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Ocio y cultura

José Sacristán sube al escenario para coleccionar las herencias que recibimos y el legado que dejamos

Hablamos con Pepe Sacristán y Ana Marzoa, protagonistas de 'La Colección', una obra sobre las herencias, el paso del tiempo, el deseo, el amor, la vida y la muerte. La coreógrafa Poliana Lima explora también las herencias culturales que moldean nuestra identidad. Rescatamos el legado de Helen Keller y revisitamos cuatro clásicos a través de la ópera

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La cultura -se lo hemos dicho tantas veces- es toda expresión artística que recoge lo que somos. Somos fruto de lo que fuimos, seremos fruto de lo que somos hoy. Como advierte Juan Mayorga, "todos los seres humanos somos contemporáneos, sea cual fuere el momento en el que nos tocó estar por aquí. Cada ser humano es responsable de todos los demás, incluso de los que vendrán, de los seres humanos futuros". El dramaturgo acaba de estrenar 'La Colección' en el Teatro de La Abadía y coincide con una experta en esto del coleccionismo, Juana de Aizpuru, que en una Feria de ARCO decía que "tenemos la obligación, también los españoles, de dejar vestigio de lo que se está haciendo en nuestra época, ya que hemos heredado de nuestros antepasados un patrimonio histórico tan extraordinario. Sería una vergüenza que nosotros no dejáramos nada de nuestra época".

Este es un poco el sentido de este episodio de La Hora Extra, en el que nos preguntamos qué herencias hemos recibido de nuestros antepasados y qué legado estamos dejando a las futuras generaciones. Un arca de la civilización, de nuestra cultura, una colección de cosas que merecen ser salvadas: "heridas, alegrías, fracasos, aciertos, olores, la vida", como advierte Zaira Montes, una de las protagonistas de nuestro primer encuentro.

Juan Mayorga acaba de estrenar La Colección en el Teatro de La Abadía, que dirige. Una obra escrita hace años y que surgió de una entrevista que leyó a dos coleccionistas alemanes, un matrimonio de ancianos sin descendencia que se preguntaba por el futuro de su colección. Es una obra sobre el deseo, que es el gran asunto del teatro, ya que los coleccionistas son seres deseantes. Una pieza que trata también el paso del tiempo, la herencia, el matrimonio, sobre el amor y la muerte. De todo ello hemos hablado con dos de sus protagonistas, José Sacristán y Ana Marzoa.

Poliana Lima y The Common Ground, una búsqueda de la comunidad en la diversidad

Sacristán y Marzoa son amantes de grandes compositores como Johann Sebastian Bach y Bach es una de las muchas músicas que han inspirado la pieza de nuestra siguiente invitada. Poliana Lima (Brasil, 1983) es coreógrafa y bailarina y estrena estos días en España, primero en Barcelona y luego en el Centro de Cultura Contemporánea Condeduque de Madrid, The Common Ground, una obra que habla de lo diverso y de lo común, de cómo esa herencia cultural que ha recibido cada uno, impacta en nuestra identidad. Hemos hablado con Lima y con Natalia Álvarez Simó, la directora del Condeduque.

Poliana Lima

Poliana Lima / Cedida Conde Duque

Poliana Lima

Poliana Lima / Cedida Conde Duque

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¿Quién eres y qué lugar ocupas en el mundo?

Poliana: Uff, creo que la pregunta de quién soy y el lugar que ocupo es la pregunta realmente motor de mi proceso creativo. Uno se hace esta pregunta justamente cuando no sabe y o no se siente representado en el mundo o no tiene un lugar. Estoy formada por pequeñas identidades, esos pequeños posicionamientos, por nacer mujer y en un país periférico como Brasil. Con periférico no quiero decir que valga menos, simplemente que no es el centro del discurso del poder. Vengo de una familia de origen obrero, pero que tuvieron su desarrollo como clase media. Estudié sociología y baile, porque siento que la danza es el arte de la transformación.

The Common Ground está interpretada por seis personas, la mitad de ellas racializadas y 4 de ellos migrantes en España. ¿No somos todos racializados, herederos de migraciones?

