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Pablo Guerrero pregona un episodio de emociones, recuerdos y vivencias de la Semana Santa de Lorca

El director y productor audiovisual ha pronunciado el pregón este viernes en la antigua coletiata de San Patricio

Fulgencio Gil, alcalde de Lorca, junto al pregonero, Pablo Guerrero y al portavoz de presidencia, Marcos Ortuño / Ayto Lorca

Fulgencio Gil, alcalde de Lorca, junto al pregonero, Pablo Guerrero y al portavoz de presidencia, Marcos Ortuño

Lorca

La antigua ex colegiata de San Patricio de Lorca ha acogido este viernes por la noche acoge el pregón de la Semana Santa a cargo de Pablo Guerrero, director y productor audiovisual. Guerrero ha estado al frente de series de televisión como “El secreto de Puente Viejo " o “Los misterios de Laura”

Con el pistoletazo de salida del pregón, la Ciudad del Sol ya calienta motores para celebrar su cortejo bíblico.

Así ha sido el pregón de la Semana Santa de Lorca 2024:

Cuenta la leyenda que nací en Murcia, en el Hospital de la Vega y que mis padres, en su afán por proteger mi identidad y mis raíces de confusiones y maledicencias, me llevaron esa misma noche en un taxi a Lorca, al amparo de la oscuridad clandestina y poniendo en riesgo mi recién empezada vida. Es por eso que en mi carnet de identidad dice nacido en Lorca, no siendo esta una afirmación rigurosamente cierta. Esa misma leyenda cuenta también que, antes que en el registro civil, fui inscrito en el paso azul. Es decir, que fui azul incluso antes que español.

En cualquier caso, estos delitos que mis padres cometieron ya han prescrito y la verdad sobre esto solo la conocen unos cuantos. En mi caso, y debido al poco desarrollo en aquel momento de mis capacidades cognitivas, no sabría que deciros: No me acuerdo. De todas formas, siempre he pensado que entre la leyenda y la realidad, debe prevalecer la leyenda. Suele ser mucho más interesante

Muchísimas gracias al Excelentísimo alcalde de Lorca D. Fulgencio Gil Jódar por mi nombramiento como pregonero de la Semana Santa de Lorca 2024.

A mi predecesora Doña Catalina Miñarro Brugarolas por sus palabras en la presentación.

A las presidencias de las cofradías:

A D. Ramón Mateos Padilla, Presidente de la Archicofradía del Rosario, Paso Blanco.

A D. Alberto Secada Gutiérrez, Presidente de la Archicofradía del Santísimo Cristo de la Sangre, Paso Encarnado.

A D. Ángel Latorre Boluda, Presidente de la Archicofradía del Santísimo Cristo del Perdón, Paso Morado.

A D. José María Campoy López-Perea, Presidente de la Hermandad de la Curia, Paso Negro.

A D. Ignacio Domingo Huertas, comisario episcopal de la Archicofradía del Jesús Resucitado.

A todos ellos por su apoyo al nombramiento y por el respaldo y el calor que supone su presencia hoy aquí.

Quiero agradecer muy especialmente al presidente de mi paso: D. Miguel Angel Peña, presidente de la Hermandad de Labradores, Paso Azul. Por la propuesta de este nombramiento y por haber sido un gran compañero de viaje en todo el proceso, poniéndome las cosas muy fáciles y siendo mi guía en esta aventura ilusionante y exigente en responsabilidad a partes iguales. Gracias Míchel.

Me gustaría dejarles claro en estos agradecimientos el honor que siento estando hoy aquí como pregonero. Quiero hacer hincapié en esto: en el honor que es para mí. No es una frase hecha dentro de un discurso. Es el mayor honor que he recibido y recibiré en mi vida. De todos los actos de mi vida más o menos pública, este será, sin ninguna duda, por la historia y la tradición de estas fiestas y por el vínculo emocional que a ellas me une, el más importante, el que más perdure. La huella más permanente que deje en mi paso por este mundo. Y eso es gracias a ustedes.

Quiero agradecer también su trabajo a las personas del Paso que han estado ayudando en este proceso: Pepe Paredes y Andrea Ibaseta, que me hizo una entrevista magnífica.

A Javier Pinilla, jefe de protocolo del ayuntamiento, por orientarme en mi inexperiencia y ser paciente en mi desastre a la hora de entregar este pregón en tiempo y forma.

A mis padres y a mi hermano, que han sido los detectives de mi vida en esta experiencia y a mi sobrina Candela, por aguantarme en general.

Y por supuesto al resto de asistentes: autoridades políticas, militares y eclesiásticas. Y a los amigos, familiares y vecinos de Lorca por la generosidad de su presencia hoy en este acto.

