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Los casos de sarampión no paran de crecer en todo el mundo: ¿qué está ocurriendo?

En los últimos años los casos se sarampión se han disparado. Incluso ha vuelto a emerger en países donde se consideraba erradicado. ¿Por qué? La falta de confianza en las vacunas y la pandemia de COVID-19 tienen mucho que ver

Erupciones producidas por el sarampión.(Getty Images)

Erupciones producidas por el sarampión.

Salamanca

Tendemos a pensar que el sarampión es una enfermedad inofensiva y que ya está más que superada. Pero nos equivocamos: se trata de una enfermedad viral grave, altamente contagiosa, de fácil propagación, que se puede contraer a cualquier edad y que puede acarrear complicaciones severas e incluso la muerte.

Por eso debería preocuparnos que entre los años 2016 y 2019 el número de casos notificados de sarampión en todo el mundo haya aumentado un 556 % hasta alcanzar los 869 770, la cifra más alta desde 1996. Más de 140 000 personas murieron de sarampión en el año 2018, en su mayoría niños menores de 5 años. Descorazonador.

Es más, entre los años 2018 y 2020, una epidemia de sarampión registrada en la República Democrática del Congo infectó a más de 460 000 niños y causó cerca de 8 000 muertes.

El ascenso continúa, y la ONU ya ha alertado de que, durante los dos primeros meses de 2022, los casos de sarampión subieron un 79 % a nivel global). Entre septiembre de 2021 y febrero de 2022, Somalia notificó 5 760 casos de sarampión, Nigeria 5 613 casos, India 4 178 casos, Etiopia 1 979 casos, Pakistán 1 861 casos, y así podríamos seguir enumerando países afectados por miles de infectados). Son muy malas noticias.

Desapareció en EEUU, pero ha vuelto

Algunos países occidentales también siguen esta tendencia. En el año 2000, los Estados Unidos de América declararon eliminado el sarampión de su territorio. Sin embargo, en 2019 fueron notificados casi 1 300 casos de sarampión en 31 estados del país, la cifra más alta desde 1992. ¿Qué está ocurriendo?

El análisis del brote de sarampión de 2018-2019 en la ciudad de Nueva York, el más grande del país en casi tres décadas, identificó los factores que hicieron que el brote fuera tan grave. Consistía ni más ni menos en una vacunación tardía de niños pequeños, combinada con un mayor contacto entre ellos, probablemente a través de las denominadas measles parties (fiestas contra el sarampión) diseñadas para infectar a los niños a propósito).

Las infecciones ocurrieron principalmente en niños pequeños de 1 a 4 años y bebés menores de 1 año. Para contener el brote, el Departamento de Salud e Higiene Mental de la Ciudad de Nueva York lanzó extensas campañas de vacunación y ordenó la vacunación obligatoria de todas las personas que vivían, trabajaban o asistían a la escuela en los códigos postales afectados.

Como resultado, entre octubre de 2018 y julio de 2019, más de 32 000 personas menores de 19 años fueron vacunadas contra el sarampión, las paperas y la rubéola (MMR), y el brote disminuyó.

Los análisis posteriores apuntan a que, sin las campañas de vacunación, el brote podría haber infectado a entre 6 500 y 8 100 personas en comparación con los 649 casos reales. Es evidente que las llamadas “fiestas contra el sarampión” son una práctica insensata y peligrosa que debe ser erradicada.

Los franceses no confían en las vacunas

Antes de la introducción de la vacuna contra el sarampión en 1963 y la vacunación generalizada, se producían epidemias importantes de sarampión aproximadamente cada 2 ó 3 años y la enfermedad causaba alrededor de 2,6 millones de muertes anuales. Entre el año 2000 y 2018, la vacunación contra el sarampión evitó aproximadamente 23,2 millones de muertes.

