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Albert Serra defiende el cine como una gran fiesta del pueblo

El director de 'Pacifiction' publica 'Un brindis por San Martiriano', un ensayo sobre el cine, la fiesta y la importancia de pertenencia al pueblo frente a la ciudad

Albert Serra, en una imagen cedida

Albert Serra, en una imagen cedida

Madrid

De Albert Serra se han dicho muchas cosas. De su cine, de las frases que lanza sin tapujos en las entrevistas, de sus películas, esas que acaban recibiendo el elogio y los premios de Francia. Quizá poco se ha ahondado en la influencia de su pueblo, Banyoles, de sus raíces en toda su creación. En solo cien páginas, rinde homenaje a esos orígenes y a la gente que le ha ayudado intelectual y artísticamente. Un brindis por Sant Martirià es un libro, que inaugura la colección NMK, una serie que acogerá textos breves sobre temas diversos, de la editorial HX&O.

Es el texto de un pregón dado en las fiestas de Banyoles en el que el director de Pacifiction, obra que ha alabado hasta David Fincher, aprovecha para hacer todo un tratado sobre la fiesta y el cine y sobre la necesidad de crear un imaginario visual, sonoro y narrativo desde el pueblo. Y es que ante todo su texto es un reivindicación del pueblo, una ruptura de ese concepto de que lo moderno está en la ciudad.

"Habla de qué significa haber nacido en un pueblo relativamente pequeño y convertirse en un artista, de una manera, un poco espontánea", nos cuenta en una entrevista en la Cadena SER. Hay, como en todo su cine, verdad y exageración. "Exagero las cosas aunque siempre hay un punto de verdad en todo, como a mí me gusta", confiesa con un punto de diversión el director, que estuvo nominado a los César y que compitió por la Palma de Oro en Cannes.

La fiesta tiene mucho de cinematográfico. Eso quizá sea obvio. La luz, el sonido, la música, la diversión, el color... pero quizá menos obvio es entender qué tiene de fiesta el cine. "Fue lo que más me marcó. Desde que comienzo a rodar en digital comprendí ese aspecto lúdico de la fiesta que podía incorporarse a la fabricación de películas y, precisamente, por eso decidí ser director y continuar haciéndolo ahora. Es capital y esencial, esa pequeña analogía, o no tan pequeña, entre las fiestas de un pueblo cualquiera o de una ciudad y el cine, como ese tiempo suspendido. Tiene un paralelismo muy claro con el cine", insiste Serra.

Con esa idea, el cine debe ser una fiesta, ha ido configurando un equipo de habituales colaboradores y artistas que le han acompañado en sus películas, Honor de cavalleria, donde ese componente lúdico se acercaba a El Quijote. También en obras como Història de la meva mort, pero sobre todo Liberté. Por supuesto en Pacifiction, donde quizá, por el tamaño de las películas, ese grupo de trabajo se abrió un poco al exterior. "Hemos creado una metodología alrededor que es simplemente esta idea festival y que sirve realmente para desarrollarla y para que esté siempre presente. Bueno, porque la gente se toma demasiado en serio cada vez más".

La seriedad, la solemnidad, la rotundidad son cosas que no tienen que ver con Serra, ni siquiera cuando suelta frases dignas de acabar en una camiseta, algo que ya ocurrió en la promoción de Pacifiction, con "Soy la madre Teresa del cine español", entre otras perlas. Esa idea de ligereza acompaña al director, cuando acude a Cannes, cuando está en una rueda de prensa en francés o con sus caras en la ceremonia de los César justo detrás de David Fincher, viendo a Brad Pitt. "Ese espíritu ya estaba en las vanguardias del siglo XX, pero es ahora cuando la gente se toma demasiado en serio y sin motivo, porque no son tan interesantes para tomarse tan en serio", insiste.