Cuando recibí de parte del alcalde el encargo de pregonar la Semana Santa de Lorca de este año, la primera pregunta que vino a mi cabeza fue: “¿Por qué? ¿Por qué yo?” Nunca me he considerado una figura pública y creo que mi trabajo es precisamente esconderme para que las ficciones que dirijo, los personajes, la historia, sean las protagonistas en el corazón de la gente. Es mi forma de entender mi trabajo como director. Hay otras, igual de legítimas, pero, por lo que sea, esta es la mía. Que el espectador se adueñe de las series que hago y pasen a formar parte de su bestiario, es el objetivo que me propongo en cada proyecto. Así que me cuesta mucho encajar que a alguien le interese lo que yo pueda decir sin cámaras ni actores.

“¿Por qué? ¿Por qué yo?”, me seguía repitiendo. El síndrome del impostor se cernía sobre mí y amenazaba con sabotearme en la tarea que se me había encomendado. “¿Quién soy yo para merecer esto?”. Repasé la lista de pregoneros. No ayudó nada. Y mucho menos cuando todo el mundo desde que se hizo público insistió en señalar el pregón de mi padre, Pedro Guerrero, en 2006 como uno de los más aplaudidos. Se elevaba así, exponencialmente el nivel de presión que ya sentía.

Quizá había llegado el momento de “matar a mi padre” (entendedme, por favor, en el sentido simbólico del que hablaba Freud). “Matar al padre” y liberarme de su yugo protector. Pero no nos engañemos: Aquí en Lorca siempre seré el hijo de Juana y Pedro, el pequeño. Y no lo querría de otra manera.

La siguiente pregunta que me hice fue: “¿Soy lo suficientemente lorquino para pregonar su Semana Santa?” Teniendo en cuenta que en realidad nací en Murcia como os dije antes, que a los 8 años me mudé allí con mi familia y que, a los 18, me fui a vivir Madrid hasta hoy, era una duda razonable. Cuando conseguí calmar mi ansiedad empecé con mis pesquisas. Llamé a mi madre, que es mi terapeuta en conflictos de pertenencia desde que inicié mi forzado éxodo, y le expuse mi problema:

-Mamá, tengo un problema.

-¿Hace frío allí? (Ahora vivo en la Sierra de Madrid). Te noto constipado ¿Te has vacunado de la gripe? (Un clásico familiar)

-Mamá ¿Soy lo suficientemente lorquino para pregonar la Semana Santa de Lorca?

-Jose Pablo por favor. Qué tontería. Si tú nunca quisiste vestirte de huertano.

Fue su repuesta. Que vino acompañada de un extenso whatsapp que reproduzco aquí:

“Escribiendo….” “En línea…” “Escribiendo…” “ En línea…”

Pín. (sonido de Whatsapp)

“Hijo, aquí te dejo algunos datos sobre tu familia que pueden ayudar a despejar tus dudas y hacer que te sobrepongas a tu inseguridad.:

Tu bisabuela Juana Munuera Carrasco junto a su hermana Luisa fueron bordadoras en el Paso Azul siendo Francisco Cayuela pintor y director artístico de los bordados. Bordaron, entre otros, el Reflejo y el Manto de la Virgen de los Dolores, seleccionado para la exposición Iberoamericana de 1929 en Sevilla, y declarado Bien de Interés Cultural en 2005. Se da la circunstancia de que uno de los ángeles que aparecen en el Reflejo ( también B.I.C.) es la imagen de la bisabuela Luisa.

Tu tío Lucas Cuenca fue director artístico del paso Azul y pintó y dirigió Los Cuatro Evangelistas de la Escolta de la Virgen, las Capetas de Siete Caballistas de la Etiopía, las grecas del manto de Nerón y varias túnicas de mayordomos.

Además, ya sabes que tu padre fue Vicepresidente del Paso en la época de Castillo-Navarro, y que sigue siendo mayordomo, como tu tío Pepe Guerrero.

En el Paso Blanco, tu tío abuelo Paco Salinas Correas fue director artístico y diseñó y dirigió las Tribus de Israel, más de 30 personajes, el manto de Constantino, la Caballería Romana y el manto de Roboan, que después fue de Octavio. De pequeño te quedabas horas mirándole mientras pintaba a plumilla en su mesa de delineante, en las comidas que tu tía abuela Charo Blanco hacía en el Huerto. Por culpa del tío Paco Salinas y la tía Charo tu hermano Pedro es blanco. ¿No te acuerdas?”

-Claro que me acuerdo mamá.

