Nada tapa la victoria, pero Rubiales sí le quita protagonismo

Miles de personas en las calles. Esa es la imagen: la que lleva a las jugadoras a abrir diarios y telediarios de medio mundo, la que nada puede tapar. La que celebra que el éxito de la Selección va más allá del fútbol; que, en cinco años, se haya triplicado el número de espectadores; y el 65% de audiencia que tuvo el partido el domingo. Es su victoria la que hace que, hoy, una lectora de El País escriba una carta para contar lo que le decían a su padre porque su hermana jugaba al fútbol: "Qué pena, una hija tan femenina y otra marimacho. Gracias a los padres que al regreso del trabajo jugaban a gol con la hija", escribe esta misma lectora.

Es la victoria de la selección la que hace que Ana María, de Huelva, 72 años, se anime a llamar una mañana a la radio, como nos llamó ayer.

Esto es lo que va a quedar, lo que cambia a un país. Y eso no lo tapa nadie. Hablar de lo de Rubiales no es tapar lo obvio. Al revés: es ser consecuente precisamente con eso. Es señalar lo que sigue pasando: que las disculpas a rastras, si es que fueron disculpas, llegaron después de haber insistido en llamar idiotas a los demás. Que negó mala intención por ninguna de las dos partes, como si las hubiera. Que le pareció normal el beso y llamar la atención en un mundial femenino agarrándose la testosterona.

Nada tapa la victoria. Si acaso, solo esto quita protagonismo: la prensa internacional habla de las jugadoras, pero pone al lado la foto de Rubiales en el palco. De Rubiales, que estaba ahí representando al fútbol español. Esto es un desagradable recordatorio del sexismo, se lee hoy mismo en el New York Times. Molesta en la Federación que se quite protagonismo a la victoria. Y tienen razón. Quien se lo quita es Rubiales. Y nadie más.