RaMell Ross, director de 'Nickel Boys', la película tapada de los Oscar: "Las historias de los afroamericanos solo se han contado con violencia"
El director explica en la SER la elección radical del punto de vista en esta historia sobre las torturas a dos jóvenes negros en un centro de menores que adapta la novela de Colson Whitehead
Madrid
El cine y la literatura estadounidenses se han obsesionado durante décadas en lograr la gran novela americana. William Faulkner, Paul Auster, Phillip Roth, David Simon, Martin Socorsese. Hombres blancos heterosexuales han sido quienes se han acercado a ese relato global de un país que fue emblema de la libertad y del sueño americano, pero cuyos cimientos parecen estar en ruinas. Precisamente, los relatos que mejor reflejan el país en estos momentos de zozobra son aquellos que vienen de miradas disidentes: mujeres, como la directora Chloé Zhao, migrantes de segunda generación, como el realizador Lee Isaac Chung, o afroamericanos que han contado la violencia ejercida desde la fundación de Estados Unidos tanto en la literatura como en el cine. A la lista de directores como Barry Jenkins, Ava DuVernay, Ryan Coogler, hay que sumar ahora a RaMell Ross, que adapta la novela de uno de los es escritores que más ha hecho por destapar el racismo de su país, Colson Whitehead. En 2020 el autor de El ferrocarril subterráneo volvió a ganar el Pulitzer con Los chicos de la Nickel, libro que ahora lleva a pantalla Ross, cuyo único largometraje anterior es el luminoso documental de 2018 Hale Country esta mañana, esta noche.
En Los chicos de la Nickel contó los terribles hechos ocurridos en el reformatorio Dosier School, en Florida, que estuvo abierto 111 años, y donde se descubrió que se había enterrado a decenas de niños, la mayoría negros, torturados y violados. “La historia se intentó enterrar en los inicios. Es decir, hubo una investigación, salió en los medios nacionales y locales, pero no se difundió demasiado. Fue cuando Colson Whitehead escribió el libro”, explica el director en una entrevista en la SER. Nickel Boys es una de las sorpresas de las nominaciones a los Oscar. Ha logrado dos: mejor película y mejor guion adaptado. En Estados Unidos la ha producido nada menos que MGM, propiedad de Amazon Prime Video, y aquí en España todavía no tiene fecha de estreno. Este martes el director estará en la Academia de Cine presentando el filme.
“La película es un acto conmemorativo y también quiere ayudar a poner en tela de juicio los hechos y mantener su relevancia”. Para RaMell Ross, documentalista que debuta en la ficción con esta misma historia. Para él, el cine es un espacio de memoria, que puede dignificar a personajes que sufrieron actos horribles en el pasado y que conectan con la actualidad. “Cuando hacemos relatos históricos, la mayoría de las veces parece que fueron tiempos diferentes a los de ahora. Yo creo que no es tan cierto. Que tenemos mucho en común con nuestros antepasados, más de lo que creemos, incluso”.
El libro cuenta la historia de un joven afroamericano en el sur, Elwood, al que interpreta el actor Ethan Herisse, a punto de ir a la universidad, tras mucho esfuerzo por conseguirlo. En uno de los viajes a ese centro universitario, es detenido, confundido con un delincuente y trasladado a un reformatorio que acaba siendo un lugar oscuro. Su vida cambia en un solo instante y se adentra en el horror de un centro de tortura, donde convive con otros jóvenes de familias desestructuradas y traba amistad con Turner, al que interpreta el actor Brando Wilson.
Proveniente de la fotografía y del documental, el director no dudó en usar la ficción para contar esta historia. “El material original justificaba el enfoque, que mezcla ficción y algo de imagen documental. La ficción eleva la historia, su escala y su alcance”, nos dice. También tuvo claro que el punto de vista iba a ser subjetivo y, por supuesto, político. El espectador ve la oscuridad de esa escuela a través de los ojos de los dos protagonistas, cambiando de punto de vista en varias ocasiones. Mientras observamos, estamos mirando a través de sus ojos. Miramos hacia el cielo o sentimos un golpe en la cabeza o sentimos el calor de alguien que nos mira afectuosamente. “Quería que los dos personajes tuvieran la misma vida, la misma mirada, la misma vida interior que tenemos nosotros como espectadores. Me pareció que la mejor manera de hacerlo era darles la cámara. Casi hacer de la cámara un órgano de su cuerpo y permitir al público experimentar su vida al mismo tiempo que la película. Es como darle vida, de nuevo, a los chicos de la Nickel”.
