Paisaje después de la batalla

Barcelona

¿Qué queda en el paisaje después de la batalla entre progresistas? En el movimiento feminista, una división insólita. En el Gobierno de coalición, un desgarro enorme, muy cercano a la ruptura. ¿Acaso ambas fracturas tienen remedio?

Tienen remedio. Pero es muy difícil. Y en primer término está en manos de las dos ministras de Podemos (atención: ¡no todas!) que han provocado, o ahondado, o agravado la crisis, tildando de traidores a sus socios socialistas, y asemejándolos a los fascistas. Si eso no es intención de romper, destruir y aniquilar un consenso gubernamental que ha sido bastante fructífero para la economía y para la sociedad española, que venga Pablo Iglesias y lo vea. O que lo vea su patrón, el que le da empleo y apoyo, el oligarca trotskista Jaume Roures. ¿Quién decide en Unidas Podemos: su liderazgo, o su líder jubilado?

O las dos llaneras solitarias -porque son dos, y nada más que dos- vuelven a la realidad. O reconocen que han errado, negocian de verdad y apoyan la enmienda de su ley que ha propiciado la excarcelación de muchas manadas, o serán las enterradoras del Gobierno al que dicen pertenecer. Para el electorado, también el de Podemos, va resultando indigesto, incluso intolerable, calificar de traidores a los demás progresistas. Es lo que hacía Stalin y sus seguidores: bautizaban a los socialdemócratas como “socialfascistas”.

Si Irene Montero y Ione Belarra no lo entienden, aún queda una esperanza: que las confluencias, gallega, catalana, valenciana y demás, que sintonizaron con ellas, les obliguen a abrir los ojos. En caso contrario, Montero y Belarra serán las madrinas de un gobierno Feijóo-Abascal. O mejor dicho, las padrinas.