Poliana: Una pequeña corrección. Uno de los bailarines, brasileño, por circunstancias de la vida no puede estar con nosotros y me he metido yo a bailar, que normalmente no lo hago cuando dirijo. Estoy encantada. Así que tengo a dos personas que son racializadas y cuatro personas que no. Cuatro migrantes y dos españoles, un canario y una vasca. Yo creo que migrantes y herederos de mezclas culturales somos todas. No sé, todos descendemos de una única célula, los animales y las plantas, que en algún momento se dividió en células diferentes. Ahora bien, como militante antirracista, racializados no somos todos. Yo no soy racializada, soy una mujer blanca de Brasil, migrante. Con una serie de opresiones que pueden caer sobre mí, pero no es lo mismo que ser una persona negra o una persona con rasgos indígenas, que al entrar en un sitio ya no te dan un trabajo. O sea, ya hay una cadena de presiones que se aplica a una persona racializada, que yo como blanca no paso. No es el tema de mi trabajo, pero para mí es muy importante atender que los cuerpos están cruzados por muchas culturas, en términos de migración, tienen un recorrido geográfico diferente.

Es una pieza sobre cómo se conforma nuestra identidad, esas herencias culturales. Cómo reímos, qué comemos, cómo celebramos nuestras fiestas, bailamos, la sexualidad. Todo eso está en el ADN de nuestra identidad

Poliana: Claro, yo creo que somos seres totalmente plásticos, o sea, un mismo bebé nace aquí y habla español, pero el mismo bebé nace en el mundo árabe y habla árabe. Lo que nos caracteriza es la la plasticidad y que tú absorbes todas estas costumbres. Seguimos siendo plasticidad, seguimos siendo transformación y para mí el problema es cuando uno cree su forma de hacer las cosas es más valiosa o más importante que la del resto. Yo siento que el mundo es un lugar de diversidad. Yo creo que comunidad no existe sin diversidad.

¿Hay también un mensaje desconolizador? Uno de los grandes debates de hoy.

Poliana: Eso está en nuestros cuerpos. En Oro Negro, mi anterior montaje, hay un momento en el que me bajo el pantalón y muevo el culo, esa carne blanda que poseemos todas. Llevo un tanga dorado. Y es un guiño a cómo se percibe un cuerpo que pertenece a un territorio, sobre todo en cuanto al sexo. Recuerdo que una programadora del norte de Europa me dijo que cosificaba mi cuerpo, porque habito lo erótico. Mi cuerpo ha crecido en Brasil, un país con cristianismo a saco, pero Brasil tiene también diáspora africana a saco y la relación de África con el sexo no es la misma que la cultura cristiana. Para la diáspora y para Brasil el sexo no te humilla, si tú deseas, mueves tu culo, bailas y te rozas con alguien, esto no te humilla, no sé si me explico. Que una mujer desee, no es humillante. Hay un puritanismo en Europa que lleva a una programadora a sentirse en el derecho de preguntarse si yo cosifico mi cuerpo, porque ella se siente más heredera del feminismo que yo. Hay una manera la manera blanca de entender el cuerpo de la mujer. Por darte un ejemplo estratosférico: ¿Beyoncé se cosifica?

¿Cómo se traduce todo este discurso en la programación del Condeduque, Natalia?

Natalia: Yo siempre intento, a la hora de conformar un programa, no solo ver cuáles son las inquietudes, qué es lo que está pasando ahora en nuestra sociedad o de qué se habla, sino también que el escenario es un reflejo de la sociedad en la que estamos viviendo. Tengo una programación que tiene que reflejar quiénes estamos todos en el metro o en la calle caminando. Intento reflejar distintas identidades, distintas procedencias geográficas. Ahora mismo tenemos Espacio POM, un espacio de encuentro y mediación para que los jóvenes y adolescentes vengan a bailar. Es un espacio libre con esa mezcla de danza popular o de danza de más de masas. Dentro de un mes tenemos Via Injabulo, dos coreógrafos, una senegalesa y un portugués y que coreografían para una compañía sudafricana. En mayo ponemos el foco sobre un filósofo que se llama Mark Fischer, sobre qué es la cultura popular. Vamos a estrenar pieza de Israel Galván, una mezcla de todos los flamencos. Van a estar El Niño de Elche, Rocío Molina, Andrés Marín y Yeray Cortés juntos. Apoyar a los jóvenes y abrirnos al mundo que va a ser.

