Mis hijos van a vivir peor que yo

Madrid

Cumplido el primer tramo de la Navidad. Hay un villancico familiar que me repito: mis hijos van a vivir peor que yo. Desde que la crisis de 2008 nos recordó que el progreso no es una línea recta, incomoda la idea de pensar en la vida laboral, la vivienda, la sanidad pública y otras realidades con las que conviven nuestros hijos en un paisaje de incertidumbre.

Me alegran las medidas que toma el gobierno para equilibrar las cosas: derechos, topes a los beneficios desmedidos y algo más de justicia fiscal. En España por fin se sienta cátedra económica con el respeto de Europa, un buen menú navideño para celebrar las fiestas familiares. Pero como estamos a final de año, caigo en la tentación de leer los balances que publica la prensa. La inercia de desigualdad viene de tan lejos que la rentas de los más ricos siguen aumentando desproporcionadamente y se alejan todavía más de los sectores desfavorecidos.

Por mucho que ladren los custodios de la desigualdad, parece que los esfuerzos solo han servido para evitar el aumento de la catástrofe. ¿Qué pasaría, qué tipo de comida familiar podría convocar España en los próximos años, si este gobierno insultado, ilegítimo, bolivariano, suicida, no se empeñase en acercarse a la media de igualdad alemana o francesa, en vez de estar entre Letonia y Lituania, países que, hablando de desigualdad, eso sí, son más justos que los EEUU?

Mejor el pan bien repartido que la gula insaciable de personajes como Donald Trump. Sigamos, pues, en el empeño, y, además, tres consejos: respetemos nuestra Constitución, no degrademos instituciones como el Tribunal Constitucional y no vayamos a Europa para romperla o para hablar mal de España… Feliz 2023.