Nunca borrarán la huella del arte

Madrid

Nada más regresar me entero de que la estatua de García Lorca en Madrid ha sido vandalizada de nuevo. Y pienso en Paolo. Paolo es el barman de mi hotel de Roma. Y ya veréis.

Cerca de ese hotel, en Via della Madonna dei Monti, relucen en el suelo veinte sampietrini color de bronce con veinte nombres bañados en sangre. Es un memorial con las fechas de nacimiento, arresto y ejecución de todos los miembros de una familia extensas y meridional. Dos sinónimos del horror destacan también en las piedras: Auschwitz y Fosse Ardeatine. En esa matanza revanchista de los nazis, perpetrada en 1944, cuando Roma ya era città aperta, 335 personas italianas inocentes, diez por cada alemán fallecido en una acción partisana, fueron asesinadas fríamente. Mujeres y niños, incluidos bebés, desaparecieron en Auschwitz. Todos los hombres fueron fusilados, contra el muro, en las Ardeatine.

Miserables muy parecidos a nuestros actuales neonazis arrancaron esas sagradas piedras en 2018. Y fueron restauradas. Con la perseverancia de la memoria.

Paolo me cuenta, antes de mi partida, que la cultura es muy importante en su familia: su padre se llama Otelo y uno de sus tíos Amleto, por Shakespeare; otro, Spartaco, por la libertad, y el cuarto, Mario, por el Cavaradossi que en Tosca se rebela contra la tiranía.

No sabe Paolo que, inspirada por él, os diré: Podrán destruir los monumentos, pero nunca borrarán la huella del arte, ni la de las víctimas de los mal nacidos.

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