Pedro, danos más gasolina

Hubo un tiempo en que la política era cosa de hombres grises en trajes cruzados, graves varones que reñían por un punto y coma mal puesto en la ley hipotecaria. Gentes que lo primero que oían al nacer eran las palabras de los médicos: “Felicidades, señora. Ha tenido usted un precioso subdirector general de la Administración”. Hubo un tiempo, sí, en que la política era un aburrimiento. Pero desde los peregrinos a Ferraz hasta el último votante de la Comunión Tradicionalista Carlista reconocerán que con Pedro llegó el espectáculo. Que Pedro nos ha traído la gasolina.

Y yo lo confieso: tras haber vivido sus cinco días de retiro como cinco días de ronda de penaltis, todo en política se me hace política desnatada. Como periodista, uno ha vivido sus jornadas de reflexión como quien vive la retirada de Vietnam o la proclamación de una república: pensando ya qué contarle a los nietos. Y ahora, desde que Sánchez rompió su silencio, la vida se ha convertido en una sosez, en una desgana, una especie de poscoito interminable. Creo que solo Puigdemont cruzando los Pirineos lograría llamarme la atención y levantarme los ánimos. No llevamos ni una semana desde que Sánchez nos consideró dignos de su presidencia y el clamor se forma solo sin quererlo: Pedro, danos más gasolina. Aunque a veces también me entra una cierta sobriedad y me pregunto si cuando la política es más aburrida no será porque las cosas van mejor.