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Opinión

Ni víctima perfecta, ni juicios, ni ejemplaridad

No se le puede pedir a una mujer, y tampoco a un hombre, que se comporte de una manera determinada después de un trauma

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Madrid

El día que enterré a mi padre mi amiga África se presentó en el tanatorio con una botella de vino escondida en el abrigo. Antes de que nos abrazáramos la sacó y me dijo: esto para después, no te lances, que te conozco.

Mi carcajada sonó en aquella sala de tanatorio con vistas al Cerro de los Ángeles de Getafe. Yo era una hija desgastada por los cuidados que acaba de estrenarse en la orfandad, pero también era una mujer muerta de risa ante aquella ocurrencia de mi amiga. Curiosa forma de actuar la mía.

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Años antes, cuando me encontré a mi novio paseando con otra por la calle el mismo día que cumplíamos nuestro séptimo aniversario, mis amigas, testigas de todo aquello, me llevaron a un parque a digerir la escena. En cuanto saqué el primer pañuelo del bolso para secar las lágrimas, mi amiga Ana se puso en el centro de todas y gritó: "A ver, esto solo lo solucionamos de dos maneras: o nos vamos a un bingo o un boys". No hicimos ninguna de las dos cosas, pero tampoco nos fuimos a casa a comer helado poniendo baladas en bucle. Porque acabé aquella noche subida a un altavoz cantando Y yo sigo aquí de Paulina Rubio mientras un chorro de aire movía mi melena como si fuera un videoclip y mis amigas aplaudían mi juego de caderas. Curiosa forma de actuar la mía.

Porque igual que no hay duelo perfecto, no hay víctima perfecta. Por eso no se le puede pedir a una mujer, y tampoco a un hombre, que se comporte de una manera determinada después de un trauma.

Los hay inevitables, como la muerte. Los hay descafeinados, como aquel desamor. Y los hay gravísimos, como los de todos aquellos que han sufrido violencia. Las víctimas de los abusos de la iglesia católica, las de agresiones sexuales, las de acoso escolar. Algunas las convierten en canciones, como hizo Zahara con su disco Puta. Otras dan entrevistas, como la extenista tunecina Selima Sfar, en la que narran cómo la violó su entrenador durante tres años desde que ella cumplió los doce. "Me llevó 25 años admitirlo ante mí misma y 35 años para decirlo públicamente", ha dicho en el diario L’Equipe. Y hay otras, como Jennifer Hermoso, que agarran la botella y hacen bromas con las amigas y esperan que la tormenta amaine.

Porque a veces uno tarda mucho en ponerle nombre a las cosas que le pasan. A veces uno reacciona como puede. Ni duelo perfecto, ni víctima perfecta ni manejo de los tiempos perfectos. Ni juicios ni culpas ni ejemplaridad. Ya está bien.

Ángeles Caballero

Ángeles Caballero

Periodista. Colabora en 'Hoy por Hoy', con Àngels Barceló. Escribe en El País. Y habla en La Sexta.

 
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