Autorreferencia
“Me preocupa que haya invadido también el ámbito de la política y esté convirtiendo la gestión de la cosa pública en un género de ficción”
Por todas partes asoma lo autorreferencial. O sea, lo que se refiere a sí mismo.
El fenómeno abunda desde hace tiempo en la literatura, y es comprensible. ¿Para qué molestarse en escribir “Los miserables” o “Guerra y paz”, cuando el autor puede contar que escribe su novela en pijama, o que tiene acidez de estómago, o que ayer un vecino le negó el saludo? Lo mismo ocurre en televisión: lo que triunfa es poner a unos cuantos desconocidos ante una cámara, convertirlos en famosillos (porque salen en la tele) y dejar que hablen de sus cosas o que se griten.
Hablar de uno mismo es fácil. Y, en el caso de la tele, barato. Por otra parte, encaja con los tiempos. Estamos en la época del “yo” y de la “autopercepción”.
A mí la “autorreferencialidad”, perdonen el palabro, nunca me ha hecho ningún mal. Allá cada uno con lo suyo. Pero me preocupa que haya invadido también el ámbito de la política y esté convirtiendo la gestión de la cosa pública en un género de ficción.
Cuando un político pone gesto de Dama de las Camelias, se declara ofendido, se toma unos dramáticos días de reflexión y luego sigue como si nada, estamos en la autorreferencia. Cuando un político, o política, pone de moda la frase “me gusta la fruta” para sugerir, en un audaz salto metalingüístico, otra frase muy distinta, seguimos en la autorreferencia. Porque se trata de un teatrillo que puede entretener, o encubrir que entretanto se privatiza la sanidad, pero al ciudadano no le sirve de nada. Es comedia.
Yo entiendo que un presunto fraude a Hacienda, o la presunta violación del derecho a la intimidad del presunto defraudador, o la presunta participación en el asunto del fiscal general del Estado, tienen su importancia. Hablo del novio de Ayuso, por si hace falta aclararlo. Pero a mí ya no me interesa. Me he perdido. Soy incapaz de decidir quién dice las mejores mentiras. Es pura política autorreferencial.
Luego nos quejaremos cuando se ponga a mandar un tecnomagnate y nos meta la autorreferencia por donde más duele.
Me llamo Enric González. Les deseo un día despejado, en el que todos veamos más allá de nuestras narices.