Pasarlo bien en Groenlandia

A mí también me gusta Groenlandia, la verdad, pero no sé qué podría hacer yo allí. Algo surgiría, supongo. Uno va a lo sitios y al final acaba entreteniéndose con cualquier cosa. Me haría amigo de un oso, que al poco jugando me mataría. Trump sabría sacarle más provecho a la isla. Me aparto de esa carrera. Ahora bien, ¿conseguirá quedársela? Cuando alguien amaga con hacer una locura, los que lo rodean suelen quedarse parados, preguntándose si se atreverá. Unos pocos se decantarán porque sí, y al resto le parecerá que ni un loco incurre en ciertos delirios. Creo que la posición correcta pasa por decir que todo es posible. En los ochenta, siendo un niño, acudí a la inauguración de la piscina de mi pueblo. «Alcalde, ¿puedo estrenarla?», preguntó uno de los vecinos. «Por supuesto», dijo el regidor. Todos sabían que Ángel no sabía nadar, y que no se tiraría. No estaba tan loco. Iba vestido de calle, así que se desnudó y saltó. Jefazo. Vimos que hacía gestos preocupantes, de desesperación, mientras se hundía. Quizás sí sabía nadar. Al fin alguien gritó lo evidente «¡No sabe nadar, se ahoga!». Nos volvimos al que iba a encargarse de cobrar las entradas y hacer funcionar la depuradora. «¡Sálvalo!», le pidió el alcalde. El hombre acató la petición y se arrojó al agua entre resoplidos de disconformidad. Tampoco sabía nadar. Fue un milagro que no hubiese muertos. Como lo será si no los hay a centenas cuando Trump tome posesión. Pero todo es posible.