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El general Prim, objetivo del primer magnicidio

La mañana del 27 de diciembre de 1870, Juan Prim y Prats, presidente del Consejo de Ministros, recibe en su domicilio a unos amigos que le advierten de que le quieren matar

Amadeo I mirando el cuerpo de Juan Prim / Getty Images

Amadeo I mirando el cuerpo de Juan Prim

No hace caso del aviso (no es el primero que recibe) y continúa con la agenda prevista ya que es inminente la instauración de una nueva dinastía no borbónica, tras la revolución de La Gloriosa, la cual provocó el exilio de Isabel II a Francia.

Prim y su camarilla apostaron por traer a Amadeo de Saboya como rey que llegaría a Cartagena (Murcia) en tres días. El general Prim acude a las Cortes y a la salida se dirige a su residencia, en el palacio de Buenavista. Al poco de entrar en la calle del Turco el cochero de la berlina observa unos carruajes cruzados que le impiden el paso. Entonces unos hombres se abalanzan sobre el vehículo, abren la portezuela y descerrajan varios disparos de trabuco sobre Prim. Lo llevan mal herido a su casa para ser atendido por el médico y el 30 fallece, justo el mismo día de la llegada de Amadeo I.

Se habló de conspiración de Estado, de secretos, mentiras y encubrimientos. Un equipo (encabezado por el periodista Francisco Pérez Abellán) examinó el cadáver embalsamado de Prim y dictaminó que lo habían estrangulado a lazo. Sin embargo, otro dictamen encargado por la “Sociedad Bicentenario General Prim 2014”, sostiene que murió a consecuencia de la infección de las heridas del atentado. Pero en ambos casos están de acuerdo en que hubo una conspiración interna porque a mucha gente del gobierno (incluido al general Serrano) le interesaba la muerte de Prim. Ambos equipos creen en la posible culpabilidad del duque de Montpensier, cuñado de la reina exiliada, principal sospechoso de instigar el crimen. Se trata del primer magnicidio de la España contemporánea. Todo lo relativo a la vida de este militar, político y héroe que ostentó los títulos de conde de Reus, marqués de los Castillejos y vizconde del Bruch, y que participó en la primera guerra carlista y en la guerra de África, no dejaba a nadie indiferente, ni siquiera su muerte y su momia.

 
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