Robin Campillo: "El poscolonialismo francés sigue de alguna forma en una parte de la población y en los políticos"
El realizador francés de origen marroquí estrena 'La isla roja', un drama sobre sus recuerdos de infancia en una base militar de Madagascar en los años 70. El español Quim Gutiérrez y Nadia Tereszkiewicz, una de las actrices de moda del cine francés, son los protagonistas
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La actriz Nadia Tereszkiewicz, el director Robin Campillo y el actor Quim Gutiérrez en San Sebastian / Photo by Carlos Alvarez/Getty Images) / Carlos Alvarez
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Madrid
El cine francés lleva los últimos años haciendo una especie de mea culpa sobre los años de colonialismo. Diferentes directores desde diferentes perspectivas han examinado el pasado de su país, especialmente su presencia en regiones africanas. Lo ha hecho, por ejemplo, Robert Guédiguian, siempre comprometido con las causas sociales, en Mali Twist, u Omar Sy, protagonista de Padre y soldado. Ahora es Robin Campillo, realizador francés de origen marroquí, quien bucea en su infancia como hijo de un militar del Ejército del Aire francés destinado primero en Argelia y después en Madagascar. Por tanto, su historia es la de un niño marcado por las decisiones geopolíticas de Francia.
"Inicialmente era lo mismo que con 120 pulsaciones por minuto. No tenía intención de explorar mi vida. Lo que me interesa es la ficción y nunca quise hacer estas cosas, películas autobiográficas, pero le conté a mi coguionista Gilles Marchand esta historia que viví de niño, donde mi madre me hizo un disfraz de Fantômette. Yo era un superhéroe y salía de noche a una base militar de Madagascar disfrazado del justiciero que era y entonces mi pareja me dijo que era una experiencia bastante particular ¿No crees que hay una película detrás de todo esto? Y tiré de ese hilo para esta historia con la que me interrogo sobre la percepción tanto de la familia como del colonialismo", reconoce Campillo en conversación con la Cadena SER sobre el origen de este proyecto a partir de sus vagos recuerdos.
En La isla roja el autor de la maravillosa 120 pulsaciones por minuto vuelca su mirada nostálgica a aquella época de cambio, la de un joven introvertido que se refugiaba en los relatos de los cómics de Fantômette, la heroína francesa de los años 60. El realizador toma la mirada inocente del niño, su imaginación y ensoñaciones, para despojarse de sus difusas vivencias e ir narrando a través de las dinámicas familiares la falta de conciencia con el colonialismo. Todo el universo que rodea al joven ha normalizado esa vida, llegar a un país, implantar su visión y sus modos, y marcharse cuando les digan. Le roban sus recursos, pero también su cielo y su alegría, dice Campillo. "Algo increíble es que cuando tratamos con los recuerdos de la infancia, en realidad estamos hablando de un niño que no es consciente de todo. Pero hoy, que soy mucho mayor, tampoco me acuerdo muy bien. Por lo tanto, hay una percepción imperfecta de mi parte. Y, de hecho, las dos cosas se unen: la imperfección del niño y mi imperfección de hoy", añade y sigue.
"¿Qué es la conciencia política? Es una percepción de la realidad que va acompañada de un saber. Un niño no tiene ese saber. Solo tiene ciertas percepciones, pero a los siete u ocho años, sigue siendo bastante complicado. Así que empecé a trabajar interrogándome a mí mismo ¿qué vi? ¿qué oí? ¿qué pasó por mi cabeza? ¿cómo percibí esa feria colonial en la que los adultos interpretaban como una obra de teatro? He entendido lo que que había detrás del escenario, detrás estaban simplemente los malgaches, los habitantes de la isla. Quería mantener esta lógica onírica que tienen los niños y construir la película en base a eso". Ahí está la mirada sin mácula del niño que empieza a descubrir que todos los adultos son personas enmascaradas, como la heroína de sus cómics. Todos esconden algo. La isla roja sucede en los años 70, la dominación francesa en Madagascar ya había culminado, pero las prácticas de dominación del colonialismo seguían como un fantasma.
