Islas de calor, ciudades convertidas en hornos
Los edificios impiden que las grandes ciudades se refrigeren por la noche, un problema para muchas urbes españolas
NaN:NaN:NaN
Compartir
El código iframe se ha copiado en el portapapeles
<iframe src="https://cadenaser.com/embed/audio/460/1657883594954/" width="100%" height="360" frameborder="0" allowfullscreen></iframe>
Madrid
Asfalto, adoquines, pavimentos de granito oscuro, fachadas cuajadas de aparatos de aire acondicionado a pleno rendimiento, tráfico intenso y escasos árboles que den cobijo bajo un sol inclemente a cientos de transeúntes. La escena tiene lugar a media tarde durante la segunda ola de calor del verano en la Puerta del Sol de Madrid, aunque estos días se repite en el centro de cualquier ciudad española. “La fachada de un edificio emite más o menos como un radiador encendido. La radiación solar calienta los materiales hasta los 70, 80 o 90 grados centígrados. Al caer el sol, ese calor lo empiezan a emitir al aire y, por eso, tenemos sensación de que sale fuego del suelo”, explica la arquitecta Carmen Sánchez Guevara, que estudia los efectos de las ‘islas de calor’ en las grandes urbes.
Más información
“Nos preocupan mucho las islas de calor, puesto que impiden que los edificios se refrigeren por la noche. En la periferia, donde hay más arbolado y menos urbanización, no se calientan tanto las superficies a lo largo del día y cae más rápidamente la temperatura”, afirma Sánchez Guevara, quien ha llegado a medir variaciones de hasta ocho grados centígrados en un radio de cinco kilómetros en la capital española en noches tórridas como las de este verano. “Lo que sucede en Madrid sucede en casi cualquier ciudad del mundo, pero cuanto más grande es la ciudad más cuesta que entre el viento y se lleve ese aire recalentado”, explica mientras extrae del bolso un termómetro digital equipado con sonda, con el que se dispone a tomar la temperatura junto a la escultura del oso y el madroño.
En pocos segundos, la medición pasa de los 33,8°C registrados frente a la entrada de un comercio climatizado a los 38,2°C a pleno sol, junto a los pallets cargados de losetas blancas que cubrirán el suelo de la Puerta del Sol una vez que finalice su remodelación, en la que los árboles y las zonas de sombra brillan por su ausencia. “Hay muchas plazas en grandes zonas comerciales en las que no hay ni un solo sitio para sentarse y estar un rato tranquilamente disfrutando de una buena sombra de un árbol”, apunta Sánchez Guevara, lamentando también la falta de espacio público para el disfrute de los menores. “Son espacios que están pensados para un tráfico fluido de personas, zonas en las que se prima que haya un gran consumo”.
Las islas de calor y la salud
La creciente frecuencia de las olas de calor preocupa especialmente en países como España, donde el 20% de la población es mayor de 65 años. “El calor extremo genera problemas en la salud de las personas más vulnerables, llegando a provocar la muerte, por lo que nuestro deber es diseñar las ciudades para que esto no ocurra si sabemos que estamos en un escenario de cambio climático”, explica Sánchez Guevara, quien forma parte del equipo de investigación especializado en arquitectura bioclimática (ABIO) de la Universidad Politécnica de Madrid.
Un país como España, donde el 69% de la población reside en zonas urbanas de más de 50.000 habitantes y en las que la temperatura media ha subido cerca de un grado centígrado en las últimas tres décadas, debe trabajar para mejorar la adaptación de la población y de los entornos urbanos. Las estrategias de mitigación que plantea Sánchez Guevara pasan por una reconfiguración de los espacios públicos con elementos naturales, como árboles y arbustos. “No es lo mismo una sombra de un árbol que una sombra de una sombrilla, porque los árboles siempre intentan mantener su temperatura y utilizan la evapotranspiración, que evapora el agua de sus hojas y ayuda a que baje su temperatura y la de su entorno más cercano”. De igual forma, sustituir el pavimento y el asfalto urbano por superficies naturales como los suelos de tierra y las zonas con agua permitiría afrontar mejor el sobrecalentamiento en nuestras ciudades.
No obstante, hay que tomar en cuenta las necesidades específicas de cada ciudad a la hora de definir las intervenciones colectivas. Cuando le preguntamos por la posibilidad de priorizar el color blanco en azoteas y fachadas para refractar parte de la luz solar, nuestra acompañante se muestra escéptica: “En Los Ángeles han pintado de blanco, no sé cuántas calles, pero también tenemos que pensar en el confort visual de los peatones. Cuando tenemos espacios muy blancos, lo que generamos es mucha ausencia de bienestar, mucho deslumbramiento”, afirma Sánchez Guevara, quien puntualiza que la misma iniciativa ha funcionado muy bien en otras regiones. “En India, están dando microcréditos a las mujeres para pintar sus cubiertas de blanco porque la gente salía a dormir a las azoteas por la noche, ya que era insufrible el interior de las viviendas. Ahí sí que estaba funcionando muy bien (el blanqueamiento de edificios) y las temperaturas de las viviendas del interior bajaban unos grados”.
Antes de finalizar nuestro paseo por el centro de Madrid, la arquitecta desliza la idea de que los ciudadanos debemos aceptar sacrificios y cambiar nuestro nivel de vida para luchar contra las islas de calor que se han expandido sobre el mapa de las grandes ciudades. “Es una cuestión de que la ciudadanía tenga claro qué es lo que queremos y el cambio de modelo que hace falta. En estos coches que nos rodean no van políticos van personas”, recalca Sánchez Guevara mientras se refresca con un agua con gas en una terraza en la calle Montera para sobrellevar el calor infernal del horno madrileño.
Fernando Bayo
Director de 'Código de Barras'