¿Existe una España fea? "Creo que es el mayor fracaso de la democracia, si has malbaratado el territorio has creado un entorno de injusticia"
Andrés Rubio presenta 'España Fea', un libro que recoge todas las "barbaridades arquitectónicas" que, desde el fin del franquismo, ensucian la belleza paisajística del país
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Turistas en Benidorm / Cadena SER
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Escribían los poetas sobre las maravillas que regalaba el lienzo paisajístico de España. Antonio Machado y sus campos de Castilla. Federico García Lorca, el embajador de los pueblos andaluces. O Rosalía de Castro con un 'miña terra' implícito en cada verso. En cada una de las 17 Comunidades Autónomas, 50 provincias y dos ciudades autónomas existen rincones de belleza arquitectónica. Inmenso o diminuto, pero todos admirados por los millones de turistas nómadas que vagan por el país. Pero, ¿existe la 'España fea'?
Para Andrés Rubio sí. El periodista recoge en su libro 'España fea: El caos urbano, el mayor fracaso de la democracia (Debate)' los productos arquitectónicos que atentan contra la coherencia paisajística. Un recopilatorio de las "barbaridades" cometidas desde el fin de la Dictadura. Desde las costas mediterráneas, pasando por la España rural hasta la propia capital. "Disparates” que contrastan con la rigurosidad de ciudades como Barcelona, Santiago de Compostela o San Cristóbal de La Laguna.
“Creo que es el mayor fracaso de la democracia”, responde tajantemente Rubio, que fundamenta su opinión en el concepto de la “injusticia espacial”. “Es el derecho a vivir en un entorno de calidad independientemente de la riqueza, si has malbaratado el territorio has creado un entorno de injusticia”, argumenta.
Según el autor, desde que murió Francisco Franco y se originó el boom del turismo, ha habido “luces y sombras” con “momentos para el optimismo”. “Una dictadura tan inculta y entregada a Estados Unidos aplicó el modelo desregulado y capitalista, en lugar del modelo francés, que es un país vecino”, se lamenta.
Actualmente estamos ante uno de esos momentos optimistas. “En Cataluña se ha puesto en marcha el conservatorio del litoral”, explica Rubio. Esta autonomía ha apostado por el modelo francés, que busca hacerse con parte de la costa para evitar nuevas construcciones. “En Cataluña se pone el límite en mil metros desde la costa”, señala.
Manrique, protector de Lanzarote
Uno de esos lugares turísticos lastrados por el turismo masivo es la isla de Lanzarote. Entre el marrón volcánico y el blanco de todas construcciones, como obliga la ordenanza estética conejera, destaca el verde del Arrecife Grand Spa. Una torre acristalada, de 54 metros, plantada en la bahía de Arrecife. Feudo del arquitecto César Manrique, un activista del turismo inteligente, que no en contra del turismo.
El complejo hotelero de 18 plantas, en plena playa del Reducto, que se ha convertido en la referencia de la isla, ya que puede verse desde casi cualquier punto de la vertiente este. “Es un desastre porque en todo el área de Arrecife campaban a sus anchas los enemigos de Manrique, a su muerte han hecho de Lanzarote uno de los lugares más corruptos”, matiza Rubio.
Un paseo por Lanzarote supone cabalgar por la mente del artista conejero. El Jardín de Cactus, Los Jameos del Agua, su Casa Museo o el Mirador del Río, son ejemplos del matrimonio idílico entre el respeto por el regalo volcánico y el deseo de abrirlo de muchos visitantes. Obras sin esos “técnicos de alambrar los horizontes y encadenar la arena” a los que criticaba el poeta grancanario Pedro Lezcano en sus versos de ‘La Maleta’.
Ourense, un binomio desequilibrado
En la plaza de los santos médicos Cosme y Damián, en pleno centro de Ourense, asoma una capilla. Una construcción de 1541 de estilo plateresco que sobrevive a la sombra de un conglomerado de edificios contemporáneos. La doblan en altura. Una incoherencia urbana en plena entrada de la ciudad.
“Es una fotografía del feísmo gallego, los propios gallegos ni se lo explican“, añade. Para Rubio “habría que crear un Ministerio del desmantelamiento para borrar la España fea”. “Se crean barrios urbanos que no crean vecindad, eso va en contra de las ciudades históricas en cuanto a densidad y lugares de interacción”.
Como otra solución, propone que “decrezca el turismo masivo y crezca el turista refinado”. Pero, Rubio va más allá: “Hay que repensar las ciudades y poner a los arquitectos en la primera línea del poder”. Como último alegato, deja caer que “la palabra paisaje no está en la Constitución”, un desbarajuste si hablamos de derechos ciudadanos.