El más inglés de los directores americanos
Este domingo 5 de febrero se cumplen 30 años de la muerte de Joseph Mankiewicz, uno de los directores fundamentales de la historia del cine.
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Joseph Mankiewicz fue una rara avis en el mundo de Hollywood. Prototipo de hombre culto, con formación clásica. En su cine la palabra era lo principal. Y no es que las imágenes no tuvieran importancia, pero eran los diálogos los que marcaban el ritmo de las escenas. Como en el teatro. De hecho Mankiewicz nunca distinguió entre cine y teatro. Para él todo formaba parte del arte inmortal de la representación.
Mankiewicz dirigía casi siempre sus propios guiones. Podía pasarse horas hasta encontrar el ritmo justo de cada frase. No es extraño que estos guiones sean considerados hoy en día modelos en muchas escuelas de cine. En 1992 fue homenajeado en el festival de San Sebastián. Allí se quejó con amargura de la pérdida de la importancia del guion en el cine moderno. “Hace muchos años escribir y elaborar un buen guion era esencial. Hoy en día, en cambio, el guion brilla por su ausencia. Prácticamente todo está dibujado por los diseñadores de producción. Las películas se limitan a fotografiar desastres, asesinatos, violaciones, guerras. Ese es el estado del cine en la actualidad”, dijo entonces.
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Joseph Mankiewicz dirigiendo a Elizabeth Taylor en De repente, el último verano
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Joseph Mankiewicz dirigiendo a Elizabeth Taylor en De repente, el último verano
Joseph era hermano de Herman Mankiewicz, el guionista de Ciudadano Kane y fue él quien le introdujo en el cine. Comenzó su carrera en Hollywood como rotulista para películas mudas. Ya en el sonoro ascendió a dialoguista y poco después se convirtió en guionista. Su pluma comenzó a ser materia del cine de grandes directores como Cukor o Lubitsch a la vez que hacía labores de productor en diversas películas, como Furia de Fritz Lang y de otros clásicos como Historias de Filadelfia, Maniquí o La mujer del año. Pero Mankiewicz quería más. Quería convertirse en director. Tan solo le faltaba la oportunidad para poder demostrarlo y está llegó en 1943. Lubitsch había sufrido un ataque cardiaco poco antes de iniciar el rodaje de una película. Cuando Zanuck, el jefazo de la Fox, le preguntó quién podía sustituirle, Lubitsch recomendó a Mankiewicz y éste se hizo cargo de la película.
El castillo de Dragonwyck fue su primera película como director. Después vendrían otras como El fantasma y la señora Muir con Rex Harrison y la bellísima Gene Tierney. Pero su consagración definitiva como director llegaría en 1949 con Carta a tres esposas. Gracias a este film Mankiewicz ganó dos Oscar, al mejor director y al mejor guion, premios que repetiría al año siguiente por Eva al desnudo, posiblemente su mejor obra y una de las películas clave de la historia del cine.
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Bette Davis y Anne Baxter en una escena de Eva al desnudo, de Joseph L. Mankiewicz.
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Bette Davis y Anne Baxter en una escena de Eva al desnudo, de Joseph L. Mankiewicz.
Con cuatro Oscar en casa y considerado ya como uno de los grandes, Mankiewicz inició en los años 50 una fructífera etapa como director. La condesa descalza, Julio Cesar, De repente el último verano e incluso se atrevió con el musical uniendo a Marlon Brando y a Frank Sinatra en Ellos y ellas. Todas sus películas tienen su sello personal. Nada de efectos de cámara, nada de trucos, solo la palabra como motor de la película. A veces de grandes dramaturgos como Shakespeare o Tennessee Williams. Otras, fruto de su imaginación. Películas siempre inteligentes, emocionantes, con garantía de cine de calidad. Su cine no arrasaba en las taquillas pero siempre conectaba bien con la crítica y el público. Curiosamente su mayor éxito comercial le llegó en 1963 con la película de la que siempre renegó.
Cleopatra, protagonizada por Liz Taylor y Richard Burton, resultó la gran pesadilla del director. Fue un proyecto que le cayó de rebote, sin él desearlo y constituyó uno de los rodajes más calamitosos de la historia del cine, prolongándose durante más de dos años y disparando su presupuesto inicial de dos millones de dólares a treinta. Mankiewicz consiguió acabar la película, pero el estudio la remontó entera sin su permiso y el director no quiso saber nada más de ella. De hecho siempre se refería a ella como “la película de la que nunca hablo”.
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Joseph L. Mankievicz con Elizabeth Taylor en el rodaje de Cleopatra.
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Joseph L. Mankievicz con Elizabeth Taylor en el rodaje de Cleopatra.
Mankiewicz salió tan tocado de Cleopatra que solo dirigiría tres películas más. La última fue La huella en 1972. Era como un resumen de toda su carrera. Con ella el teatro se hacía más cine que nunca. Solo dos actores, en un duelo interpretativo magistral entre Laurence Olivier y Michael Caine, con el guion como padrino. Los dos actores fueron nominados al Oscar y Mankiewicz también como director. Hollywood seguía reconociendo al viejo maestro, pero el director había tomado ya una decisión. Dio un portazo al cine y se marchó para siempre. “Yo me retiré por dos razones: El cine ya no me quería y yo tampoco quería al cine ya. Era consciente de que nos estábamos aproximando a lo que hoy es este negocio: películas de Stallone o Schwarzenegger, guerras intergalácticas, efectos especiales... Yo no quería ni sabía hacer ese tipo de películas porque todo en ellas son trucos de cámara”, dijo en el Festival de San Sebastián.
Cinco meses después de pronunciar estas palabras Mankiewicz fallecía el 5 de febrero de 1993 víctima de un ataque al corazón. Tenía 83 años.