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Venecia 2024 | Un impresionante Eduard Fernández nos lleva en 'Marco' a reflexionar sobre la mentira y la memoria

El actor interpreta a Enric Marco, el español que fingió ser víctima del Holocausto, en una película que ahonda en cómo el relato ha suplantado a los hechos y en la amnesia colectiva de todo el país

Eduard Fernàndez en 'Marco' / CEDIDA

Eduard Fernàndez en 'Marco'

Venecia

Comprender el mal no significa justificarlo, sino darse los medios para evitar que vuelva. Y esa máxima es la que sigue Marco, la nueva película que Aitor Arregi y Jon Garaño, dos de los creadores de Handia y La trinchera infinita, han presentado en la sección Horizontes del Festival de Venecia. En ella no justifican lo que hizo, sino que ahondan en cómo pasó, en qué pasó y en qué consecuencias hubo para entender por qué en una sociedad como la nuestra se puso sostener esa mentira y cómo esa mentira fue muy útil. "Un tema de la película es la propia verdad. En estos momentos en los que parece que la verdad no importa, parece que es casi más importante cómo lo cuentas que quién te lo cuenta o quién sea el el dueño de la verdad", dice Garaño desde el Lido.

Vayamos por partes. En 1977 Franco llevaba dos años muerto y el país que había sometido y enjaulado despertaba sin querer mirar demasiado al pasado, o más, reinventando ese pasado. Muchos ocultaron su lado fascista, su colaboración con el régimen o su dejación y sumisión a él. Otros no tuvieron que ocultarlo, porque, la verdad sea dicha, tampoco parecía que fuese a pasar nada. La mayoría de quienes se crearon su propia historia era, o bien gente avergonzada de aquello que había hecho, o bien, arribistas que no querían perderse la fiesta de la democracia. Los describe muy bien el escritor Francisco Casavella en El día del Watutsi. Sin embargo, el caso de Enric Marco es diferente a todo ello. ¿Fue un impostor, un hombre con demasiado ego o un tipo que quiso ser más valiente de lo que en realidad era? A esas dudas nunca respondió el personaje, obnubilado por el foco de los massa media. A ellas se enfrentó el escritor Javier Cercas en El impostor, y algunos articulistas en su día. Y ahora lo hace esta película que utiliza este escandaloso acontecimiento para ahondar en la mentira, en la importancia del relato y en la memoria histórica.

Un impresionante Eduard Fernàndez se convierte en este hombre, Enric Marco, que en 1977 se reinventó a sí mismo. Había sido sindicalista, miembro de la CNT, y antifascista, pero en ese momento dio un paso más y contó que había sido detenido en Alemania e internado en un campo de concentración. Toda su vida mantuvo ese discurso. Toda. En casa, con su mujer y su hija y, por supuesto, en la Asociación de Deportados que presidió y lideró con bastante éxito y solvencia. Décadas después, en 2005, el historiador Benito Bermejo desveló que no fue así, que había mentido sobre su llegada al país y que no estaba claro que hubiese pasado días internado en Flossenbürg. "Tenía mucho material, mucho que ver y que mirar. Me volví un poco loco con este personaje en lo creativo. Es quizás el personaje más difícil y complejo que he hecho y me pilla en un buen momento", explica el intérprete, que sale de Venecia como firme candidato al Goya.

La actuación del actor catalán es una de las bazas del filme. Fernández duda, carraspea, se traba en su discurso, respira casi ahogándose en sus propias mentiras y hace que veamos a ese tipo carismático, con un dominio tremendo de la narrativa que consiguió que todos a su alrededor creyeran su historia. La interpretación, igual que la película, está llena de matices, de dudas, de explicaciones. "Por una buena causa", contesta el personaje cuando se le reclamaba el por qué de su traición. Para poder ser más convincente y efectivo para luchar contra la desmemoria y el antifascismo. Lo cierto es que eso lo consiguió. La asociación empezó a aparecer en prensa, a tener miembros, actividades, charlas en institutos a jóvenes que no sabían qué habían hecho los nazis. Sus palabras emocionaban, sus relatos ponían los pelos de punta. Los hechos que contaba no eran mentira, existieron, le habían pasado a sus compañeros de asociación, pero no a él. ¿Vale un buen relato, una ficción, más que el testimonio real? ¿Vale una mentira si el fin es noble? Platón dijo sí. Kant, que ni hablar. "Para nosotros la película precisamente tiene como varios juegos. Es un artefacto que juega un poco con lo que es la realidad, la ficción, cómo se representa la realidad hoy. Marco vivía en Barcelona, tenía una vida muy gris y de repente se da cuenta de que, contando una historia que no es verdad, consigue la admiración de la gente, consigue que la gente le quiera. Y eso es gasolina para Marco y quizás para muchos de nosotros también, es en lo que nos podemos parecer a Marco, que todos maquillamos un poco nuestra verdad", añade Garaño.

La narración se construye de manera lineal y muestra su vida íntima, pues su mujer y su hija parecían no saber nada. El montaje intercala imágenes de archivo, empezando por los propios campos, continuando por ese momento histórico en nuestro país, cuando Enric Marco acudió al Congreso de los Diputados, durante el gobierno socialista de Zapatero, para ser homenajeado, junto al resto de deportados españoles, la mayoría republicanos y todos abandonados por el régimen fascista de Franco y después por los gobiernos democráticos de Adolfo Suárez, Calvo Sotelo, Felipe González y José María Aznar. Su poder de convocatoria era tal que logró que el mismísimo Zapatero acudiera a las ceremonias conmemorativas de los 60 años del fin del nazismo en Mauthausen. Allí se descubrió todo. Estaba previsto que diera el discurso, pero su texto lo leyó otro deportado, Eusebi Pérez. Una muestra de cómo el trabajo de Marco benefició a la asociación, a las víctimas de verdad, pero cómo se basaba en una mentira.

Marco puede ser leída como una biografía colectiva de España. Lo dice el personaje en una ocasión, todo el mundo miente. Y es cierto. Dice Cercas, a quien el personaje vitupera en una de las presentaciones del libro, que la democracia en España se fundó sobre una mentira colectiva y que, por tanto, no hay que extrañarse de mentiras individuales. Quizá la lección que también nos deje la película es que esto pudo ocurrir por dos cosas, porque nadie cuestiona los testimonios tan desoladores o porque vivimos en un país donde la ignorancia sobre nuestro pasado es casi algo de lo que presumir. "En los 60 y 70, enlazando también con lo que decía Javier Cercas sobre que en la Transición este país se reinventa, de repente todos han corrido delante los grises, todo el mundo ha sido antifranquista. Entonces yo creo que hay un punto de unión con la creación del personaje llevado a un extremo enorme, pero la creación de un pasado está ahí y también es bastante metafórico", concluye Arregi.

 
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