Foto de archivo de Natalia Álvarez Simó

Foto de archivo de Natalia Álvarez Simó / CADENA SER

Foto de archivo de Natalia Álvarez Simó

Foto de archivo de Natalia Álvarez Simó / CADENA SER

La herencia y el legado de Helen Keller

El Centro Dramático Nacional lleva estrenando una serie de obras que cuestionan las narrativas oficiales que hemos heredado, historias locales en las que se cruzan la memoria colectiva y la experiencia personal. La última es Helen Keller, ¿la mujer maravilla? La compañía Chévere nos descubre o nos recuerda quién era esta mujer, convertida en una celebridad mundial al ser la primera persona sordociega en obtener un título universitario, en 1904, en Harvard. Un ejemplo de superación de la discapacidad, cuyos logros y facetas de su vida -comunista, rebelde, disidente- han sido ocultados. Hay hasta una campaña en change.org para eliminarla de la historia.

Keller siempre quiso hablar de las injusticias, del feminismo, de lo aplastados que están los niños en el mundo, de la esclavitud infantil. "De un montón de cosas a las que empeñó su vida, temas centrales, aunque los medios y la sociedad nos empeñábamos en poner el centro su discapacidad", explica la compañía gallega. De ahí surge este espectáculo de teatro documental, que analiza todo este proceso de memoria colectiva y que además es accesible tanto para personas oyentes, como sordas y ciegas.

Durante el proceso de investigación y documentación, en el que todos han aprendido la lengua de signos, han acudido a sus cartas y archivos personales conservados en Estados Unidos. En España hay muy poco publicado sobre ella, pero nuestra experta en cartografías, Laura Pilerom ha indagado en la historia de esta mujer olvidada, quizá por pertenecer a Partido Socialista y a un sindicato revolucionario, Por ser una de las principales líderes de la oposición a que Estados Unidos interviniera en la Primera Guerra Mundial.

Clásicos del cine, la literatura y la música: cuatro óperas que incluir en la colección

Dice el director de escena Robert Wilson que la ópera es el arte más inclusivo: "la ópera es filosofía, arquitectura, danza, música, poesía". Wilson ha estrenado anoche en el Liceu de Barcelona El Mesías, el oratorio de Händel con partitura arreglada por Mozart. El director no entiende el teatro sin humor y subraya la luz que consiguió aportar Mozart con la partitura. "Provocar la risa en el público es la esencia del teatro, un teatro que es una invitación a parar el tiempo en este mundo tan acelerado y ansioso, obsesionado con la inmediatez, sin tiempo para pensar o soñar".

Escena de 'El Mesías', de Robert Wilson / © Lucie Jansch

Escena de 'El Mesías', de Robert Wilson / © Lucie Jansch

Para terminar tenemos diferentes adaptaciones teatrales de obras audiovisuales o llevadas al cine y que queremos incluir en nuestra colección. En primer lugar El ángel exterminador, la obra del compositor Thomas Adés basada en la película homónima de Luis Buñuel, de 1962. La pone en escena Calixto Bieito, que acaba de estrenarla en la Ópera de la Bastilla de París, donde ha hablado con la Agencia EFE. El escenario ideal para traspasar a la actualidad esta fábula apocalíptica de Buñuel. Doce solistas para un total de veintiuna voces se encierran con el espectador en este comedor.

