Opinión

Ciudades refugio

La resistencia a la ola reaccionaria que se extiende por el mundo desde Estados Unidos obliga a las ciudades a posicionarse sobre si van a proteger a sus ciudadanos vulnerables

Imagen exterior del Capitolio estadounidense, en Washington D.C. / Win McNamee

Imagen exterior del Capitolio estadounidense, en Washington D.C.

Madrid

La revolución ha empezado, pero no es la que esperábamos. No es contra la insoportable desigualdad económica que no deja de crecer en el mundo, ni contra la precarización de los trabajos para la mayoría de los jóvenes; tampoco para asegurar una vivienda digna para todos o para detener la destrucción del planeta por el calentamiento global. Esta revolución, en cambio, va de anular todo obstáculo para que los oligarcas de la tecnología sean todavía más milmillonarios y todopoderosos, de saltarse todas las leyes internacionales y de privar de sus derechos a todas las minorías y grupos vulnerables.

Sin embargo, es importante observar que lo peor no son las crueles, disparatadas y peligrosas ocurrencias del presidente Trump. Lo que debería preocuparnos todavía más es que hay una clara mayoría de estadounidenses que, hayan votado o no a Trump, se consideran completamente ajenos a las políticas progresistas de identidad, igualdad e inclusión, lo que lleva al Partido Demócrata a su peor valoración en muchos años. Datos que nos hablan de una ola reaccionaria que se extiende ya incontenible por todas partes. En el Reino Unido, las encuestas dan por primera vez en su historia a la extrema derecha de Nigel Farage (Reform UK) por delante de laboristas y conservadores. Y en España, el último barómetro 40dB de El País y la Cadena SER señala que Vox es ya el partido con mayor intención de voto entre los menores de 35 años.

De modo que la dimensión del cambio político y social que se nos viene encima -aunque no dejará de tener sus excepciones y su evolución- es de una dimensión vertiginosa y en la que pueden quedar pocos lugares donde escapar a su influencia. Pero hay que empezar a buscarlos, porque la tarea, también inaplazable, de escuchar a esa ciudadanía desencantada que se ha entregado a ese nacionalismo destructivo y de valores medievales para proponerles un objetivo más esperanzador y solidario llevará seguramente mucho tiempo. Desde luego, la tarea debería empezar por aceptar que algo de razón pueden tener cuando sienten que los partidos progresistas no han prestado suficiente atención al deterioro de la clase media y el empobrecimiento de la clase trabajadora. Al fin, como siempre, todo es una lucha de clases.

En Estados Unidos, mientras el Partido Demócrata intenta salir de su estado catatónico y elige un nuevo liderazgo, la lucha en las calles ya ha comenzado: #BuildtheResistance. También hay otra línea de resistencia en la que una docena de estados y centenares de ciudades a lo largo de todo el país se declaran “santuarios” para los inmigrantes indocumentados perseguidos por la administración Trump. La idea de esos gobiernos locales es la aferrarse a sus propias competencias para no colaborar con el gobierno federal en todo lo que se refiere a privar de derechos y protección social a todos los colectivos que el trumpismo ha puesto en la diana.

Está por ver qué fuerza tienen esas ciudades y estados rebeldes - ¡cómo íbamos a imaginar que tendríamos que utilizar para fines mucho más elementales el concepto acuñado por David Harvey hace años y que tanto ha inspirado a las izquierdas alternativas urbanas! - y, sobre todo, si funcionan los mecanismos de contención y contrapoder de los que tanto ha presumido siempre el constitucionalismo estadounidense.

Entre tanto, viendo la fuerza de la ola reaccionaria en toda Europa, nuestras ciudades deberían prepararse y posicionarse ante lo que viene. Porque en los próximos años, en las próximas elecciones locales en 2027, es probable que este sea el tema central de todas las campañas municipales: ¿Queremos una ciudad que proteja los derechos de los vulnerables, los perseguidos, los diferentes y defienda una vida en comunidad tolerante y solidaria sostenida por buenos servicios públicos? ¿O nos apuntamos al entierro del estado del bienestar y a una sociedad de sálvese quien pueda, es decir solo apta para los más poderosos? Hasta hace poco esto sería una distopía calenturienta. Hoy son las noticias de ahora mismo.

José Carlos Arnal Losilla

José Carlos Arnal Losilla

Periodista y escritor. Autor de “Ciudad abierta, ciudad digital” (Ed. Catarata, 2021). Ha trabajado...

 
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