¿Cómo no me voy a acordar de las comidas del Huerto donde nos juntábamos todos? Y de que el primo Paco Files nos colaba al Pedro y a mí en la fábrica de turrón de los Blanco. Yo me ponía ciego de turrón blando aún caliente. Ese olor y esos días nunca me han abandonado y nunca los he olvidado. En esas comidas nos contabais a los críos que el primer trono del Cristo de la Sangre del Paso Encarnado se construyó en la casa de los abuelos en el Charco. En tu casa, mamá. Y que el abuelo Juan Antonio, tu padre, mandó tirar un muro de la casa porque, después de construir el trono, se dieron cuenta de que no cabía por la puerta a la hora de sacarlo.

Mi abuela Cachi y mi abuela María, azules hasta el tuétano las dos, cuando dejaron de ir al palco, me daban siempre un montón de claveles azules para que se los lanzara a la Dolorosa a su paso por la carrera. De eso también me acuerdo mucho.

Y me acuerdo de cuando mi hermano Pedro y yo tomábamos Mirinda en casa de la tía Clementa Ruiz la tía de mi padre, que vivía en la calle Redón. La familia de mi padre vivía en esa calle y mi abuelo Antonio colaboró siempre con el paso morado. Íbamos a verla después de visitar la Iglesia del Carmen y quedar impresionados con aquellos tronos barrocos esperando para procesionar: la “Santa Cena”, la más antigua de España, obra de Nicolás Salzillo, la imagen titular de la cofradía el “Cristo del Perdón”, obra de Roque López, discípulo de Francisco Salzillo.

Claro que me acuerdo mamá. De todo eso. ¿Cómo no acordarme?

“Escribiendo…” “En línea…” “Escribiendo…”

Pín.

“Muy bien hijo. Un beso muy fuerte. Te quiero y lo vas a hacer mejor que nadie. Creo en tí“.

No es este el pregón de un experto, ni de un poeta o literato. Tampoco el de un político, ni tendrá la precisión de un antropólogo o un historiador. Es este el pregón de un niño. Del niño que fui y del que vuelvo a ser cada vez que vengo aquí. Un pregón construido sobre la forja del recuerdo de ese alma infantil que, en algún instante de su tiempo, quedó prendida de locura. De colores y de olores, de sabores, de sonidos y de ruidos, de sensaciones, de pasión y de delirio. De sinestesia extraordinaria. Cuando todo se confunde. Donde nada tiene explicación, pero todo tiene sentido. De un alma prendida del sentimiento atávico de pertenencia a un sitio en un instante preciso. Mi alma de niño, prendida sin remedio de la Semana Santa de Lorca, mi instante y mi sitio.

El recuerdo más intenso de mi infancia se sitúa en torno a mis 7 u 8 años en la iglesia de San Francisco, en una recogida de la Virgen de los Dolores.

Dentro de San Francisco, a apenas un metro del trono de la Dolorosa, mi padre está trepando hacia la cima de una torre humana. Mi madre me coge la mano mientras mira emocionada el estandarte del Reflejo: “Mira, esa de ahí es tu bisabuela Luisa”, creo entender entre el griterío. “¿Cómo?”, pienso confundido mientras observo el rostro angelical bordado sobre el estandarte del Reflejo. No entiendo nada. En medio de esa marea de gente, rodeado de un griterío ensordecedor en el que los vivas y su eco clamoroso se mezclan a destiempo, de repente, soy más pequeño que nunca. Pero no tengo miedo. Estoy extrañamente en paz. Desde la altura y en un equilibrio prácticamente imposible de demostrar por la física convencional; sobre un amasijo de brazos y cuerpos torsionados, cuellos enrojecidos y rostros extasiados, mi padre despliega su repertorio de vivas, a cuál más apasionado y certero. Su cuerpo arremete contra el aire a cada viva en una especie de espasmo, obligando a la torre que le mantiene a retorcerse sobre sí misma, dibujando una especie de tornado humano. Tampoco tengo miedo. Tengo la irracional certeza de que mi padre no se va a caer. “Algo le sostendrá”, pienso sin pensar mucho. Mi madre y yo somos una sola voz. ¡Viva!... ¡Viva!... ¡Viva!... Soy muy feliz. La gente se vuelve loca. La pasión se puede casi respirar, como un gas abrumador que nos emborracha. En un instante, las luces se apagan, parece que todo se detiene, cesa el griterío y los vivas, se hace un silencio estremecedor, todo el mundo desaparece. De repente estamos, solos en la inmensidad de la iglesia, mi madre, mi padre y yo. Mi padre me mira desde la altura sin dejar de gritar. Mi madre también, apretando mi mano. Son los ojos de dos locos. Sus miradas me perforan. La pasión, el delirio y, al mismo tiempo, la exactitud del sentimiento que desprenden me socavan. Se instalan en mi pequeña alma aún sin amueblar y me hacen entender, en ese preciso instante, que nunca voy a descifrar con la razón lo que ahí está sucediendo. Que la única forma de entenderlo es a través de los sentidos. Que lo estoy haciendo bien, sintiéndolo como un fuego incontrolado en todos los rincones de mi esencia. Que eso que siento con una fuerza arrolladora y que no puedo explicar, esa locura que no quiero dejar de sentir, eso, es la Semana Santa de Lorca. Y que siempre, esté donde esté, habitará en mí sin remedio.