Escena de &#039;El ángel exterminador&#039;, de Calixto Bieito

Escena de 'El ángel exterminador', de Calixto Bieito / Agathe Poupeney

Escena de &#039;El ángel exterminador&#039;, de Calixto Bieito

Escena de 'El ángel exterminador', de Calixto Bieito / Agathe Poupeney

De París al Teatro Real de Madrid, de Buñuel a Almodóvar y su cortometraje La voz humana, sobre la situación de una mujer abandonada, sola, al borde de la locura. ¿Hasta dónde podemos llegar por amor? ¿Qué somos capaces de hacer para no hacer frente a la realidad? El dramaturgo francés Jean Cocteau supo reflejar como pocos la crueldad, el sadismo y la dependencia a la que nos puede llevar una relación. Él mismo lo sufrió tras la muerte de su pareja, Raymond Radiguet, y así lo reflejó en La voz humana, un texto que hemos visto incontables ocasiones en cine y en teatro y que el maestro francés Francis Poulenc convirtió en ópera. Un texto muy recurrente también para el cineasta manchego, que ha adaptado en 'Mujeres al borde de un ataque de nervios', 'La ley del deseo' y en su primer corto en inglés, en el que Tilda Swinton daba vida a la mujer abandonada.

Rossy de Palma (Marthe / La mujer), Ermonela Jaho (Elle), Malin Byström (Eine Frau)

Rossy de Palma (Marthe / La mujer), Ermonela Jaho (Elle), Malin Byström (Eine Frau) / Cedida

Rossy de Palma (Marthe / La mujer), Ermonela Jaho (Elle), Malin Byström (Eine Frau)

Rossy de Palma (Marthe / La mujer), Ermonela Jaho (Elle), Malin Byström (Eine Frau) / Cedida

La voz humana se presenta junto a La espera, de Arnold Schönberg. Casi 50 años separan una obra de la otra y que el director de escena, Christof Loy, ha querido presentar en orden cronológico inverso. Dos obras protagonizadas por mujeres que indagan en el dolor punzante de una separación, el desamor, los celos y el miedo, a la soledad y al silencio. La voz humana y La espera comparten contenido, pero nada en lo estrictamente musical. Como nexo entre ambas, el monólogo 'Silencio', creado por Loy y Rossy de Palma a partir de textos de Oscar Wilde, Bertolt Brecht y de la propia actriz. Un intermedio que realza la fuerza de las dos óperas y en la que la protagonista, Marta, es el único personaje con nombre de las tres obras.

Rossy de Palma debuta en el Teatro Real con Silencio y aboga por &quot;otra manera de amar que nos haga sufrir menos&quot;.

Rossy de Palma debuta en el Teatro Real con Silencio y aboga por "otra manera de amar que nos haga sufrir menos". / Javier del Real

Rossy de Palma debuta en el Teatro Real con Silencio y aboga por &quot;otra manera de amar que nos haga sufrir menos&quot;.

Rossy de Palma debuta en el Teatro Real con Silencio y aboga por "otra manera de amar que nos haga sufrir menos". / Javier del Real

La obra ofrece una nueva visión femenina sobre el amor y el desamor. "Ya no queremos sufrir tanto", decía la actriz, "estamos aprendiendo a amarnos a nosotras mismas, que es por donde deberíamos empezar a amar siempre".

Y terminamos donde empezábamos, en el Teatro de La Abadía, a donde acaba de llegar, después de un largo viaje por ciudades de toda España, El Verdugo, adaptación teatral con marionetas de la película que en 1963 firmaron Luis García Berlanga y Rafael Azcona. Ángel Calvente y su compañía El Espejo Negro dirige esta propuesta que destila humor amargo y desgracias ajenas, es una comedia negra. En palabras del director, "es un feroz alegato contra la pena de muerte y una revisión de los años 60. Es una mirada hacia atrás, de lo que no se debe hacer, como hipotecar tu vida. Porque todo no vale por tener un piso, un colchón mejor y dos pagas el 18 de julio". Para Calvente, esa España de los 60 debería quedarse donde está, "no como mucha gente que quiere que vuelva. Aquí estamos para que no suceda y para hacer teatro en libertad", subraya.

José Luis, Amadeo y Carmen en El verdugo | Foto: El Espejo Negro

José Luis, Amadeo y Carmen en El verdugo | Foto: El Espejo Negro

José Luis, Amadeo y Carmen en El verdugo | Foto: El Espejo Negro

José Luis, Amadeo y Carmen en El verdugo | Foto: El Espejo Negro

El Verdugo está nominada a los Premios Max 2024 como mejor adaptación.

Núria Espert, Premio Max de Honor 2024
 
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