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"Mis hijas crecieron sin mí": el activista Bernardo Caal ha pasado cuatro años en prisión por su defensa del río Cahabón

Caal lidera la lucha de la comunidad Quekchí en Guatemala contra la explotación de las grandes empresas. Preso de conciencia, llegó a temer que lo asesinaran en la cárcel

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El río Cahabón, sagrado para la comunidad Quekchí de la región de Alta Verapaz, en Guatemala, está bajo amenaza por la construcción de varias centrales hidroeléctricas. Una de las empresas involucradas es la española ACS de Florentino Pérez. El líder quekchí Bernardo Caal ha estado años luchando contra los megaproyectos para exportar energía a base de privatizar sus ríos, y por ello ha pagado un alto precio.

Además de haber pasado los últimos cuatro años en la cárcel, el Estado le quitó su trabajo como maestro e incluso ha llegado a temer por su vida. “Cuando empecé a ver la persecución, la difamación, el descrédito que me estaban haciendo en todos los medios de comunicación en Guatemala y por parte de la justicia del Estado, pensé que me podían asesinar, pero prefirieron encarcelarme”, cuenta.

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El Ministerio Público y los jueces prefabricaron las pruebas contra él, como reconoce la organización Amnistía Internacional, que le considera un preso de conciencia. Caal explica que se interpuso en el paso de una camioneta con otros compañeros y se llevó los costales de cables que transportaba. Por esa sustracción le sentenciaron a seis años de prisión por robo agravado y otro año y cuatro meses por retenciones indebidas. “Amnistía Internacional estudió el expediente y publicó que no había delitos por los que perseguirme y encarcelarme. Por eso me declaró el primer preso de conciencia en Guatemala después de 36 años de guerra que vivimos en el país”.

Bernardo Caal cumplió cuatro años de esa condena en el Centro Preventivo de Cobán, donde la mayoría de presos son quekchíes como él. “Tenía cuidado de que pudieran hacerme algún daño y hasta asesinarme”, recuerda, y agradece a las organizaciones que estaban pendientes de él y le protegieron con su denuncia internacional.

En la cárcel empezó a impartir clase a los presos analfabetos. Cuando finalmente recuperó su libertad, lo primero que hizo fue bañarse en las aguas del río Cahabón que tanto le costó proteger. “Era lo que más extrañaba”, dice. “Fui a saludar al río cuyo secuestro y tortura por parte de estas empresas habíamos denunciado”.

El mayor daño que le han hecho, lamenta, es haber perdido parte de su vida familiar. “Mis hijas eran pequeñas y no se dormían si yo no les contaba un cuento. Cuando me capturaron se rompió ese lazo. Ya no conversaba con mis hijas todas las noches y crecieron sin mí. Cuando salí de prisión tras casi cinco años ya eran muy grandes. Eso es muy doloroso y muy traumático”, algo de lo que reconoce que no se podrá recuperar a pesar de la terapia psicológica.

Caal cree que las guerras no están solo en los conflictos armados que captan toda la atención, como los de Israel o Ucrania, sino también en “la guerra de dejarnos sin agua”. El activista describe el ataque que sufre su comunidad como “una muerte paulatina porque se empobrece a las comunidades por donde pasa el río Cahabón”. Su pueblo está teniendo que emigrar para buscar oportunidades y los defensores como él sufren enormes represalias por su lucha.

 
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