Las fronteras
"Cuando éramos pacifistas, pensábamos que para meterse en una guerra no había que tener dos dedos de frente. Pero ya se nos ha olvidado que fuimos pacifistas"
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Barcelona
Con la misma palabra latina, hemos acabado diciendo en castellano frente y frontera. Por frente se entiende, a menudo, el frente de una guerra. Cuando éramos pacifistas, pensábamos que para meterse en una guerra no había que tener dos dedos de frente. Pero ya se nos ha olvidado que fuimos pacifistas. Nos sucede con las guerras y con las armas como cuando se coge un resfriado muy gordo, y uno se dice: voy a dejar de fumar, porque el tabaco mata. Y luego, pasado el mal rato, volvemos a las andadas. Sin embargo, es más fácil dejar de fumar que dejar de matar, que dejar de invadir países, que dejar de asediar ciudades, que dejar para siempre de bombardear colegios y hospitales. Tampoco existen parches antibelicistas para ponernos en la piel, ni hay programas del Gobierno para apoyar a quienes les gustaría dejar de seguir a los ejércitos, pero no se ven con fuerza de voluntad para ello. Los ejércitos ayudan en las catástrofes naturales, pero las catástrofes artificiales suelen ser cosa suya. Ahora, Alemania hace saber que va a establecer controles en todas sus fronteras, tanto en las de pobres (por donde pasan los migrantes), como en las de ricos (por donde entran los turistas). Por su parte, los millonarios llegan como siempre, no tienen fronteras. Este arrebato fronterizo de los alemanes es un efecto del auge electoral de la extrema derecha. De tal modo, comprendemos que, bien mirado, el pacifismo no es una cosa relacionada con los ejércitos, sino una manera importante de enfrentarse a la extrema derecha. Iba a decir de detenerla, pero se me han juntado en la cabeza Baretta con las esposas y la canción de David Civera. De crío, las fronteras que me gustaba atravesar eran las de los charcos. Por eso, las botas de agua se convirtieron en mis zapatos preferidos.