Esa subjetividad que tienen estos personajes, dos chicos afroamericanos víctimas de la violencia estatal, ha sido negada a una parte importante de la sociedad. “Han estado ausentes en gran medida del lenguaje cinematográfico para las personas de todo el mundo que no son eurocéntricas, las que son personas de color y las que provienen de algunos de los países no europeos”, sentencia el director que toma una decisión radical a la hora de contar esta historia. La fotografía de Jomo Fray se fija en los pequeños detalles que miran los jóvenes. “Cuando miras desde tu punto de vista, hay un orden en el que aparecen detalles y eso da un significado concreto. Los detalles son sumamente importantes. Cuando usas una lente larga, con un enfoque poco profundo, esos detalles forman parte de la escritura. Es el equivalente a cuando alguien narra con su voz. Para mi es la mejor manera de entrar en el personaje”.
Quizá una de las decisiones más importantes y pensadas es el dejar fuera de campo la violencia que sufrieron las víctimas en esa escuela. “Desde el inicio de la historia del cine, las películas, especialmente aquellas con gente de color, han estado contadas con esa violencia. Las historias orales nos lo han contado así, los libros de historia también. Esa ha sido la imagen principal de todo un colectivo. No ha habido historia alternativa. Eso puede hacer que empieces a pensar que es algo normal, que está bien. Por eso pensamos que esta película era una oportunidad de hacer que la historia de la violencia se contara de otra forma. Porque la violencia es algo que va más allá del acto en sí, es el antes y el después. La violencia es sistémica y enorme”.
El trabajo de cámara en primera persona ha aparecido en pocas ocasiones a lo largo de la historia del cine. Por ejemplo, en la adaptación de Raymond Chandler de 1947 de Robert Montgomery, La dama en el lago. También La senda tenebrosa, que contaba una fuga de una cárcel en primera persona y solo cambiaba la perspectiva, cuando el fugitivo, Humphrey Bogart, se sometía a una cirugía plástica. Luego hay otros ejemplos, como El proyecto de la bruja de Blair, pero lo que vemos en Nickel Boys es completamente innovador y diferente, pues más allá de virguerías técnicas, hay toda una experiencia política en la decisión. Desde el guion, que firma el propio director, junto a Joslyn Barnes, se buscó algo mucho más profundo que un truco visual. Lo llama “perspectiva consciente”, una perspectiva en primera persona que no imita los ojos, sino que se acerca más a la sensación de estar dentro de un cuerpo.
El período de tiempo en el que transcurre la historia es a principios de los años sesenta. Por eso, las primeras escenas se cuentan desde la perspectiva idealista del joven Elwood, orgulloso de la lucha de sus hermanos y hermanas por los derechos civiles de los negros. También de su abuela, la actriz Aunjanue Ellis-Taylor y de su profesor, Jimmie Fails. Después, la película pasa a contarse desde los ojos de Turner, justo cuando repite una escena, la del enfrentamiento en la cafetería del reformatorio con otros internos.
Además, hay otra idea radical, la de que una película sobre el pasado sea actual. “Las películas que tienen lugar en el pasado reproducen la estética del pasado. Yo cuestiono la estética del pasado”. En ese cuestionamiento está también el contar las cosas desde otra perspectiva. En la época de Nickel Boys, las imágenes dominantes fueron creadas desde la mirada blanca, nunca desde la perspectiva de las víctimas. Por eso, para Ross es importante que ese archivo histórico se actualice.
La película está llena de metáforas e ideas visuales que trasladan una imagen nueva y diferente de los afroamericanos, del sur y de aquellos años, los años de las leyes de Jim Crowe, según las cuales los negros no podían entrar a los lugares reservados para los blancos. Entre las metáforas, aparecen animales, como caimanes. “Esas metáforas con animales abren nuevas ideas en los espectadores y explican también la relación de los humanos con el mundo real y su imaginación. Cuando aparece el caimán, quién vea la película puede pensar que es un presagio, que es simplemente un caimán, o que hay una intención oculta”. Se refiere el director a la idea de que en el sur, durante muchos años, los niños negros fueron utilizados como cebo para los caimanes. “Se llevaba a los niños a la playa y los caimanes salían y se los comían. Y luego capturaban al caimán para vender su piel y su carne. Es una locura pensar que eso ocurrió durante 200 años”.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...