"Lo que no me gusta es el olvido. Y creo que volver a mirar las cosas, repensar las cosas, eso nos hace más grandes. Para mí ni siquiera es la necesidad de sentirme culpable, es la necesidad de reconocer una realidad. Esta historia es una historia olvidada. Incluso hay un libro en Francia de varios historiadores llamado 'Madagascar, una historia olvidada' y debo decir que la película no ha logrado sacar esta historia del olvido en Francia. No funcionó, incluso cuando la película ha tenido cierto éxito, pero no había muchos artículos sobre esta historia. Es muy fácil mirar para otro lado, es muy fácil desviar la conciencia y no cuestionarse a sí mismo. Porque, de hecho, la historia de Madagascar está en algún punto intermedio entre el colonialismo, digamos puro, aunque la palabra esté un poco mal elegida y la 'Françafrica' de hoy. Es un eslabón perdido porque Madagascar ya era independiente, pero estaba bajo la influencia francesa. Hablamos de la presencia francesa como si fuera algo fantasmagórico", explica el realizador.
Es el fin de la patria y es el fin del patriarcado, con esa madre sumisa que empieza a darse cuenta de que también puede decidir. El español Quim Gutiérrez y Nadia Tereszkiewicz, una de las actrices de moda del cine francés, son los padres de esa familia. Ambos han formado un hogar allí donde han ido con sus hijos, organizan comidas y fiestas y viven totalmente ajenos al día a día de la comunidad nativa, casi siempre fuera de campo o en un lugar secundario del plano. Campillo recurre a ese concepto de familia extendida con varios personajes secundarios que van mostrando la relación perversa que genera la presencia militar. Hay una joven que decide marcharse porque no aguanta más ese ambiente o un compañero que mantiene una criticada relación con una nativa a la que tratan de prostituta. Todas las relaciones están atravesadas por la dominación, las raciales, las de género y las familiares. Solo los niños parecen poder escapar a esas dinámicas.
Campillo no acierta al conjugar todos los elementos narrativos. La visión del niño, los insertos fantásticos, las rencillas familiares y un retrato más amplio de la vida fuera de esa burbuja militar. Sin embargo, sí logra capturar esa atmósfera de paraíso perdido, de un lugar idílico donde los extranjeros disfrutan de soleadas jornadas de campo y playa y los locales solo se mueven en la oscuridad, trabajando para ellos, la vieja colonia que se resiste a aceptar la pérdida de su territorio. Si en Beau travail, película de Claire Denis, veíamos el día a día de los soldados, aquí solo vemos su vida familiar, su intimidad, las casas pegadas a la base, y cómo las familias viven en territorio de ultramar. La política se cuela en la relación con el resto de la población o en las conversaciones entre jerarcas que hablan de la resaca de Indochina o del maltrato a la población. Quizá por eso, La isla roja recuerda a Lejos de África, película de la directora española Cecilia Bartolomé, que plantea la relación de dos niñas en la Guinea española.
Durante la mayor parte del metraje, Campillo sitúa en el foco en la familia francesa pero en la última media hora decide reescribir la historia colonial dándole la palabra a los que ha ignorado durante toda la película. El director gira el punto de vista y explica las reivindicaciones de los malgaches, la violencia contra la población local y la represión de las revueltas, lo hace con un final festivo y musical que celebra, con culpa y nostalgia, la emancipación de ese pueblo. "Tengo la impresión de que el colonialismo o el poscolonialismo sigue de alguna forma en una parte de la población y en los políticos cuando perciben a todos los jóvenes como los de esta historia o los de la inmigración, incluso cuando muchos han emigrado hace mucho tiempo. Siento que todavía hay un subconsciente muy fuerte al respecto", concluye.
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José M. Romero
Cubre la información de cine y series para El Cine en la SER y coordina la parte digital y las redes...