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Cristian Mungiu: "El cine debe servir para hablar de aquellos temas tabú en la sociedad"

El director rumano, ganador de la Palma de Oro en Cannes, estrena su nueva película, 'R.M.N.', un complejo retrato del racismo en la Europa actual

Cristian Mungiu (Photo by Laurent KOFFEL/Gamma-Rapho via Getty Images) / Laurent KOFFEL

Cristian Mungiu (Photo by Laurent KOFFEL/Gamma-Rapho via Getty Images)

Madrid

Uno de los temas que recorre distintas películas del cine europeo es el de la convivencia en un mundo en crisis y en proceso de cambio. El rumano Cristian Mungiu se centra precisamente en cómo cambia el comportamiento de los miembros de una aldea en Transilvania cuando llega un grupo de migrantes. Lo hace en R.M.N., película presentada en Cannes que llega esta Navidad a los cines y que supone un retrato estremecedor sobre la inmigración, la precariedad y el auge del apoyo a la extrema derecha.

Contaba el director rumano, ganador de la Palma de Oro por 4 meses, 3 semanas, 2 días, que la historia surge de un hecho real, una noticia que leyó en la prensa sobre lo que había ocurrido en una pequeña aldea multiétnica. "Protestaron porque había una panadería que quería contratar a trabajadores extranjeros. Eso generó todo un follón en el pueblo y hubo un debate real en torno a eso". En la película son dos mujeres jóvenes, emprendedoras, en una comunidad muy tradicional, las que ponen en marcha esta idea, de contratar a migrantes intentando que se integren en la población.

A través de este pequeño pueblo donde viven rumanos, húngaros y alemanes, Mungiu refleja un espejo del mundo actual. R.M.N. gira en torno a cómo cambia una aldea perdida en las montañas cuando llegan al pueblo dos trabajadores inmigrantes. El racismo, la xenofobia y el egoísmo acaban con la convivencia de ese pueblo y sacan los prejuicios de clase. En medio de eso seguimos a dos personajes, un trabajador que regresa de Alemania donde ha ido a buscarse la vida, y que se ocupa de un hijo que no habla, mientras trata de volver con su exnovia. La exnovia es una mujer que ha logrado ser independiente, ascender en la empresa y que cree que trayendo a esos trabajadores de Sri Lanka está haciendo el bien a la sociedad.

Para Mungiu era importante que no se vinculara todo a un grupo étnico concreto, porque para él, lo que ocurre en esta pequeña aldea, ocurre en todos lados. "Lo que cuenta la película se podría reproducir en cualquier parte del mundo y eso es lo que me interesaba". Mungiu es un director preocupado porque la cámara se ponga al servicio de los personajes, de la historia y de la realidad que emerge de los relatos que cuenta. "Hago películas inspiradas en la realidad y es muy importante que los personajes de la película tienen que ser realistas en ese sentido, que no sean personajes blancos o negros. Es decir, a veces toman buenas decisiones, a veces son egoístas. En realidad somos así, el ser humano es así y no es tan racional como para poder siempre tomar la decisión adecuada", explica sobre estas dos mujeres.

El director utiliza el plano secuencia para mostrar la tensión entre vecinos en una asamblea donde el pueblo va a votar si echa o no a los extranjeros. Una escena que pone los pelos de punta y que refleja cómo se comportan cada uno de los individuos frente a los demás. "A veces las personas son cobardes y toman decisiones solo por integrarse en el grupo. Esto pasa en la sociedad actual, yo quería mostrar esa complejidad sin dar ninguna lección moral, sino qué pasa en esa toma de decisiones en grupo", dice el director sobre la posición de cada uno de los personajes protagonistas, entre ellos, un cura.

"Esa asamblea ocurrió de verdad. Alguien la grabó y la colgó en Internet. Se hizo viral y se convirtió en noticia para los periódicos, no solo en Rumanía, también en otros países de Europa. De hecho nuestro primer ministro tuvo que intervenir. Ese debate pasó a ser una cuestión nacional, donde había rumanos que se posicionaban a favor de esta iniciativa y otros en contra”, contaba el director en el pasado Festival de San Sebastián.

La realidad es importante en sus películas, no solo en su obra maestra sobre el aborto, también en Más allá de las colinas, donde la comunidad y el fanatismo religioso estaban muy presentes, o en Graduación, con un retrato de las deficiencias del sistema educativo en su país. Precisamente la educación, o la falta de ella, es una de las denuncias de este filme. “Era importante mostrar ese conflicto que cada uno de nosotros tenemos. Entre ese lado más oscuro, más animal, más impulsivo, más luchador, con la supervivencia a cualquier precio. Frente a un lado más humanista, más empático, más generoso que existe en todos nosotros. Lo importante es defender tus principios, incluso ante estos grandes grupos que pueden modificar tu opinión. La democracia, al final, no no va a dar votar bien, sino de votar después de haber sido informado y de haber educado a la gente”. Por tanto, R.M.N. podría considerarse una película contra las fake news y la desinformación, donde los discursos de odio, se expanden sin cuestionarlos, ni rebatirlos, y donde aquellos que no creen en ellos son incapaces de levantar la voz para defender a los otros. Un Hannah Arendt de manual.

“Una de las funciones del cine es poder hablar de temas sobre los que la sociedad no quiere o sobre los que hay un tabú sobre ellos. No hablar de ciertas cosas no significa que no existan. Si queremos cambiar algo de verdad, hay que hablar de esos temas”, defendía el director. Ocultar que hay racismo, que existe el miedo, que hay comportamientos xenófobos en nuestra comunidad, en nuestra familia o en nuestro grupo de amigos, no hace que desaparezcan. “Desde luego no hablar de ellos no modifica el pensamiento de la persona y luego surgen sorpresas, como pasa de ciertas elecciones con los resultados de elecciones o temas como el Brexit, que de repente te das cuenta de que la gente pensaba así. No escuchar esas opiniones no ayuda en nada”, añadía.

Frente a ese retrato veraz, aparecen en la película imágenes críticas. La presencia de un oso en el bosque. La presencia de la religión y la figura de Jesús es también otro de los elementos con los que juega Mungiu, como el color o los decorados. Está la fiesta del pueblo en plena Navidad, que habla del significado de la tradición como algo que mantenemos en el tiempo y que canaliza los impulsos violentos de la sociedad. La violencia en R.M.N. es verbal, simbólica, pero todos esos discursos del odio acaban convirtiéndose en violencia real.

“El cine tiene que buscar un equivalente visual para mostrar pensamientos y cosas abstractas”, respondía el director a la imagen final, algo críptica. “Ese final, en el que algunos ven animales, otros ven personas y otros el miedo del personaje, lo importante era que transmitiera que ese personaje está un poco entre dos mundos, que está ese bosque oscuro, con su parte animal y, al mismo tiempo, tiene una parte racional, como su gusto por la música y el afecto por la mujer a la que ama”. La presencia de los ovejas tiene también otro lectura: “La lucha que hay entre el individuo, frente al grupo o al rebaño. El problema que aparece cuando tú pierdes la identidad y te pliegas a lo que opina el grupo, simplemente para contentar a la mayoría”, indagaba el director. Enfrentarse al grupo por aquello que es justo o verdadero es quizá, como señala Paul B Preciado en su último ensayo Disphoria mundi, el gran reto de los disfóricos en este momento y es también el gran objetivo de Cristian Mungiu.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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