Los monumentos

Cada vez que oigo la palabra monumento, me acuerdo de José Luis López Vázquez diciéndole a Florinda Chico “¡es usted un mo-nu-mento!” en aquella serie de televisión. La serie se llamaba Este señor de negro, y hoy el señor de negro es alcalde de Madrid. No hay una España negra, sino una España de hombres de negro, como El caballero de la mano en el pecho. Una vez, restauraron este cuadro en el Museo del Prado, y se dieron cuenta de que no era oscuridad y tenebrismo lo que tenía, sino bastante polvo. Lo mismo sucedió con la Virgen de Montserrat cuando, ya hace años, les dio por limpiarla. Resulta que, antes de Moreneta, había sido más bien paliducha. La leyenda negra en España está hecha de toneladas de roña, con perdón. Pero no es lo mismo ser roñoso que ser roñica. La distinción entre ambas palabras no se aclara a la primera en el diccionario de la lengua de la Real Academia. Bastante tienen los académicos con ponerse de acuerdo en el asunto de los acentos. Este es un debate donde siempre habrá alguien que se quede solo. La dos Españas también están ahí, la que lleva tilde y la que ha decidido liberarse de ella. Existe un sinsombrerismo del acento, pero nunca acaba de cuajar, porque, en general, al español le gusta ir muy atildado. ¿Es el alcalde de Madrid una persona muy atildada? Más bien, no. Atildado era Tierno Galván, que vestía siempre con terno. Le quitaba una i a su apellido y ya tenía un traje. Almeida quiere ponerle un monumento a Madrid como otros quieren ponerle acento a solo, para que se vea. Para que se vea el acento. Y para que se vea quien manda. Los monumentos, al igual que los acentos, hay que ponerlos solo en caso de confusión. Esto lo sabe bien la presidenta de la Comunidad, que pone un Zendal y quita la sanidad pública.