo a unas ideas y sentimientos, como en las elecciones, vaya. Por eso, no se puede decir que el ex aequo al Goya a mejor película, momento histórico e inesperado donde los haya, sea justo o injusto, pero sí que refleja un sentir mayoritario entre quienes tenían que elegir a las películas premiadas. La defensa de un cine bien hecho, que hable de cosas importantes y que llene las salas de cine en tiempos de plataformas y de redes sociales.

Este ha sido un año algo diferente a los anteriores, en tanto en que venimos de ceremonias que han apostado por el cine que ha conseguido viajar fuera de España y estar presente en los prestigiosos festivales internacionales, como As bestas, de Rodrigo Sorogoyen, La sociedad de la nieve, de Juan Antonio Bayona. La edición a 2025 nos recuerda a ese Goya a Campeones, el éxito de Javier Fesser, una película que llevó a mucha gente a los cines, con un tono bienintencionado y que consiguió cambiar incluso la forma en que se otorgan las ayudas a la producción. Las dos películas que han logrado el empate -algo totalmente legal, según las bases de la Academia de Cine- tienen algo del espíritu del filme de Fesser. El 47, de Marcel Barrena, y La infiltrada, de Arantxa Echevarría, son películas hechas dentro de ese cine medio, el que no tiene ni grandísimos presupuestos, pero tampoco se considera un cine independiente. Ambas han conectado con los espectadores por tocar una fibra sensible en la sociedad. En el caso de La infiltrada, hablar de ETA, desde el punto de vista de una policía que se hizo pasar por etarra, y volver a traer el conflicto en un momento en el que algunas fuerzas políticas lo utilizan a su antojo. Mientras que El 47 habla de temas actuales, cuyo origen estuvo en el franquismo, como fue el problema de la vivienda. Ambas son películas de época, recientes, pero de época, que conectan el pasado con el presente.

Películas con un enfoque de cine social, que trata de emocionar al espectador, y que son capaces de consensuar a espectadores menos politizados, al dejar fuera algunos matices más conflictivos. Por ejemplo, que la lucha contra ETA tuvo también sus claroscuros o que Manolo Vital, era militante del PSUC, sindicalista, y que no fue un héroe anónimo, que actuaba con otros comunistas para luchar contra el franquismo y el clasismo que la dictadura generó. Además, de optar por aprender catalán, una lengua casi prohibida con Franco. Así lo dejaba claro Barrena en su discurso, ese que dio un poco con susto, pensando que quizá alguien había leído mal el título de la película ganadora. No fue así, sino que Belén Rueda, tardó un par de minutos en ver los dos tarjetones dentro del sobre y la nota que advertía de que el premio era compartido. Muy bien salvado por parte de la actriz, con ayuda de Tamar Novas, que acabó llamando también al equipo del otro filme ganador.

Decíamos que los premios permiten observar gustos y tendencias mayoritarios y, una de las claves del resultado de anoche, fue que para los miembros de la Academia no había una clara favorita, pues ninguna de las dos películas arrasó. La infiltrada tan solo se llevó dos premios, película y actriz; mientras que El 47, se llevó cinco.

Ni Echevarría, ni Barrena, que ni siquiera competía, fueron los mejores directores del año. Lo fue Isaki Lacuesta y Pol Rodríguez por Segundo Premio, el filme indie que cuenta la leyenda de Los Planetas y que ganó en el Festival de Málaga. Los premios de guion fueron para Casa en llamas y La habitación de al lado, recordemos, el histórico León de Oro de Almodóvar en Venecia y Javier Macipe, director debutante con La estrella azul, se hizo un hueco en el cine español. Y ahí hay otra clave, ninguna de las ganadoras ha pasado por los festivales, pero eso no ha sido impedimento para conectar con los espectadores.

El reparto es evidente y eso solo significa una cosa, que la mayoría han coincidido en diversificar el voto, y que ninguna de las películas entusiasmó en exceso, como en otras ediciones.

Este es un premio a un cine medio, con mirada social y que tiene la vista puesta en el espectador. La academia prefiere, a juzgar por estos votos, un cine que nos haga pensar un poco, pero que no ponga patas arriba ni lo político ni lo estético. En los márgenes se quedaron películas como Salve María, Polvo serán, Volveréis o En la alcoba del sultán, un cine más rompedor, en lo político y en lo estético, al que cada vez le cuesta más existir y en el que no se suelen fijar ni las televisiones, ni los grandes grupos.

Nadie puede atender a criterios de justicia sobre el resultado de los Goya, pues no va de eso la cosa, pero sí de qué cine interesa o se quiere reivindicar. Antena 3 y Mediapro han sido las dos ganadoras de la noche en una gala que, tras años funcionando, se fue de las manos, con casi cuatro horas de duración, que se hicieron eternas, y con demasiadas actuaciones musicales. Sin embargo, como en toda ficción, un buen giro final se recordará más que todo lo anterior.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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