Decía mi padre en su pregón que Luis Buñuel contaba que, muchas veces, en su exilio, en las fechas de la tamborrada de Calanda, de donde él era, sentía la necesidad de colgarse, estuviera donde estuviera, el tambor y aporrearlo hasta cansarse. Yo también me he encontrado a mí mismo soltando algún viva en sitios tan alejados y dispares como Madrid, Nueva York, Bangkok, La Habana, Santiago de Compostela o Bollullos Par del Condado, ante la mirada atónita de los que me rodeaban.

Tantas veces he intentado explicar fuera de aquí lo que significa esa semana. Intentando con palabras describir los mantos, su rigor, el oro de los bordados, la majestuosidad de los tronos, el sonido de los caballos galopando por la carrera, el ruido ensordecedor de las ruedas de los carros vibrando sobre la arena, el griterío continuo de la gente durante la semana, los silencios abismales en el palco cuando algo sale mal y el espectáculo del desfile se detiene, la llegada de los caballos a la SEPOR en el frío de la madrugada, el misterioso hombre de Almendricos que, como el oráculo, determina pocas horas antes del inicio si la lluvia permitirá salir a la procesión, el guión con el orden del Paso arrugado en mi bolsillo, correr hacia el Barrio a la Procesión del silencio para ver al Cristo salir, orgulloso de mi amigo Miguel López dirigiendo la maniobra, correr el Viernes Santo hacia la iglesia de San Francisco para esperar dentro a la Virgen en su Recogida, a por los bocadillos de jamón, a por el vino, la sonrisa de mi amigo Pepe el Gordo al llegar al palco, la bolsa de habas olvidada en casa de la abuela que hay que ir a recoger en el último momento: LA PRISA. Prisa por todo. Arroz y pavo con el primo Lucas, gin-tonic en la Corredera con el López, Nuria y mi hermano, recogida de banderas, recogida de empanadillas, recogida de claveles, recogida de refrescos y cervezas frías, correr hacia el palco con la procesión empezada, el sonido metálico de la estructura que los sostiene al golpearme con ella por la prisa mientras subo al palco con las habas perdidas… PRISA.

Una prisa que no es más que ilusión. Ilusión exacerbada por no perderse nada esa semana. Por no perderse a la familia, por disfrutarlo juntos, conscientes de estar cada año inmersos en el despliegue de un espectáculo que no se puede explicar si no se está ahí, en ese instante. Ilusión extraordinaria por participar con intensidad de y en todas y cada una de las experiencias que nos cautivan cada Semana Santa en Lorca. COMPROMISO.

Pablo Guerrero, pregonero de la Semana Santa de Lorca

Pablo Guerrero, pregonero de la Semana Santa de Lorca / Ayto

Pablo Guerrero, pregonero de la Semana Santa de Lorca

Pablo Guerrero, pregonero de la Semana Santa de Lorca / Ayto

Porque ese es el mayor logro de nuestra Semana Santa. El compromiso absoluto que todo el pueblo de Lorca tiene con esta Semana. Desde la gente de las Cofradías y el ayuntamiento hasta el último lorquino que, después de haber rodado de madrugada y casi sin dormir, se sube a su coche el Jueves Santo en Madrid y llega a tiempo de comer en Lorca…Todos y cada uno de ellos, todos, sienten ese compromiso.

Y ese compromiso es el que hace que estas fiestas sean únicas e irrepetibles cada año. Todos somos actores en este gran espectáculo. En esta gran película histórica que se representa cada año en esta ciudad. Imposible de explicar si no se vive aquí, en el momento.

Así que gracias mamá, gracias papá, por meterme en ese taxi aquella noche de junio. Me siento un privilegiado por ser de aquí y sentirme parte cada año, ya sea estando aquí, o en la nostalgia de la distancia, de este sitio y este instante que es mi Semana Santa de Lorca.

Si la leyenda cuenta que fui azul antes que español no seré yo quien la desmienta. Porque eso es lo que siento: que mi patria es la Semana Santa de Lorca y mi bandera, la del Paso Azul.

Muchas gracias a todos.

¡Viva la Semana Santa de Lorca!

 
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