Opinión

Para que una mentira triunfe se necesita un mentiroso y alguien que se la crea

Votar como ejercicio de responsabilidad ciudadana y contra la indiferencia, eso siempre. Pero además esta vez como defensa ante todos aquellos que quieren destruir la democracia con trampas y mentiras

Un operario apila unas urnas en un colegio electoral de Santa Cruz de Tenerife | EFE/Ramón de la Rocha / Ramón de la Rocha (EFE)

Un operario apila unas urnas en un colegio electoral de Santa Cruz de Tenerife | EFE/Ramón de la Rocha

Madrid

Que la campaña electoral se haya librado en el más putrefacto barro no tiene nada de casual y sí mucho (o todo) de intencionado. Durante estos 15 días se han regurgitado dos cuestiones, Bildu y compra de votos, que apenas son la espuma de lo que hay debajo: la deslegitimación de la misma democracia. Las líneas rojas han pasado a ser blancas, se ha normalizado la exageración —peor aún: la mentira— y la aquiescencia social ante determinadas manipulaciones es ya de una complacencia alarmante.

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Canta Bruce Springsteen que aprendemos más con una canción de tres minutos que con todo lo que dimos en la escuela. Pues bien, un simple ‘sketch’ de tres minutos ha hecho mucho más por darle sentido a la polémica sobre las listas de Bildu que todos los editoriales, horas de análisis y decenas de artículos publicados sobre el tema. Tras una semana insoportable, la Fiscalía General del Estado fue incapaz de encontrar un indicio “mínimamente racional” para ilegalizar a Bildu o impugnar sus listas. Es decir, la irracionalidad se impuso en la primera semana de campaña alimentada por unos ‘irracionales’ que se regodean en la falsedad de que ETA sigue viva. Es de primero de trumpismo: el ruido ya está hecho; el cuestionamiento de la democracia, también.

Si algo hemos aprendido estos días es que, ahora sí, algunos entienden que todo vale por conseguir votos. Unos pocos (muy, muy pocos) los compran con dinero y otros (muchos, cada vez más) tratan de conseguirlos con exageraciones o, peor aún, bulos. Lo más grave es que para que una mentira triunfe hace falta un mentiroso y alguien que se la crea. Es responsabilidad de una ciudadanía madura no dejarse engañar, cuestionar todos y cada uno de los discursos y penalizar a aquel que nos considera tan estúpidos como para hacernos creer que "Sánchez se va a ir como llegó: con un intento de pucherazo" o que el presidente del Gobierno va a perpetrar una “suelta general de terroristas”. Tan indignante es que nos tomen por tontos como que seamos tan tontos de creernos sus mentiras.

Esa misma ciudadanía debe hacer un ejercicio de responsabilidad personal: ver, escuchar, leer y tener en cuenta el contexto de todo lo que sucede. El goteo de noticias sobre la indecente compra de votos en un puñado de localidades españolas ni cuestiona el proceso democrático ni añade una mácula de impureza al resultado electoral. Genera, eso sí, un ruido colosal con el que se pretende dinamitar la democracia quitándole toda legitimidad. Ni en España gobierna Bildu ni hay compras masivas de votos, pero la lluvia fina de este tipo de discursos nos cala los huesos hasta empaparnos de descreimiento democrático y desaliento político. Si todo vale para llegar al poder, valdrá cualquier cosa para perpetuarse en él. La deslegitimación del sistema es sólo el primer paso. Palabra de Donald Trump.

No se cumple con el más mínimo respeto ciudadano cuando conviertes una campaña electoral en una eclosión de ruido ensordecedor trufado de un silencio clamoroso de propuestas. No deja de tener un punto delirante que en unos comicios municipales y autonómicos algunos partidos no hayan hablado de políticas transferidas, como la sanidad o la educación, o de problemas urgentes como la crisis climática o la vivienda. Que la única propuesta electoral pase por derogar el sanchismo, sea eso lo que sea, es de una pobreza política descomunal.

Este 28 de mayo están llamados a las urnas 35,1 millones de ciudadanos para elegir en 12 comunidades autónomas y 8.131 alcaldías. En nuestra mano, y sólo en nuestra mano, está cumplir con el mayor privilegio democrático que nos ha sido dado: el voto. Se trata de dedicar 15 minutos —qué poco esfuerzo por tan gran recompensa— para expresar con una simple papeleta cuáles son nuestros valores, determinar qué tipo de sociedad queremos construir, en qué país queremos vivir y qué democracia queremos tener. En definitiva, qué vida queremos tener y qué futuro construir a los más jóvenes.

Votar como ejercicio de responsabilidad ciudadana y contra la indiferencia, eso siempre. Pero además esta vez como defensa ante todos aquellos que quieren destruir la democracia con trampas y mentiras. Mala gente que camina y va apestando la tierra. Y quien quiera que se dé por aludido.

Feliz voto.

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Guillermo Rodríguez

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Guillermo Rodríguez es director de los Servicios Informativos de la Cadena SER y contenidos digitales....

 
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