Serra se mueve en un marco concreto y evita salirse de él. No por miedo, más bien por pereza o falta de necesidad. Ese marco es su zona de confort, que tienen que ver con las tertulias en los cafés de Banyoles, con las fiestas del pueblo, con los amigos que allí conoció y con los que sigue. "Ese marco también sirvió para crear una metodología de trabajo, para decidir con qué gente trabajar y con quién no. Es una lección. Yo nunca he tenido la necesidad de buscar a profesionales, salvo a algún técnico en las últimas películas para algo concreto. Es gente que ha estado ahí. De la misma manera que yo me defino como Don Quijote director, ellos se auto convirtieron en técnicos de cine junto a mí. Es un marco coherente y yo creo que en esa coherencia está la fuerza". Para Serra, la ciudad hace que surjan relaciones intelectuales, el pueblo relaciones emocionales, donde no hay que estar alerta, pues el pueblo, aunque no es una familia, sí es una comunidad afectiva.

La fiesta es un tiempo fuera del tiempo. Esta definición de Francisco Rodríguez Adrados es también aplicable al cine, que como diría Tarkovsky busca esculpir el tiempo, quizá no pararlo del todo. La fiesta alejada de lo carnavalesco y traída a una función social hoy en día es casi un elemento revolucionario. Lo saben los Moros y Cristianos, lo saben los de la Tomatina de Bunyol, lo saben los falleros. Lo saben en Banyoles. Hay algo también mediterráneo en esa descripción y esa ligereza que emana del ensayo de Serra. Hay mucho de fiesta en Pacifiction y, aunque transcurra en la Polinesia francesa, mucho del Mediterráneo.

La fiesta, lo lúdico están no solo en el cine, sino en el concepto de ficción, que tanto ha explorado el director catalán. Y en algo que ha sido la base de su desarrollo cinéfilo e intelecutal, las tertulias. Sobre lo políticamente correcto dice Serra que tiene algo positivo, pero también algo negativo. "Pienso que a nivel social es positivo, pero a nivel artístico no lo es, porque cualquiera forma de tono o atmósfera pierde ese lado lúdico. Yo dije que hacía cine para burlarme del mundo, y es verdad, algo de verdad hay en eso. El arte se inventó para trascender, pero se puede trascender de muchas maneras y yo creo que en la ligereza también. Si pienso en Stendhal, podemos decir que tiene unas novelas muy bonitas, donde hay un fondo romántico y trágico incluso, pero están hechas con ligereza, con esa idea de gozar de la vida, de volar a pesar de las circunstancias.

Reconoce Serra que no le gusta viajar, ni hacer turismo. "Viajar para hacer una película siempre digo que sí, voy donde me llaman, no tengo ningún inconveniente", matiza el realizador. "Al contrario, pienso que mover a todo el equipo a un sitio desconocido crea una forma de ambiente que es mucho mejor para realizar una película, porque se sale mentalmente del ambiente burgués cotidiano en el que nos movemos constantemente y eso crea una predisposición de fantasía en el cerebro". Eso es lo que ocurrió en su último filme, protagonizado por Benoit Magimel. "Lo que no estoy a favor es de ir viajando y de que viajando se aprende alguna cosa. Supongo que en el siglo XVIII viajar era como ir a la guerra. Pero ahora es algo muy superficial, una pérdida de tiempo. Por eso yo no quise perder el tiempo", sentencia. "Karl Lagerfeld también decía que no había viajado nunca en su vida", escribe en el libro. Hay pocas citas, Lagerfeld y el CEO de Ryanair son dos de ellas. El resto, sus amigos y compañeros de Anderground Films.

También recoge pequeños viajes, como cuando se liaron la manta a la cabeza él y algunos de sus amigos, para ir al Festival de Cannes en coche desde Banyoles. Allí descubrieron que sin acreditación no se puede ver más que la espalda de los fotógrafos que cubren la alfombra roja. O cuando hicieron lo mismo pero en Locarno. Allí sí consiguieron algo más, hablar con Atom Egoyam, el director canadiense de origen armenio con el que Serra ha mantenido una cordial relación. Habla Serra de de sus tiempos de universidad, en los que no hizo amigos, ni vida universitaria. No le interesaba. Exageración o verdad, juzguen ustedes. Serra no tiene nada de ermitaño, ni de antipático, nada de ser antisocial. Recuerden esa foto, en las calles aledañas a la Filmoteca española, en Madrid. Serra acompaña a Fernando Arrabal, le coge del hombro.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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