Maruja Torres confiesa cuál es su "vicio" desconocido y que practica a diario: "Eso y poco más"

Madrid

A mi edad, se hace condenadamente difícil procurarse vicios nuevos. Llegar con la punta de la lengua al fondo del envase del yogur para rebañarlo, o apostar con mis amigas octogenarias a ver quién tarda más en enfilar el hilo por el ojo de la aguja. Eso y poco más.

Pero he descubierto otro. Buscar cada día, en las noticias, después de lo más atroz, lo más extravagante. Se trata de una tarea difícil que requiere desentrañar trabalenguas judiciales, agacharse para que las mentiras más descaradas y malévolas no te partan la crisma, hacerse a un lado para que la negación de la evidencia no te arranque una oreja y pasarse prácticamente la mañana con un colirio a mano para que no te ciegue la porquería procedente de acá y de allá.

Pese a todo, lo más estrafalario existe. Lo encontré ayer en la edición para América del diario El País, en donde se daba cuenta de que el Congreso de Perú, para tapar sus escándalos de violación y prostitución, ha prohibido a sus trabajadoras el uso de minifaldas y, en verano, de pantalones cortos.

Viniendo de sangrar con el doloroso documental sobre la sub-vida de las mujeres afganas que salía en la primera del diario, esta ocurrencia que han tenido los micropenes ardientes peruanos puede parecer una minucia.

No lo es. Hay que preguntarse, y éste debería ser el vicio cotidiano de todas y todos, por qué razón, por qué impotencia, por qué fracaso tantos homínidos con traje se convertirían, a la menor oportunidad, en talibanes.

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Y por qué las mujeres les molestamos tanto.