A vivir que son dos díasLa píldora de Leila Guerriero
Opinión

La que se va

"Pero sé que lo que se queda puede perderse aunque uno no se vaya lejos porque la cercanía no garantiza nada: todo puede morir, desvanecerse, abandonar"

La que se va

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Buenos Aires

Algunas ceremonias del adiós me hacen sentir estúpida. Voy a pasar casi dos meses lejos de Buenos Aires, investigando, escribiendo en una casa colgada sobre un acantilado, el mar rugiendo debajo empujándome hacia el verano del hemisferio norte. ¿Quién puede quejarse de un destino así? Yo no. Sin embargo, estuve todo el día despidiéndome. No es que tema perder lo que se queda, aunque muchas veces lo he perdido. Una vez, cuando regresé de Noruega, ya no estaba un animalito que vivía en casa: se había muerto. Otra vez, cuando regresé de no recuerdo dónde, ya no estaba un amigo antiguo: se había matado. Pero sé que lo que se queda puede perderse aunque uno no se vaya lejos porque la cercanía no garantiza nada: todo puede morir, desvanecerse, abandonar. Por eso las ceremonias del adiós me hacen sentir tonta: porque son un ritual de protección que no reporta beneficios. Así y todo, esta mañana salí a correr y les dije adiós a las calles por las que troto en Buenos Aires. Ya de regreso en casa le dije adiós a los productos de limpieza de la cocina, al adminículo en el que tiendo la ropa y a los broches, a las medias y a las camisetas que se quedan en el armario, a los zapatos que no me llevo, a las cremas. Me despedí de lo grande y lo pequeño, de lo alto y de lo bajo, de lo animal y de lo humano. Quizás porque aunque en el viaje no hay riesgo, parto lejos de todo lo que puedo llamar mío. Lejos de todo lo que me conoce. Lejos de lo que me puede dar reparo. Lejos de lo que no se aterra con mi oscuridad. No parto a un destino peligroso ni voy a enfrentar aventuras, salvo la peor: estar conmigo. ¿Dónde leí esa frase que decía que lo primero que debe aprender un artista es saber acompañarse a sí mismo? Yo no soy una artista. Soy, si cabe, una obrera. Quizás una artesana. Y sé acompañarme. Pero a veces necesito una voz humana que me recuerde qué soy, de qué estoy hecha, para qué valía la pena irse tan lejos, estar tan sola, ser siempre la que se va.

 
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