A pesar de las evidencias, una encuesta global realizada en 67 países y publicada en el año 2016 concluyó que la confianza en la seguridad de las vacunas en Francia era la más baja del mundo. Y eso aumenta el riesgo de brotes infecciosos, incluido el sarampión). Quizás por esta cuestión, en el año 2019 los casos de sarampión en Francia ascendieron a 2 637.

Por fortuna, según datos del año 2020, la confianza en la importancia y la seguridad de la vacuna contra el sarampión ha aumentado notablemente en un gran número de países y, en general, en la Unión Europea es considerada alta.

En España la confianza en las vacunas es positiva. El programa de vacunación con la vacuna MMR (sarampión, rubeola y paperas) fue introducido en nuestro país en 1981. La vacuna MMR contiene virus vivos atenuados del sarampión y la parotiditis (paperas), preparados en cultivos de células de embrión de pollo. También contiene virus de la rubéola vivo atenuado, preparado en fibroblastos de pulmón diploide humano.

La cobertura de vacunación constantemente alta permitió que España fuera declarada libre de transmisión endémica de sarampión en el año 2014. En el año 2017, la Organización Mundial de la Salud para Europa declaró eliminado el sarampión en España tras la ausencia de transmisión endémica durante un período de al menos 36 meses. Desde entonces, los casos y brotes de sarampión notificados en el país han sido siempre importados o relacionados con importaciones.

La diversidad del virus del sarampión

La OMS reconoce 24 genotipos del virus del sarampión (A, B1, B2, B3, C1, C2, D1, D2, D3, D4, D5, D6, D7, D8, D9, D10, D11, E, F, G1, G2, G3, H1 y H2), divididos en ocho clados (A–H). A pesar de su heterogeneidad genética, el virus del sarampión es considerado serológicamente monotípico y la mayoría de las cepas vacunales disponibles derivan de la cepa Edmonston, una cepa de genotipo A aislada en 1954.

En la actualidad, solo tres de los 24 genotipos de virus del sarampión conocidos son responsables de brotes en todo el mundo. El genotipo H1, que es endémico en China; el B3, que se presenta principalmente en países africanos, donde se originó; y el genotipo D8, originado en Asia, en la década de 1980, pero que ahora está extendido por todo el mundo.

Los genotipos D8 y B3 son los genotipos responsables de los brotes ocurridos en los últimos años en Europa, Asia y América del Norte.

La pandemia de COVID-19 suspendió la vacunación

Desafortunadamente, la pandemia de covid-19 ha tenido efectos graves en los programas de vacunación y en los sistemas de vigilancia contra el sarampión en muchos países. En marzo de 2020, la Organización Mundial de la Salud (OMS) emitió una serie de pautas que indicaban que las campañas de vacunación masivas debían suspenderse para mantener el distanciamiento físico y minimizar la transmisión del coronavirus.

La interrupción de los servicios de inmunización, incluso por períodos breves, dio lugar a personas más susceptibles y a más comunidades con una cobertura de protección inferior al 95 %, que es la que se necesita para la inmunidad colectiva en el caso del sarampión. El resultado fueron más brotes de sarampión en todo el mundo.

Se calcula que una simple disminución del 15 % en las vacunas rutinarias contra el sarampión podría aumentar la carga de muertes infantiles en casi un cuarto de millón en los países más pobres. Suspender las campañas de vacunación masivas es particularmente pernicioso en países envueltos en conflictos bélicos. Entre otras cosas porque la desnutrición entre los niños y las madres en estas regiones es muy común, y aumenta la mortalidad de aquellos que también están infectados por el sarampión.

Aunque una buena atención médica puede reducir la probabilidad de complicaciones graves, las muertes relacionadas con el sarampión y las hospitalizaciones debidas a complicaciones ocurren incluso en países europeos desarrollados e industrializados. Por esta razón, la OMS recomienda la inmunización de todos los niños y adultos susceptibles para quienes la vacuna contra el sarampión no está contraindicada.

A estas alturas, no hay duda de que la vacuna contra el sarampión es segura, efectiva y económica. Y debería estar incluida en todos los programas nacionales de inmunización.

 
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